Una universidad pública es tal, no "del público", confundido con la "audiencia". Si es un organismo descentralizado del Estado, no por ser "autónoma" y "nacional" deja de ser estatal, es decir que convergen lo público y lo estatal. Si hubiera una mínima tradición de contrato, lo público sería entendido como de todos y cada uno, del "interés general", no como algo a ser capturado por un grupo particular, el de los Woldies y el Instituto de Estudios de la Transición Democrática, por más que se disfracen de un "interés general" muy vago. La universidad es del Estado, no de la transición democrática. Lo anterior quiere decir que, más allá de intereses particulares, clientelas y grupos de presión, la universidad debiera ser capaz de detectar cuáles son los intereses del Estado. Salvo que del Estado no se habla más que para criticar el "autoritarismo", de acuerdo con una cierta "tradición" instalada por la gente del 68, los libertarios y personas como Max Horkheimer.
Como parte de la "toma del poder" de los 80, junto a la vuelta a la "vida cotidiana" -preparada por los acostones hippies- se puso de moda "ser parte de la sociedad civil", y ya no de la sociedad, como forma de expresar apolicitismo. La sociedad civil no es la sociedad, sino grupos de diversos intereses por fuera del Estado, y para ser más precisos, privados. El estudioso italiano Antonio Gramsci le dió gran importancia a la "sociedad civil" como lugar de "batalla cultural", y al rato los estadounidenses hicieron lo mismo, desde los documentos de Santa Fe, un llamado a ganar esa batalla. Desafortunadamente, este "giro" hizo que "las organizaciones de la sociedad civil", llegadas a aparecer como intermediarias entre los individuos y el Estado, no aprendieran a mostrar sus financiamientos, quedando como "autónomas", sin precisar de qué, puesto que no lo son de intereses privados que pueden tener grandes recursos. Lo más típico, de moda desde los '80 (al igual que fundaciones y cosas por el estilo), han sido las ONGs (organizaciones no gubernamentales), con frecuencia utilizadas para desestabilizar el Estado y, de paso, para que algunos se llenen bus "bolsillos autónomos": la manera de actuar es conocida desde el Este europeo hasta los indígenas en varios países latinoamericanos. Para Estados Unidos, es algo oficializado como "poder blando", forma de "hegemonía" en la sociedad: Haití fue llevado por la Fundación Clinton, el actor Sean Penn y más a convertirse en "país ONG", con los resultados a la vista, porque el dinero se quedó en los "intermediarios autónomos" y no llegó demasiado a la gente. La "sociedad civil" puede ser un conglomerado de "agrupaciones" intermediarias haciéndose de dinero sin mayor utilidad social, pero, entre otras cosas, para refugio de intelectuales desencantados, pero que se justifican con el disfraz de "la ciudadanía" -olvidando en qué remite ésta al Estado- que exige "transparencia", enojándose cuando se les pide a su vez lo mismo, como ha sucedido en distintos países. Están "exigiendo", no para cumplir con un mínimo de obligaciones.
Lo peor es cuando una universidad no sabe leer su propia legislación, y para qué tiene una "autonomía" que no es "independencia". Puede haber quejas de que el Estado no asigna lo suficiente, pero una extraña manera de dilapidar lo asignado. Como sea, en "transición democrática", la universidad se puso desde hace tiempo a responder no al Estado, del que es parte, ni por tanto a la idea de servicio público, porque no hay público. Se responde a grandes intereses transnacionales y con un extraño comportamiento de "organización de la sociedad civil", que no para de dar patadas en el pesebre y de parasitar: no importan los asuntos de Estado, reducidos a "la represión", como si el antiguo régimen no hubiera tenido otra cosa que hacer, sino los temas de "agenda" que también se resaltan en "la sociedad civil", desde el ya mencionado onegeísmo hasta los migrantes y los luchadores del género y contra el maltrato animal. En suma, la autonomía es usada para que los recursos no lleguen a mayor cosa de útil, sino a los "intermediarios universitarios" que no responden al Estado, sino a lo que está contra él, desde grandes "agendas" foráneas hasta remedos de "sociedad civil". ¿El asunto del público? La universidad cree que la sociedad son los medios de comunicación masiva, y al mismo tiempo no hay tradición de ciencia e innovación tecnológica "de dominio público", por lo que no hay idea de lo que se hace en la universidad -ni en la propia universidad. No existe "interés general" por la ciencia por la costumbre de importar del exterior el "paquete ya hecho". En vez de "la sociedad a la que se debe", un decir para pegarse de la ubre presupuestal, no hay modo de preguntarse por el escaso interés de la sociedad en lo que hace la universidad, y el desinterés por difundirlo. En suma, sin público. Y remplazándolo por acarreos, apariencias aparatosas ocasionales y maquillaje de cifras para llegar bien al ranking. Es lo logrado, como lo fue con las elecciones más caras del mundo mundial: que un grupo de intermediarios se haga pasar por algo de "interés general" para llenarse los bolsillos, o que haga pasar sus cuitas personales de raza, género, viajes y mascotas por algo "de interés público": como la "sociedad civil", e incluso con la injerencia de "organizaciones de la sociedad civil", de la manera más formidable, en un organismo...del Estado. Ya había sido anticipado por el investigador Marcos Kaplan, o tratado por otro, José Arthur Giannotti, brasileño, desde los '80: en nombre de "lo civil" y en la confusión entre lo "autónomo", lo "neutro" y lo "imparcial", se trata de parasitar indirectamente a lo que queda de sociedad, a través de mecanismos presupuestales y estructuras de poder en las que es difícil creer que de lo que se trata es de alguna vocación, y no de privilegios. A costa del huésped, es decir, del servicio público, que se ha ido extinguiendo, y que no es "al público" como audiencia -con un supuesto "hablan los expertos"- o al "nicho de mercado". (da click en el botón de reproducción).