No toma muchos minutos encontrar en la Web testimonios visuales del modo en que en protestas recientes los agentes de seguridad ecuatorianos fueron agredidos con brutalidad por grupos de manifestantes dispuestos a mucho con tal de provocar.
Quienes han criticado al mandatario ecuatoriano Rafael Correa excomulgándolo de la izquierda no pudieron siquiera citar el uso de perdigones -por parte de manifestantes- contra las fuerzas del orden en Morona Santiago. Por lo demás, antes de la jornada de protesta de algunos días atrás unos 100 líderes indígenas -descontentos con los organizadores de las marchas- se reunieron con Correa en santa paz. Ni las reivindicaciones del FUT (Frente Unitario de Trabajadores) tenían demasiada razón de ser: justo se estaba tramitando legislativamente una nueva ley de justicia laboral y el gobierno de Correa muy pronto ratificó los derechos de huelga, de sindicalización y de contratación colectiva, entre otros, del mismo modo en que reconoció derechos a los trabajadores autónomos y la seguridad social para las amas de casa.
Este uso de la excomunión no es desde luego una práctica moderna ni realmente laica. Si es un desastre entre columnistas de portales de izquierda y ni se diga entre intelectuales, el otro problema está en una parte de la izquierda oficialista ecuatoriana, que no tiene ningún proyecto cultural ni hegemónico serio y que se limita a la retórica, como si el arte del gobierno fuera el de un torneo de oratoria (que puede pasar igual por los programas de "noticias sociales" con Marcela Viteri).
Los provocadores son un poco nuevos y sorprenden, entre otras cosas por su virulencia y su parecido con la violencia oligárquica, que habla para callar. Para cierta izquierda enquistada en el oficialismo ecuatoriano y en busca de estatus, seguramente valga lo que Doris Soliz, Secretaria Ejecutiva de Alianza País, dijo hace poco en un programa televisivo (GamaNoticiasEc) sobre la política latinoamericana: en ésta "se dice lo que no se hace y se hace lo que no se dice".
No hay motivo para radicalizar un proceso -que incluso puede ser "pequeño burgués", según el insulto de alguien, o democrático burgués, lo cual sería de desear donde abundan los resabios feudales- que ha dado ya bastantes muestras de atención a la problemática social: la pobreza, del 60 % en los años '90, cayó a 22 %, la tasa de desempleo ecuatoriana (4,5 %) es una de las más bajas del continente,, el Ecuador es uno de los países latinoamericanos que más ha reducido la desigualdad (la diferencia entre el 10 % más rico de la población y el 10 % más pobre disminuyó de 42 a 22), el ingreso promedio cubre el 93 % de la canasta básica (contra 50 % antes de 2007) y las leyes para universalizar la educación y la salud no son pocas, antes al contrario.
Se puede ser de izquierda desde adelante (pensando en salir no del capitalismo, sino del subdesarrollo y el atraso), o se puede ser de izquierda con un "anti" dudoso: no querer capitalismo (ninguno) es una buena forma de perpetuarse en los privilegios feudales y de encontrar juntos al señor y sus siervos "en contra de..." y a nombre de "la familia ecuatoriana" (y sus entenados).
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