La presidente saliente de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, pareció hacer un viraje al final de su mandato, al acercarse tanto a China como a Rusia. Sin embargo, la Argentina de los "K" en general hizo tan poco por la integración latinoamericana como Brasil.
Esta Argentina kirchnerista sobrevivió en buena medida gracias a negocios que muy poco tienen que ver con algún nacionalismo. El negocio mayor fue el de la soya en manos de transnacionales, como Monsanto. Este negocio creció tanto que aceleró la desertificación del campo argentino, en particular con el paso de los pequeños productores pampeanos a la ciudad, después de rentarles sus tierras al agronegocio. La soya difícilmente puede impulsar cadenas productivas hacia adentro, ya que los insumos (fungicidas, insecticidas, herbicidas, fertilizantes, agroquímicos en general) se importan. Los impactos negativos de la siembra de soya transgénica sobre productores y consumidores son conocidos. Apenas aparecida esa variedad, correspondía al 90 % de la siembra en Argentina, mientras la expulsión de otros productores empezó a crear una llamada "agricultura sin agricultores" y problemas por la migración a centros urbanos. Al boom soyero hay que agregar el de maíz para biodiesel.
No fue todo. A Cristina Fernández no pareció gustarle que el periodista Miguel Bonasso diera a conocer otro negocio, el de la megaminería, en particular en el oro, con la empresa Barrick Gold, que terminó contaminando con cianuro aguas argentinas, como ocurrió en la mina de Veladero. Al poco tiempo llegó a la misma región argentina de San Juan otra minera, Minsud Resources, para explotar cobre (Proyecto Chita), como sino importara demasiado el medio ambiente. Hay que agregar a esta transnacionalización la del petróleo, con compañías off shore, incluso británicas ("pirata") y el "desembarco" ni más ni menos que de la empresa Chevron en Vaca Muerta (Neuquén, Río Negro y Mendoza). Lo que no gustó de lo revelado por Bonasso es el buen estado de la amistad entre Fernández y David Rockefeller. Cristina Fernández llegó a declarar graciosamente, para atraer inversiones extranjeras, que "la rentabilidad no es un pecado" y que "ganar dinero no es pecaminoso". Desde luego: por este mismo motivo, el "modelo K" no es bendecible y pudo haber obtenido así fuera una mínima crítica entre los "progresistas", al menos para explicar lo sucedido con un país que alguna vez tuviera un mercado nacional relativamente importante y un nivel educativo alto para Latinoamérica.
Hacerle un mausoleo al fallecido Néstor Kirchner (en Río Gallegos) no fue un pecado, aunque sí una exageración. Simplemente pareciera que el "modelo K" perdió la medida de las cosas con el dinero que estuvo en circulación, a reserva de que la oposición que hoy encabeza Mauricio Macri tampoco sea ninguna panacea.
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viernes, 6 de noviembre de 2015
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