En agosto de 1990, Iraq invadió Kuwait, en un acto ilegal. Fue el preludio de la primera guerra del Golfo, bautizada como Tormenta del desierto. Los soldados iraquíes fueron acusados, entre otras cosas, de sacar incubadoras de los hospitales y de dejar a los bebés fuera de ellas para que murieran de hambre y frío.
Nayirah Nasir al-Sabah, una adolescente kuwaití de 15 años, dió testimonio ante un comité de congresistas estadounidenses de lo que había visto en los hospitales kuwaitíes. 312 bebés habían muerto de frío y hambre, y Nayirah lo contaba casi llorando a moco tendido. No quedaba duda: Sadam Husein, líder iraquí, era el "nuevo Hitler", de tal modo que los congresistas se pronunciaron por darle su merecido.
Terminada la guerra de la coalición de aliados contra Iraq, se supo que Nayirah, en realidad, nunca había estado en ningún hospital de Kuwait a la entrada de las tropas de Husein, pese a que incluso Aministía Internacional (AI) había dado fe de la veracidad de los hechos. AI pintó las cosas de tal modo que el entonces presidente estadounidense George H. W. Bush la citó como argumento para la operación Tormenta del desierto. ¿Y Nayirah? Era la hija del embajador kuwaití en Washington y fue entrenada para hacer un show.
En efecto, el discurso de la adolescente ante los congresistas y las cámaras de televisión, de tal modo que todos acabaran llorando a moco tendido, correspondió a un guión y una dramatización orquestadas con una empresa de relaciones públicas y mercadotecnia, American Hill & Knowlton, con sede en Nueva York. La empresa fue contratada por la organización Citizens for Free Kuwait (Ciudadanos por un Kuwait libre), del gobierno kuwaití en el exilio, para actuar como lobby (grupo de presión) en Estados Unidos y conseguir una intervención militar. Según terminó por revelarlo el New York Times Magazine, el contrato se hizo por 10 millones de dólares, incluyendo la actuación de la hija del embajador kuwaití. Pudo haberse llevado algunos Oscares: a mejor actriz, mejor guión y mejor producción, pero el que se llevó las bombas fue el territorio iraquí, cuando por lo demás no se estaba lejos de una solución negociada al conflicto. El espectáculo pudo más. Era la época en que a Homero Aridjis le parecía graciosísimo hablar de "Satán" Hussein mientras Ikram Antaki pegaba de alaridos contra Iraq y el periodista Gregorio Selser ante las cámaras de Televisa. En casi 30 años los intelectuales no han dejado de plegarse al poder mediático y de ver el curso de las relaciones internacionales como un espectáculo al que hay que presentarse "a moco tendido". Pobres bebitos.
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