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lunes, 25 de noviembre de 2024

FANÁTICAMENTE MODERADOS

 En varios países de América Latina, la izquierda, que tiende más bien a ubicarse en el centro-izquierda (del que no queda excluida Venezuela, a falta de una verdadera revolución popular como en Cuba y en Nicaragua, y dado el carácter "desde arriba" del chavismo), viene perdiendo notoriamente posiciones locales, como ya ocurrió con la gente del presidente colombiano Gustavo Petro, que por lo demás no tenía una presencia fuerte propiamente nacional. No sirve de gran cosa salir, como lo hace el periódico mexicano La Jornada, a dar de gritos porque ganó en el Uruguay el izquierdista Frente Amplio: lo hizo por un margen cerrado de votos (aproximadamente 49 % contra 46 %), lo que quiere decir que no hay hegemonía y que, otra vez, se puede tener el gobierno, pero no el poder.. El candidato ganador uruguayo, Yamandú Orsí, llegó con propuestas ambiguas: es libertario de "propuestas moderadas", por lo que se trata de esquivar sistemáticamente cualquier radicalismo, entendido como ir "a la raíz" de los problemas. Es el igualmente tibio Gabriel Boric, presidente chileno, de los primeros que llamó a Orsí para felicitarlo. La actitud reinante en la izquierda -lo que incluye a México- es cada vez más "centrista". A estas alturas, ya que no hay demasiados principios y mucho menos doctrina o teoría, es a ciertas propuestas concretas que cabe atender, en el entendido de que están fuera de lugar ya no se diga el socialismo o el antiimperialismo, sino un reformismo "fuerte" (la revolución la hace John Lennon).

      En el sentido descrito se ha ido ubicando también Brasil, cuyas más recientes elecciones locales mostraron la fuerza de la derecha y el centro. Cuando las cosas se sitúan en el "extremo centro", cualquiera de derecha puede aparecer en la "extrema derecha", siendo en realidad que ésta apenas tiene grupúsculos, y no es válido encasillar a todos en el mismo caso para "vender la idea" de "peligro", como cuando se encasilla a los minúsculos partidos comunistas, además divididos en dos, en una supuesta "extrema izquierda" que no es: lo ha sido tradicionalmente el trotskismo y un grupo de pequeños partidos cuya función suele ser la de provocar. Donald Trump en Estados Unidos o Marine Le Pen en Francia no son "la extrema derecha", a diferencia de Vox en España, ni es entendible que el portal Rebelión ubique al mandatario salvadoreño Nayib Bukele en el "fascismo latinoamericano".

      El llamado "bolsonarismo" en Brasil no incluye más que a un tercio de la población, según el propio portal de Rebelión. Esto no hace ningún ""fascismo". Por su parte, Luiz Inácio Lula da Silva es un mito, ya no un ser humano: el niño pobre y luego obrero metalúrgico, el de "paz y amor" de Lulinha para lograr su primera presidencia, el que critica un día al boliviano Evo Morales por querer reelegirse y encuentra la manera de hacer lo propio, porque es "hombre providencial", el del gusto de la "clase C" ("pobres venidos a más") y del Banco Mundial y los ricos servidos con generosas tasas de interés, el de el "toma y daca" con tal de no perder "voluntad de poder", el que se cree el mito del "Brasil potencia" sin que nadie le haga el menor caso (en el Donbás o en Oriente Medio), el de la gran unidad latinoamericana que no pasa del discurso: el del voto personal, y que pega como otros de gritos de alerta contra el "fascismo": si de conciliar se trata, la gente termina por votar al centro, que es lo que tendió en parte a suceder en las últimas municipales brasileñas. Con tal de mantener "voluntad de poder", el PT (Partido de los Trabajadores) de Lula se alía con la derecha o con el centro, a riesgo de perder, como en Curitiba (el PT gana más con alianzas hacia la izquierda, como en Sao Paulo, Porto Alegre, Fortaleza, o Natal). El PT es también el de la política hacendaria de Fernando Haddad, poco amable con la gente de abajo. ¿A todo menos a nada, con tal de tener un poder que no se tiene, salvo regionalmente, lo que también es visible en Colombia, o incluso en el Uruguay, y que a duras penas se ha remontado en el Ecuador y Bolivia? La presión del izquierdismo (como "enfermedad infantil") tampoco facilita no echarse encima a una parte de la sociedad por lo que se cree que es "marxismo cultural", en asuntos LGBTTTIQ+A, de feminismo a ultranza y de "racialización", como temas de "identidad", a los que ya cedió también Lula al integrar su gabinete. Grupúsculos aparte, es una política "atrápalotodo" y la deriva de medio mundo hacia la demagogia. Y para hacer demagogia está el "centro", que es "puro amor", mientras que los demás son "odiadores", porque además está prohibido no ser feliz. El PT tenía 624 ayuntamientos en 2012; acaba de conseguir 248, mientras que el Partido Liberal (PL) de Bolsonaro consiguió 512 municipios. Para los más cargados al "identitarismo", no parece que las cosas vayan demasiado bien, como en el caso del PSOL (Partido Socialismo y Libertad), que perdió ocho concejales y la única capital estadual que gobernaba. Cuando no es asunto de franca división, es de lucha por un poder que se fragmenta. No tiene sentido una "voluntad de poder" para "no poder" sino confundir más las cosas. De la antigua izquierda no quedó más que "la voluntad de poder" para "marearse" -como sucede con la gente de Petro, con frecuencia-, convertirse en suma de "especies" (los trabajadores no serían sino una más) y "agarrar" con una tenue redistribución. Suficiente para juntarse contra "el fascismo" (da click en el botón de reproducción).



FANÁTICAMENTE MODERADOS

 En varios países de América Latina, la izquierda, que tiende más bien a ubicarse en el centro-izquierda (del que no queda excluida Venezuel...