El candidato opositor Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es, en parte, la continuación del desgajamiento de la izquierda que se produjo en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en los años '80. Con todo, hasta ahora el único y enorme partido populista que ha habido en la Historia del México moderno ha sido el mismo PRI, si no se olvidan sus formas clientelares y corporativizadas (la corporativización no se encuentra en la coalición Juntos Haremos Historia, de López Obrador, aunque en cambio sigue presente en el PRI).
López Obrador no tiene nada que ver con Venezuela primero porque es un ignorante en política exterior y, segundo, porque van en sentido contrario: mientras en Venezuela ha terminado por instalarse una "boliburguesía" ("burguesía bolivariana") que hace su agosto al amparo del Estado, robándole, lo que propone el candidato mexicano de Juntos Haremos Historia es, por primera vez en la Historia de América Latina (tal vez con la excepción de Costa Rica, y dejando de lado a Cuba) que el Estado deje de ser el principal camino de "acumulación" de riqueza, es decir, que las clases dominantes dejen de utilizar al Estado para enriquecerse, lo que han hecho por muchas razones (herencia colonial, estrechez del mercado interno/nacional, competencia de empresas transnacionales, etcétera...). López Obrador ha hecho su propuesta hablando de separar el poder económico del político. El problema no está en el enriquecimiento en sí, sino en el hecho de hacerlo a costa del erario público, por lo que el empresariado debería encontrar facilidades para empezar "desde abajo" y progresar con una verdadera competencia, hasta donde es posible en el mundo de hoy, de capitales muy concentrados. Entretanto, la "austeridad republicana" debería permitir que los altos funcionarios dejen de hacer negocio llenándose los bolsillos y permitiendo que lo hagan sus "empresarios compadres", a costa de un gigantesco despilfarro de recursos. Si López Obrador llega a la presidencia y logra lo descrito, México habrá sentado un precedente único en América Latina, sin que importe mucho que aquél se haya puesto a hablar como cura de Pungarabato.
La "pejefobia", la fobia a López Obrador que al mismo tiempo se encubre acusándolo de "odiador", es en parte resultado de la polarización de la sociedad mexicana que el PRI populista contenía en el pasado, conciliando a derecha e izquierda. Es también clasismo de quienes consideran que el candidato es "naco"en un país que por herencia colonial y por pugna desenfrenada por el estatus desde el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) hizo creer a muchos que son "de Primer Mundo" . Como escribiera Hernán Gómez Bruera en el periódico mexicano El Universal, "la AMLOfobia es el rechazo a que un sujeto de origen humilde ocupe o pretenda ocupar un espacio de poder que se considera reservado a las élites. Es el temor a que un rústico pueblerino que nació en una localidad perdida en la Macuspana, cuya madre vendía abarrotes en una panga; alguien que se come las eses, no habla idiomas ni tiene posgrados en el extranjero pretenda ser presidente de la República". "Algunos de nuestros más ilustres intelectuales -escribió Gómez Bruera-, firmes defensores de la democracia, la pluralidad y la 'lucha contra toda forma de discriminación', según discursan, también padecen pejefobia. Dicen rechazar a AMLO por su presunto 'mesianismo' y 'autoritarismo', pero lo que en el fondo desprecian es su falta de refinamiento, su 'falta de mundo' o que no hable como ellos creen que debe hablar un político". Para un junior mexicano no hay mayor diferencia entre López Obrador y el amigo Layín de Huaristemba. Salvo que la sencilla propuesta de López Obrador, la "austeridad republicana", crea temor entre quienes se creen los dueños de México sabiendo al mismo tiempo que no son legítimos.
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miércoles, 9 de mayo de 2018
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