Desde poco antes de que comenzara el sexenio que ya se termina, la "opinión pública" mexicana, si se la puede llamar así, ya estaba contagiada con dos "consignas": golpetear con lo que fuera -cosas importantes y otras nimias- al presidente de la república, Enrique Peña Nieto, pero también al "traidor neoliberal" Miguel Angel Mancera, jefe de gobierno de la Ciudad de México. Los seguidores capitalinos de Andrés Manuel López Obrador se prestaron bastante bien a las dos cosas (y más de un priísta a los ataques contra el jefe de gobierno chilango), pese a que en algún momento el líder del Movimiento de Regeneración Nacional trató de parar las arremetidas contra Mancera. Lo cierto es que, desde un ángulo negativo, la Ciudad de México siguió viviendo, junto a los problemas de toda gran urbe, los de un desarrollo inmobiliario descontrolado y pésimamente mal planeado, si cabe hablar de planeación.
Con todo, estaría por probar que hubo corrupción en la administración de Mancera. Dijo irse "limpio y sin dolo", y lo cierto es que, en un raro ejercicio de honestidad por parte de funcionarios públicos, el gobierno de la Ciudad de México dejó abierta una plataforma por Internet (gestiontransparente.cdmx.gob.mx) en la cual se puede consultar todo lo actuado por el gobierno capitalino de 2012 a 2018, en materias tan importantes como obras, adquisiciones, programas sociales y especiales, etcétera. Está el presupuesto y, puntualmente, en qué se gastó. Y está a la luz pública.
Como se maneja la "opinión pública", no han faltado los rumores de que Mancera se enriqueció, en particular con franquicias de los Bisquets de Obregón, aunque ya las tenía antes por herencia familiar. No falta, desde luego, quien asegure haber visto, personalmente (o quien jure que se lo contó un guarura), cómo entraban los agentes inmobiliarios con fajos llenos de billetes a las oficinas de Mancera. Y de remate, como el ex jefe de gobierno es oficialmente soltero, quien garantice que "soltero maduro, maricón seguro". Sucede, como lo ha explicado Javier Sicilia en la revista Proceso, que una parte de la masa mexicana es muy mezquina: el miskin (en árabe) "se refiere en un sentido a los siervos de palacio que tenían un comportamiento despreciable, es decir a aquellos que, pendientes de las pequeñas inmoralidades de sus amos y no de sus grandes atrocidades, de las que ellos mismos eran víctimas, se solazaban en ellas para sentirse mejores". Así, "agazapados en su propia miseria se solazan en la de otros para aliviar su conciencia cómplice de su propia miseria y de su capacidad para tolerarla". Con el agravante de que llegan a inventarle las miserias al otro. Que haya habido un gobierno honesto en la Ciudad de México es algo inadmisible, o en todo caso de muy muy poca relevancia frente, sí, al hecho de que, para la gente incluso open minded, los capitalinos hayan estado regidos por un gay de fantasía (completamente inventado) con estilo neoyorquino. La calumnia, si no quema, tizna.
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