La elección de Donald J. Trump significa para algunos países de América Latina un mal rato, sobre todo dada la designación de Marco Rubio como secretario de Estado, ya que es alguien considerado como ""halcón", entre otras cosas por su ascendencia cubana. No es novedad: el anterior gabinete de Trump tuvo a gente parecida o peor, como John Bolton (quien acabó dándole la espalda a Trump) y Mike Pompeo, que se paseaba con aire de Al Capone. Al mismo tiempo, en el nuevo gabinete, junto a otros ex demócratas, se anuncia la presencia de un Kennedy: Robert F. Kennedy Jr. para la secretaría de Salud y Servicios Humanos. Lo que llama la atención es la vuelta por sus fueros de la industria petrolera, a riesgo de promover el fracking, con el secretario de Energía Chris Wright, y la idea de revitalizar la industria automotriz, con el administrador de la agencia de Protección Ambiental, Lee Zeldin. El asesor de Seguridad Nacional, Michael Waltz, es alguien contrario a China, tampoco una novedad entre la gente de Trump, y hay uno que otro más de "política migratoria dura", como Stephen Miller (Jefe de despacho adjunto para políticas) o Tom Homan, "zar fronterizo", con esa manía de llamar "zar" a quienes se ocupan de asuntos de droga o de migración. Hay algunas mujeres, entre ellas la muy joven Karoline Leavitt, quien será secretaria de prensa, y "mujer inteligente y dura", según Trump. Una cosa es que el presidente electo esté por parar la inmigración; otra que sea racista o misógino, ya que no se le conocen declaraciones en este sentido, sino que se trata de ""etiquetas" colocadas con quienes ya están en la animadversión. Trump es, en parte, nacionalismo económico, pese a alianzas como la hecha con Elon Musk, en un país, Estados Unidos, que está manteniendo a duras penas un nivel de vida artificial, por encima de sus capacidades productivas reales hasta entrar en "vías de chatarrización". La diferencia está en que, si Trump quiere "volver a que Estados Unidos sea grande"", los Demócratas se creen que "es" grande a partir de sus alianzas con el gran capital, financiero (Kamala Harris ganó en las dos grandes sedes financieras, Nueva York y Chicago), de las nuevas tecnologías (Silicon Valley: Harris ganó en California) y hasta el Big Pharma. Aunque debería ser lo propio de Trump, empresario inmobiliario, son los Demócratas que confunden nación y gran capital, con el progresismo latinoamericano detrás. Admitir inmigrantes a diestra y siniestra es, también, algo conocido de uso de "sobrepoblación relativa" y presión sobre los salarios para beneficio de patronos capitalistas. La clase capitalista no está exenta de contradicciones, y no se trata por lo demás de idealizar a Trump.
