Raúl Zibechi acaba de escribir en Brecha que la izquierda no es nada sin ética y sin compromiso con la verdad. "La ética, dice, se pone a prueba sólo cuando tenemos algo que perder". Y acto seguido, en algo típico de un ultraizquierdista, Zibechi se lanza a un artículo que se compromete con el poder y no pierde gran cosa, porque de lo que se trata no es de ganarse al lector, aún a contracorriente, sino de chantajearlo impresionándolo desde la ínfula moral. El tema de partida es el que ha estado dividiendo a la izquierda recientemente: ¿hay que condenar o no al régimen de Daniel Ortega en Nicaragua? No hacerlo y, lo que es más, defender a Ortega en estos momentos es perder frente a un puñado de "grandes intelectuales" (Carlos F. Chamorro, Gioconda Belli, Sergio Ramírez....) que tienen a su favor todo el aparato mediático internacional y la desinformación sobre lo que ocurre en el país centroamericano. Es lo de menos, porque el señor Raúl Zibechi termina mostrando, según se verá, en qué ha caído buena parte de la izquierda, y no nada más la "ultra".
Desde luego, varias frases inútiles se le van a Zibechi en deslindarse del "estalinismo", lo que no es jugar a perder. "Pocos pueden creer que entre 1937 y 1938 hubiera un millón y medio de rusos aliados de las potencias occidentales (todos miembros del partido), escribe este señor que como buen "liberal"no distingue entre "ruso" y "soviético" (...). Fue -prosigue- la cifra de condenados por la gran purga de Stalin, de los cuales casi 700 mil fueron ejecutados y el resto condenados a campos de trabajos forzados.. Si ése es el precio a pagar por el socialismo, habrá que pensárselo dos veces", remata Zibechi. Ignora los trabajos de archivo de Grover Furr que muestran que no fue la "purga de Stalin", sino de Nikolai Yezhov contra Stalin. Y que fue "el partido" el que detuvo una conspiración muy próxima del comienzo de la guerra para liquidar comunistas inocentes y endilgarle los muertos a Stalin, porque una parte de la burocracia soviética jugaba desde 1936 la carta de la alianza con Alemania y Japón contra el mismo Stalin y la democratización del sovietismo. Zibechi no tiene compromiso ninguno con la verdad: sale corriendo a deslindarse otra vez para "impresionar" al lector y mostrarse como quien está del lado de las tesis manidas del poder "liberal".
Acto seguido, el enceguecido Zibechi espeta: "no quieren aceptar que Rafael Correa es culpable en el 'caso Balda', ejecutado por los servicios de seguridad creados por su gobierno y supervisados por el presidente". ¿No puede Zibechi esperar al proceso, hasta ahora plagado de contradicciones en un país que no tiene ley, o es que Zibechi ignora lo que está pasando con la justicia en el Ecuador? Para no perder, no defenderá al preso político Jorge Glas.
El remate sorprendente es éste, lleno de lírica: "lo más triste es que la Historia parece haber transcurrido en vano, ya que no se extraen lecciones de los horrores del pasado. Sin embargo, algún día esa Historia caerá sobre nuestras cabezas, y los hijos de las víctimas, así como nuestros propios hijos, nos pedirán cuentas, del mismo modo que lo hacen los jóvenes alemanes, increpando a sus abuelos sobre lo que hicieron o dejaron de hacer bajo el nazismo, escudados en un imposible desconocimiento de los hechos". Ya está: el supuesto silencio ante "los horrores de la izquierda" equivale al silencio ante el nazismo. Es la tesis "liberal" de los dos totalitarismos. Ningún mocoso preguntará a sus papás "liberales" por el tráfico de esclavos, las guerras del opio, las intervenciones armadas en el Caribe y Centroamérica, la primera Guerra Mundial, Vietnam, el asesinato de Lumumba y el de Allende, el apartheid sudafricano, las guerras de Indochina, Madagascar y Argelia, los muertos de Panamá, Iraq, Yugoslavia, Afganistán, Libia, Somalia y Siria, los asesinatos en masa en Indonesia, las dictaduras del Cono Sur, Hiroshima y Nagasaki y la lista, la verdad, puede alargarse mucho.
Concluye Zibechi, cachondo: "son los momentos calientes de la vida los que moldean actitudes y definen quiénes somos". Esta es la clase de discurso de poder clasemediero que infaliblemente, de Mario Benedetti a Eduardo Galeano, pasando por José Mujica, se produce en la "temperatura" de alguna oficina montevideana. Y es la clase de colaboradores que elige el portal de noticias ruso Sputnik: "liberales" de clóset.
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viernes, 7 de septiembre de 2018
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