Entre 2003 y 2013, Brasil creó más de 20 millones de puestos de trabajo formales y al salario mínimo no le fue tan mal, ya que creció en términos reales. Apareció la "clase C" de millones de beneficiados por programas de asistencia (como Bolsa Familia) que permitieron que muchos pasaran de la pobreza a la "clase media" (84 % de los empleados formales está en la franja de dos salarios mínimos, algo que tampoco es tan sensacional que digamos)..
Al mismo tiempo, Brasil retrocedió en la obligatoriedad (establecida en la Constitución de 1988) de otorgar servicios como salud y educación, para no decir que también seguridad y transporte. Estos servicios están hoy subfinanciados en Brasil, donde en cambio se los alienta de distintas formas a la mercantilización, que los vuelve onerosos. En caso de enfermedad o de quererse cierta educación de calidad, es recomendable pasar por un sector privado que cobra, a diferencia del sector público. Gracias a sus nuevos ingresos, los antiguos pobres y ahora "clasemedieros" brasileños pueden comprarse esos servicios, aunque muchas veces a crédito, porque los ingresos no alcanzan. Así, según un estudio de Lena Levinas ("La financierización de la política social: el caso brasileño") citado por Raul Cebiche en un rotativo mexicano de izquierda, el crédito tiene comprometido casi el 48 % del ingreso de las familias brasileñas de hoy, contra 22 % en el año 2006. Pagar el crédito supone restringir el consumo: la "clase C" destina 65 % de sus flamantes ingresos a pagar créditos y 35 % a la compra de productos, de tal modo que los pobres han sido sacados de su antigua condición para entrar en un consumo de masas donde los más privilegiados son los intereses financieros.
Lo que se adquiere es cada vez menos nacional, porque la gran clase media brasileña está consumiendo, no produciendo (si en 2001 el crédito representaba el 22 % del producto interno bruto, para 2014 llegó al 58 %, según cifras de Levinas). Como la actividad "brasileña" dominante es la intermediación financiera, el consumo importado, en cambio, ha aumentado mucho (por ejemplo en los electrodomésticos), de tal modo que la creación de puestos de trabajo y cierta defensa del salario mínimo no están acompañados de ganancias crecientes de productividad ni de innovación en las cadenas productivas. Así, el salario puede servir para endeudarse y comprar productos chinos.
Por lo demás, el Estado gasta en asistencia gracias a impuestos sobre el consumo de los mismos pobres, que de este modo financian su propia política de asistencia para endeudarse y comprar "a lo chino". Gracias a políticas sociales como la descrita, sacar a la gente de cierta pobreza (o de la marginalidad) puede ser un negocio redondo, pagado por los antiguos pobres a los intereses financieros.
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viernes, 30 de octubre de 2015
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