Desde los años '90, Estados Unidos ha ganado muchas batallas en las relaciones internacionales no gracias al "poder duro", el militar, sino gracias al "poder blando", que tiene que ver con la capacidad de hacer pasar a los ojos de la masa como legítimo el ejercicio del poder estadounidense. Joseph Nye definió alguna vez el "poder blando" (soft power) como "la habilidad de obtener lo que quieres a través de la atracción antes que a través de la coerción o de las recompensas".
Desde antes, el Comité de Santa Fe estadounidense se había vuelto partidario de ganar "las casamatas de la sociedad civil", parafraseando al italiano Antonio Gramsci, de tal forma que el cambio deseado por Washington no pareciera algo impuesto, desde arriba, sino un "empoderamiento" desde abajo (al estilo de las "primavera árabes", las "revoluciones de colores" o el Maidán ucraniano).
Aquí juegan un papel importante actores no gubernamentales, en el entendido de que "lo estatal es pura coerción" o "autoritarismo": partidos políticos, algunos creados sobre la marcha, pero también empresas transnacionales y sobre todo las sempiternas organizaciones no gubernamentales.
Para Nye, el "poder blando" es el que "surge del atractivo de la cultura de un país, de sus ideales políticos y de sus políticas", motivo por el cual Estados Unidos no hace sino hablar, para intervenir por doquier, de los más elevados ideales (derechos humanos, libertades, democracia, etc....). Aunque no ganó la Guerra Fría, Estados Unidos sí venció, por momentos diríase que de manera apabullante, en el terreno cultural, entre otras cosas gracias a las nuevas tecnologías (TICs, tecnologías de la información y el conocimiento) y a la capacidad para convertirlo prácticamente todo en espectáculo-entretenimiento frívolo y mundano.
"Cuando puedes conseguir que otros admiren tus ideales y quieran lo que tú quieres, no tienes que gastar mucho en palos y zanahorias para moverlos en tu dirección", escribió Nye. "La seducción es siempre mucho más efectiva que la coerción", agregó. Hasta ahora, no hay alternativa real y eficaz -un antídoto- contra esta seducción, que opera a un nivel que ni siquiera es del todo consciente, aunque sí parte de cálculos y conveniencias que crean el "sentido común de la época". Desde este punto de vista, dicho sea de paso, ni China ni Rusia (en menor medida) tienen el modo de contrarrestar el "poder blando" estadounidense y su imperio mediático.
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