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miércoles, 29 de enero de 2025

PONTE ÁGUILA, PONTE TRUCHA

 Como ya se había señalado anteriormente, desde los años '80 la escritora Elena Poniatowska llamó la atención sobre la cantidad de cosas que ya para entonces se encontraban en inglés en el Distrito Federal, capital mexicana (hoy Ciudad de México), al mismo tiempo que, desde 1986, con la Copa Mundial de Fútbol, los juniors se tomaban desafiantemente las calles, lo que antes estaba reservado más bien a unas cuantas carreras de coches en Picacho, que igual dejaban uno que otro saldo rojo de vez en cuando. Ese "tomarse la calle" era parte de un nuevo ambiente "festivo" que se fue creando desde finales de los '70 con "la disco" y la "fiebre del sábado por la noche". El mundo de los ricos en México ya tocaba a un incipiente narcotráfico. Desde los '80, era posible verlo en algunas colonias acomodadas de la capital mexicana, sin demasiado ocultamiento. Al mismo tiempo, se había creado ya un mayor privilegio para parte del empresariado que decidió emprenderla contra el presidente Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), coincidiendo con los "libertarios" del 68.

       El atractivo por Estados Unidos venía formándose desde antes, como lo mostraban las estrellas del rock en español. Desde el presidente Adolfo Ruiz Cortines, pese a discrepancias entre empresarios, México venía abriéndose a la inversión extranjera (1952-1958), que se benefició del sólo a medias nacionalista proceso ISI (Industrialización por sustitución de importaciones). Gran parte de la música estadounidense ya estaba en boga en México en los '70 y principios de los '80, al menos en la capital. No por nada, fue en los '80 que el escritor Carlos Fuentes dijo que ya había nacido la primera generación de ""chicanos de este lado". Era antes de la llegada de Carlos Salinas de Gortari al gobierno (1988-1994), a reserva de que, como ya ha sido documentalmente probado, en el 68 Estados Unidos no se privó de meter las manos. No era nada más asunto de tecnócratas que "al fin llegaban", como creía Raúl Salinas Lozano. Además de las manos de Estados Unidos en el 68, ya estaban en marcha otras cosas turbias, como las de ciertos círculos ligados al estado de Sinaloa, que no sólo aparecieron en el 68, según la sorpresa de Cuauhtémoc Cárdenas, sino desde un poco antes. Lo anterior iba a coincidir por lo demás en los '70 con un traslado de los polos de atracción económica en Estados Unidos desde la costa Este hacia el "cinturón del sol", de Florida a California, el estado "libertario", pasando por Texas. Ocurría al mismo tiempo que el impulso de la Revolución Mexicana no había terminado de irse en los '70. José López Portillo (1976-1982) se dijo "el último presidente de la Revolución", que en todo caso remataba con el gran festín de la corrupción. Ya se iba fortaleciendo el crimen organizado, según lo ejemplificó el jefe de la policía capitalina, Arturo "El Negro" Durazo. Es erróneo decir que todo empezó en 1988, porque las cosas venían ya descomponiéndose en la sociedad y, también, "americanizándose" cada vez más, con antecedentes en la segunda posguerra. Fue un largo camino a la instauración de lo que se conoce como "neoliberalismo", que se remonta así a su forma más abierta a los '80, cuando por lo demás iba creciendo la industria maquiladora en la frontera norte del país. Por ideología, la dupla "conservadora (empresarial)-libertaria" se fue a cebar sobre Luis Echeverría, no tanto por éste, sino con el ánimo de hacer del 68 el Gran Parteaguas, colocándose por lo demás en el lugar de la "Revolución traicionada". En 1994, el escritor y periodista Gregorio Ortega constaba el fin del ciclo de la Revolución Mexicana, pero también es cierto que López Portillo ya había dicho lo suyo. El asunto no es que se fuera la "revolución"", porque desde John Lennon la hace todos los días el capitalismo. El asunto es que, salvo por Benito Juárez, en circunstancias de invasión, la única referencia de apariencia mexicana que podía quedar era "don" Porfirio Díaz, luego de un inicio difícil a la vida Independiente. De manera contradictoria, la mejor expresión de México fue producto de la Revolución.

