La ultraizquierda ya puso el grito en el cielo ante la idea del presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, de crear una "Constitución moral" que, digámoslo así, en algo ayude a la gente a discriminar entre el bien que se convierte en iniciativa y acto y el mal que suele serlo por pasividad y negligencia. Luis Hernández Navarro, por ejemplo, del periódico La Jornada y de Telesur, juzgó i-nad-mi-si-ble que se quiera hacer una "Constitución" de este tipo, aunque está claro que no será coercitiva ni obligatoria, ni nada por el estilo. José Agustín Ortiz Pinchetti, uno de los escogidos por López Obrador para trabajar en el texto, dijo en entrevista con la periodista Azucena Uresti, de Milenio, que se trata sobre todo de hacer una nueva versión de la Cartilla Moral de Alfonso Reyes, que data de 1944. Esta Cartilla tiene poco o nada de religioso y sí mucho de educación ética y cívica elemental. López Obrador cometió sin embargo el error de incluir entre quienes trabajarán el texto a alguien de la productora Argos, que podría entender "educar para el bien", como lo quería Reyes, como volver a la gente tolerante a la legalización de la decadencia.
El asunto es que, en los gobiernos progresistas que se fueron al agua en varios países de Sudamérica, se terminó considerando que una de las fallas fue cultural. Otros estiman que no se educó políticamente a la gente. Si se quiere, mientras se sacaba a muchos de la pobreza se los dejó en la indigencia ética y cívica, una suerte de analfabetismo, siguiendo la inercia de un sistema que considera que "cada quien tiene su moral", lo que es falso: pocas veces las conductas han estado tan estereotipadas y homogeneizadas como ahora. Hannah Arendt decía que el problema con los "totalitarismos" no eran el fascista o el comunista convencidos, sino la incapacidad de muchos otros para discernir entre el bien y el mal.
O bien no se consideran necesarias la educación ética y la cívica, porque se privilegia alguna "ley natural" o los "usos y costumbres", o bien se da por sentado que, con todo y su sabiduría, el pueblo suele ser mantenido en la ignorancia y no estaría mal que saliera de ella y se concientizara, que es por cierto lo que le "recetó" el cantautor cubano Silvio Rodríguez en entrevista al ex mandatario ecuatoriano Rafael Correa. No es con series de Argos, ni con churros de Televisa, ni con banda sinaloense para marcarle el ritmo a todo el país, ni con la lectura del periódico Metro, que se va a "regenerar" la nación. Ni con inglés + computación. Ni la izquierda lo hará con las milongas de José el Pepe Mujica. Ni con redes sociales ni emojis. Pero la clase media conservadora y la ultraizquierda libertaria están listas para sabotear cualquier cosa que huela a bien común con ese "argumento" de que cada quien tiene su moral, como si se estuviera hablando de la propiedad privada y sus diferencias de tamaño. Lo que parece un asunto totalmente nimio, y que está siendo tratado como tal, salvo para resistírsele "porque el Estado no puede intervenir en asuntos personales", como si de éso se tratara, se puede convertir en un serio obstáculo en el proyecto de López Obrador para conseguir la regeneración nacional y el cese de la corrupción, un fenómeno que va más allá de la ilegalidad e incluye comportamientos legales, pero de moralidad muy dudosa, como la indiferencia a las trapacerías o a las tribulaciones del prójimo. En México, como en muchas otras latitudes, ya está instalada esa indiferencia a la banalidad del bien y banalizado un acto como disolver al prójimo en ácido (que igual puede ser calcinarlo, lincharlo, desollarlo, descuartizarlo, desaparecerlo, balearlo, asaltarlo, secuestrarlo, ejecutarlo, levantarlo, etcétera), porque hay quienes ya no distinguen qué es humano y qué no. ¿Lo distingue por cierto la ultraizquierda enferma de poder?
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viernes, 14 de septiembre de 2018
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