Eurasia está todavía lejos de convertirse en un polo de desarrollo alternativo al del Atlántico. Cierto, están en marcha los planes de conectar por red ferroviaria a China con Alemania (Chongqing-Duisburg, 10 mil 800 kilómetros), cruzando el "mar de la estepa". Y ciertamente también, se han fortalecido las relaciones entre Moscú y Beijing,al grado que algunos analistas piensan que, frente a las dificultades para estrechar lazos con Europa Occidental, la Federación Rusa está construyendo "la Gran Alianza" con China.
En realidad, como lo sugiriera Eugene Súper en un reciente análisis en el portal ruso Odnako, las cosas no van exactamente de ese modo. En realidad, estas "cosas" de detienen en Kazajstán, donde China tiene inversiones importantes. Entre China y Kzajastán, la construcción de tuberías va: un poco más adelante, en la frontera de Kazajstán y Rusia, las tuberías no van. Nadie se apura.
La razón aducida por Super es que la élite rusa no tiene interés en China, y es cierto. Desde hace décadas y siguiendo modas del zarismo -cuando el ruso buscaba a qué aristócrata occidental imitar, si francés, alemán, italiano o británico-, la élite rusa ha mirado a Europa Occidental -y ahora suele mirar también un poco a Estados Unidos. Esa élite nunca ha puesto los ojos en China, país al que desprecia y teme al mismo tiempo, mientras que a Occidente se le admira, sobre todo en lo que es europeo. Las tenistas rusas se juntan con españoles, algunos cantantes y algunas actrices ex soviéticas se van a Nueva York o a California (como los antiguos disidentes iban a Estados Unidos y las librerías rusas se mueren de emoción por Serguei Dovlatov), los mafiosos y otros oligarcas buscan invertir en las costas del Mediterráneo, una parte de la intelectualidad ama París y más de un magnate se compra equipos de futbol por ejemplo en el Reino Unido. No hay en este momento nada en la cultura ni en la sociedad rusas que tenga los ojos puestos en China. Sin duda, Beijing le tendió la mano con un buen proyecto energético a Moscú en pleno periodo de sanciones occidentales y el presidente ruso Vladimir Putin tiene simpatía por el gigante asiático. Pero el asunto hasta ahora se detiene en Kazajstán y el chino no es apreciado por un ruso que no termina de salir de algunos sueños de grandeza imperial al estilo occidental, nunca oriental. La gran alianza ruso-china no es para mañana, salvo en casos puntuales y por lo pronto aislados.
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