Una de las cosas más chics de la ultraizquierda y de los campi universitarios es estar a favor de la inmigración, del "otro". No es muy difícil imaginar que esta postura le regala gente a la derecha, la cual, desde Estados Unidos hasta Europa, está contra los inmigrantes. Como ha dicho el científico Jean Bricmont, una de las preguntas que habría que hacerse es: ¿cuántos?
Bricmont cuenta que en entrevista en los años '70, el entonces presidente estadounidense James Carter, adalid de los Derechos Humanos, le insinuó al líder chino Deng Xiaoping que debía "abrir sus fronteras y dejar salir a la gente". El chino contestó: "¿quiere usted ver desembarcar a 10 millones de chinos en Estados Unidos?". Carter ya no insistió.
Dos son los grandes argumentos para simpatizar con los inmigrantes: huyen de las guerras y de la miseria, por lo tanto, sufren, y hay que apiadarse. Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en 2017 más de 68 millones de personas fueron obligadas a dejar sus hogares por la guerra, la violencia y otras formas de persecusión. ¿Estados Unidos, algún país de Europa o toda Europa están dispuestos a recibir a 68 millones de personas, sin distingos de jerarquía? Según Naciones Unidas, para 2017 unos 767 millones de personas vivían en pobreza extrema. Misma pregunta: ¿quién se anima a recibirlos, sin reparos ni jerarquizaciones?¿767 millones de nuevos habitantes en Estados Unidos?¿767 millones de nuevos europeos o de nuevos alemanes?
Los mismos que son toda caridad para los refugiados del mundo entero, un lugar "sin fronteras" y al parecer sin límites, han olvidado hace rato el desarrollo, palabra que se emplea cada vez menos, cuando no ha caído en el total olvido. ¿No sería mejor pelear por el desarrollo de los países del Sur de tal modo que no sean fábricas de emigrantes? También han olvidado la paz: están por ejemplo contra el "autoritario Bashar" en Siria, a favor de los "rebeldes", aunque sea porque es más folklore, y listos para recibir a millones de sirios. Alemania recibió un buen millón. Después de todo, la inmigración, lo sabe el patronato de Europa Occidental desde la segunda posguerra del siglo XX, empuja los salarios a la baja y pone a los trabajadores a competir, si es que los inmigrantes aún encuentran trabajo y no se emplean en el pequeño comercio o en la "informalidad", porque las industrias metropolitanas están en crisis. Como sea, gran patronato y ultraizquierda coinciden, y el que no brinque es "fascista".
Ni desarrollo ni paz, entonces. ¿Qué haríamos de nuestra mala conciencia? Después de todo, el "hombre blanco y colonizador" tiene la culpa. Bueno: ¿por qué no frenar la depredación de las empresas transnacionales en el Sur o luchar por la cooperación para el desarrollo, algo distinto de la inversión extranjera, por cierto? Tampoco. Es preferible algo así como la extorsión al país "rico" y a sus habitantes, que deben compartir su "bienestar", suponiendo que todos lo tengan, con 68 millones de refugiados de guerra y 767 millones de personas en pobreza extrema. ¿Qué ocurre cuando en nombre de los Derechos Humanos se hace creer, y ciertamente parece amenaza, que por gran compasión unos 835 millones de habitantes tienen todo el derecho y deberían tener todas las libertades de entrar al Primer Mundo, puesto que todo es asunto de "los derechos y las libertades"? Pues la gente empieza a votar por la derecha que quiere poner un alto. ¿Y qué con los 150 millones de desplazados del cambio climático anunciados por el presidente francés Emmanuel Macron?
De todos modos, en nombre de los Derechos Humanos, el blanco es el equivocado: no se hace nada por la paz, el desarrollo ni la cooperación, ni contra las empresas transnacionales. Es que todo está permitido y nada es posible.
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