El ganador de las elecciones argentinas, Javier Milei, no está loco. Alguien loco es la clase de tipo que se cree acosado por un lesbiano (sic), que pide pan recitando versículos de la Biblia o que cree que lo están siguiendo en la calle seres de otro mundo. Milei se define como anarcocapitalista o liberal-libertario y, la verdad, no hace más que recitar los dogmas del llamado "neoliberalismo", llevándolos al extremo: es cierto que grita, pero no es incoherente ni ignorante. No está de más ver quién lo ha apoyado: desde la vicepresidente del Ecuador, Verónica Abad, de quien nadie ha dicho que esté delirando, hasta Mario Vargas Llosa, pasando por el expresidente mexicano Vicente Fox -quien, como "se las puede", se permite sus "locuras". Milei no "arrasó" (no es Nayib Bukele en El Salvador), y su 56 % contra el 44 % de Sergio Massa, su oponente, no dice más que la situación polarizada de Argentina, como la de muchos países latinoamericanos.
Como de lo que habla Milei es de dolarización, recibió el apoyo de Luis Fortuño, ex gobernador de Puerto Rico. Así, Milei se granjeó el apoyo de un grupo bananero (en el gobierno en el Ecuador) y de un puertorriqueño, más el Marqués de Vargas Llosa y un ranchero del Bajío mexicano. Algo no va. Hubo un tiempo en que los latinoamericanos se dejaban llevar por distintos motivos -desde dictaduras hasta gobiernos como el de Salvador Allende en Chile-, sin excluir racismo apenas soterrado, por la creencia de que el destino de todo se jugaba en el Cono Sur, incluidos los tamaños de Argentina y Brasil. Igual se lo siguen creyendo con el presidente chileno Gabriel Boric o el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. Total, no hay tanto indio de por medio, y en cambio sí mucho fútbol. A favor de Massa consideraron meterse la expresidente chilena Michelle Bachelet o la guatemalteca Rigoberta Menchú. Hasta la fecha no hay manera de fijarse que las dictaduras conosureñas no fueron las más cruentas de América Latina: las guerras internas de Colombia y Guatemala las superaron en víctimas por muchísimo, aunque no en grandes aires y una forma de hablar que incomoda cuando, muy acentuada, parece dar por sentado que el interlocutor puede ser lo mismo un burro que un gran profesor. Tiempos de cambalache en Argentina.
Milei no es distinto del bananero presidente ecuatoriano Daniel Noboa, partidario de terminar de privatizarlo todo. El asunto de la reducción de los empleados públicos estaría por verse y no pagar indemnización por despido es un gran progreso hacia el siglo XIX, cuando Argentina se anunciaba como la gran potencia que nunca fue, salvo en materia de palabras, para lo que Milei es digno de una súperpotencia. Milei, si se tomara como referencia el comienzo de los años '80, es un dogmático y "nostálgico del pasado" que no parece haberse dado cuenta de que "el mercado" no es sino pura ideología: lo que seduce es "la libertad", la idea del goce: no hacer más que lo que a uno le dé la gana sin tener que reparar en un mínimo de consideración por el prójimo, para lo que se suman el gringo y el señorito hasta la caricatura.. Libertad, por ejemplo, de contraer una deuda inmensa -lo hizo el derechista Mauricio Macri-, y de pasarle la cuenta a la gente por generaciones.
El problema es que, como Milei no es un chiflado, sabe lo que hace al pasarle la cuenta al Estado: aprovecha algo cierto, los males de lo que llama "la casta", como licencia o autorización para hacer únicamente lo que le convenga, sin reparar en las consecuencias. No es falso que el peronismo es mucho menos glorioso de lo que cree, mucho más inestable, a veces tramposo (como lo fuera el presidente Carlos Saúl Menem) o a veces inútil (como el actual presidente Alberto Fernández), e igual de mitómano que Milei. No es seguro que la gente no se canse de tener que pasar por un clientelismo que estorba el mérito individual, porque pivilegia lo que Milei llama "botín para los amigos", y que se lance al primero que ofrezca recompensa al mismo mérito, sin que quede claro de qué se habla: si de mérito al esfuerzo y el trabajo, o en los negocios, a los que, contra lo que se cree, tampoco puede acceder todo el mundo. Lo que no puede hacer la izquierda es su parte de lo mismo: encontrar en los errores del "neoliberalismo" la licencia o la autorización para presentarse como lo que no es y para no cambiar, sobre todo en los hábitos de "casta" y de supuesta "gloria", impidiendo la menor contradicción. En fin que, como el mundo actual es de negocios, cualquiera puede seguir en la broma habitual: hacerse rico comprando a Milei por lo que vale y vendiéndolo por lo que cree que vale. Queremos banana boat (da click en el botón de reproducción).