En el portal Rebelión, alguien hizo notar que, entre los partidarios de los Demócratas, no faltaba gente de orígenes "medios", pero sin parar de ostentar lujos. En América Latina se cree en los Demócratas de Franklin D. Roosevelt o de John F. Kennedy, la "Edad de Oro" del "bienestar", aunque Kennedy era bastante contradictorio. Contra lo dicho al término de las elecciones pasadas (las ganadas por el todavía presidente Joseph Biden) por el abogado de Trump, Rudolph Giuliani, hay quien cree que el partido Demócrata es el de esa "Edad de Oro", cuando en realidad es un trampolín de advenedizos que, entre otras cosas (además de no dejar en paz a América Latina), han ido creando un estilo que, en lo arribista, es de mal gusto, mezcla de californiano, narco, lumpen y hipster, que daña a ciertos sectores de la población que, al mismo tiempo, carecen de educación, aunque no de pretensiones. Creyendo ser "totalmente Palacio", han instalado un estilo "totalmente decadente", empezando por barbas de imitación de islámicos o de Chapitos, ropa de la que no se sabe si es "totalmente casual" o porque no hay recursos para más, colitas en el pelo a lo Tacubo, sin se se sepa si quieren ser divinidades hindúes o malas imitaciones de un rastafari, y un vocabulario lamentable. Oligarquía financiera y lumpen, con el magnate George Soros pescando entre marginales. No falta el aire "bobo" ("burguesía bohemia"), y lo "políticamente correcto" para terminar de pervertir a la universidad, creando climas "a lo Salem". Es la manera de algunos de buscar "inclusión", y además cosmopolitismo. Hay gente que no se siente a gusto con esta fauna y sus provocaciones, que suponen adueñarse del espacio público con preferencias privadas, y además convertir este espacio en un desagradable reality show en el que se cree que tener verguenza es ser "un reprimido". Se pódrá decir lo que se quiera de Trump, pero, en casi tres décadas, el mundo de los Demócratas se volvió el de la gente cínica y, más aún, desvergonzada, que es lo que ostenta además con fariseísmo: la desfachatez y la ambición de control. Es algo que ha ido ganando terreno entre la izquierda, del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva hasta el líder boliviano Evo Morales, que se creen sus "personajes" en medio de la más crasa ignorancia. El "gusto" descrito, hasta donde se acompaña de una creciente falta de civismo y educación, es una de las rutas a la barbarie, además reivindicada en peinados y atuendos de origen hippie: no por nada se habla de "tribus urbanas" o de "nativos digitales", para sacar todo lo animal y primitivo a pasear y ostentar, cuando no es secreto que llega a ser extravagancia de riquillos ociosos. Es la "respuesta" -que no es ninguna- a una inseguridad y precariedad crecientes, y al reino antropológico en las ciencias sociales, puesto que lo primitivo es "auténtico", ""natural"" y "libre", para darle ese aire al capitalismo de grandes negocios y unas cuantas marcas cuasi-monopólicas. Todo con un "churro" o un joint y la total solemnidad en algo tan chusco como inventarse con el presidente Barack Obama "baños neutros". El involucramiento de la izquierda en todos estos sabores, olores y colores ha provocado desastrosamente que la derecha crea que es "marxismo cultural", cuando no es más que convertir el "escenario" en un Woodstock de mala muerte y de imposible convivencia, porque es también el egoísmo a ultranza y, encima, la imposición y la creación del miedo latente ante la provocación. Ni la gente de abajo se libra de este reality show, agregándole una linda sinceridad más salvaje aún.
De la misma manera, no queda claro por qué, en un país como Francia, por ejemplo, donde ya se instaló igualmente el mal gusto, debiera convertirse el espacio público en un carnaval que es la negación misma de la creencia en la ciudadanía. Sin llegar a los extremos del "gran remplazo", la inmigración, como en Estados Unidos, es proclive a cierta porosidad que deja pasar todos los tráficos, los de armas incluidas, sin que se sepa por qué la policía no deba hacer nada: entonces ser migrante es tener ya licencia para ponerse a tono y extorsionar. Es también Demócrata: extorsión de un "plus" sin el menor esfuerzo o trabajo, sino por el solo hecho de "ser" (mujer o joven, llegando también al desafío y la desverguenza). Como ""son", las "señoras de la casa" se atribuyen hasta becas de 60 a 64 al margen del mérito, e imponen. Lo mismo que Black Lives Matter mientras les dura el financiamiento de magnates, o que la reiteración hasta el cansancio de un puro cuento "originario" que no se creen ni los mismos "originarios", salvo en sus presuntos "intelectuales". Habría que saber si este "bloque" puede ser desplazado al cabo de varias décadas de dárselas de interesante para trepar o dar la impresión de "haberLO" logrado. Además de ser la clase de gente a la que no le importa crear riesgos internacionales de errores de cálculo con consecuencias graves. Le hará esta gente la vida de cuadritos a cualquiera que no comulgue y exprese el menor desacuerdo (da click en el botón de reproducción).