Mientras en Argentina el ganador de las elecciones presidenciales, Javier Milei, ofrece hacer del país una "potencia", desde Brasil el presidente Luiz Inácio Lula da Silva se comporta como si lo suyo fuera también "cosa de potencia". Después de todo, debe ser algo de influencia estadounidense, para no caer entre los "mediocres".
Desde que llegó a la presidencia, Lula se lanzó a intentar que su "grandioso Brasil" mediara en el conflicto en el Este de Ucrania. Lula se dedicó a buscar lo que le parecía más salomónico: que Rusia se quedara con Crimea y devolviera el Este ucraniano por respeto a la "integridad territorial" de Ucrania. Como no había condenado con suficiente fuerza la invasión rusa, el mandatario brasileño fue llamado a la orden por la Casa Blanca, que lo acusó tranquilamente de "repetir como un loro" a Rusia y China. El portavoz del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense, John Kirby, le pidió al brasileño que "observara bien los hechos". Aunque la cancillería brasileña se molestó un poco con Kirby, Lula se apresuró a condenar "la violación de la integridad territorial de Ucrania", de nueva cuenta, hasta que nadie hizo caso: ni Estados Unidos, ni Ucrania, ni Rusia.
Más tarde, Lula quiso repetir el "justo medio" salomónico y criticó que, en el conflicto palestino-israelí, Israel matara gente inocente, hablando del terrorismo de Hamás y del correspondiente a los israelíes, que lo es si se toma por blanco a población civil. La cosa no es saber quién tiene de su lado la razón, sino ponerse "equidistante" cualesquiera que sean las posiciones de las partes y sus motivaciones, así que Lula habló con el presidente de Israel. No puede decirse que los pronunciamientos del brasileño hayan tenido algún efecto realmente importante: lo importante, por lo demás, y para el mismo Lula, era no quedarse callado, sino abrir la boca para que "Brasil potencia tuviera algo que decir", no importa qué. Lula es ante todo defensor del diálogo, aunque no se llegue a nada. Luego el brasileño fue a hablar en Naciones Unidas contra la desigualdad y el hambre, cosa de "ser visto".
No queda claro cuándo Brasil ha ha sido potencia, fútbol aparte, y aún con cierta influencia regional, que tuvo en tiempo de las dictaduras conosureñas. La creencia viene de un Brasil que durante el siglo XIX se sintió "aparte" en América Latina al seguir siendo monárquico. Cualquiera puede darse aires de grandeza y encontrar quien se lo crea, pero queda por ver el tamaño real de las cosas. Soñar no cuesta nada, como cuando Lula promete una moneda nacional latinoamericana. Argentinos y brasileños no están exentos, cada uno a su manera, del arte de multiplicar las palabras envolventes -más que los panes- para "hacer creer" y al mismo tiempo reservarse la maniobra, lo que no cambia con la "influencia europea" inmigrante.
Pese al ademán BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y unos pocos más), Lula despertó al ganar sobre todo simpatías abiertas de Estados Unidos con los Demócratas y de la Unión Europea (UE), en especial de Alemania, Francia, Portugal y España. Se planteó la posibilidad de que Brasil entre a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), que no le hizo ningún bien a México, salvo, para algunos, el de hacerles creer que son parte de un "grupo selecto" y no una asamblea general de "fracasados". Estados Unidos se apresuró a pronunciarse por el Fondo Amazonia, junto con Alemania y Noruega. Venezuela, Colombia y Brasil han estado permitiendo una mayor penetración de intereses estadounidenses y de la UE en la Amazonía, en parte como desafío a China. La UE también tiene puesta la mira en el Mercosur. Así que "la Gran Maniobra" consiste -siendo supuestamente soberana- en dárselas de "equidistante" sin mostrar que hay desigualdad entre las partes. No parece que Lula, favorito de los "demócratas liberales", tenga una prisa especial por tomar distancia de los Demócratas estadounidenses, pese a la apariencia de "hacerle a todo, menos a nada".
Fue el antiguo candidato del PT (Partido de los Trabajadores) y ministro de Hacienda, Fernando Haddad, que empujó al actual gobierno de Lula al dogma "neoliberal" del "déficit cero", desatando la polémica y poniendo en riesgo programas sociales e inversiones importantes. La discusión tuvo lugar en un ambiente más electorero y de "lucha de puestos" que de debate a fondo sobre las necesidades del país sudamericano, metido por lo demás en serios problemas de violencia. No hay mucha tela de donde cortar para presumir alguna "grandeza" que no sea "el tamaño sí importa". Lula llegó en tales condiciones que lo que pueda hacer está por verse. Tal vez le hagan un poco más de caso hacia dentro que hacia fuera. Las cosas van lentas (da click en el botón de reproducción).