         Entretanto, el surgimiento de la televisión, desplazando a la radio, y el auge de Televisa, en particular, contribuyeron a deformar la idea del "pueblo mexicano", para aniquilarlo moralmente y convertirlo en caricatura de sí mismo, por lo demás, con la vulgaridad, notoriamente capitalina, como forma de querer hacer creer lo que llegó a decirse: "la corrupción somos todos". Para más señas, desde finales de los '60 el actor Mario Moreno "Cantinflas" se quejaba de una creciente descomposición moral, sin poder hacer ya mucho en películas a color gastadas que ya mostraban desde el crimen organizado hasta los desmanes de la "alta sociedad". Salvo excepciones, los '70 ya eran putrefacción en las expresiones artísticas (y un presidente se tomó muy en serio el cine de ficheras...). Se puede ir incluso al pésimo gusto, desde Miguel Alemán (1946-1952), de "la guayaba y la tostada", hasta llegar a "Chon y Chano", el "Chompiras y la Chimoltrufia", el mundo urbano de "la vecindad" y, a la vuelta, la licencia para alguien como Eugenio Derbez, no desligado de Estados Unidos, de mostrar lo "mexicano" y, sobre todo, "lo popular", como lo propio del idiotismo, todo al mismo tiempo que empezó a resquebrajarse el sistema educativo. Poco antes de que se echara a andar el libre comercio, en 1994, no sólo ya no quedaba nada de la Revolución, sino que la extranjerización crecía -junto con los centros comerciales-, el "pueblo" aparecía como lo "grotesco y sucio" y apenas si cabía cierta burla para los "fresas" y pirrurris que se fueron igualmente tomando la televisión para "mostrárnosla" obscenamente. México para entretenerse -"la risa en vacaciones"-, cotorrear sin fin, "echar relajo", "pasarla bien", a condición, desde 1994, sino desde antes (con asesinatos reiterados de miembros del PRD -Partido de la Revolución Democrática), de no estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado, cuando menos desde principios de los '80, cuando por lo demás apareció el estilo pandillero ("Los Panchitos").

        Alguien de aparente ojo "avizor" había visto un talento por lo demás nacido en Puerto Rico, y que habría de reciclar en versión light la "mexicanidad", hasta con Sinfónica: no Juan Gabriel, que no sobrevivió a su desmadre, sino el playboy Luis Miguel (qué desmaye...), hasta el grado de confundir al populachero Carlos Monsivaís. El libre comercio entró sin "agua va" con Selena. Hasta que, en el repertorio capitalino, no quedara ya nada del pasado propiamente mexicano popular: o música en inglés, porque en algunos aspectos la capital política es más pochita que la frontera; o para un sector de clase media, mexicanidad Luis Mirrey descafeinada y deslactosada, para no hacer fuchi, o "el pueblo" como caricatura estruendosa de sí mismo creyéndose "buchón" y con la banda (de preferencia La Arrolladora): gringo, lumpen o descafeinado/deslactosado. Si alguna vez estuvo en el centro, como referencia, el "pueblo" pasó al margen, y lo que estaba en los márgenes de la sociedad se amaneció en el centro con la descomposición social. Cosas de la "grandeza" que para mas señas se refiere al esplendor colonial o al agradecimiento de José José por haber sido destrozado por una capital que todo se lo traga: esplendor de estilo californiano, esplendor del 68, esplendor de "la polaca", esplendor de Universal Estéreo y las 40 principales, hasta llegar al insufrible esplendor de la desfachatez en radio y televisión, esplendor de casi un cuarto de siglo de banda y esplendor de agringamiento, todo sin mucho pudor, como "lo" enseñara Juanga  (da click en el botón de reproducción).



YO NO ME LLAMO JAVIER

 No es muy fácil saber qué es el "pueblo", aunque en él resida la soberanía, al decir de diversas Cons tituciones, la estadounide...