Los científicos mismos suelen encargarse de mantener una imagen impoluta, porque, se supone como si fuera el Medioevo, son gente más interesada en "trascender" que en ocuparse de asuntos terrenales como el dinero. No, los científicos están hablando con las musas, como le corresponde a un genio, o bien "comprometidos con la sociedad a la que se deben", como le corresponde a un evangelizador. En la universidad pública cada quien está en su cubículo buscando inspiración y no en los pasillos intrigando contra el colega vecino. El reino de los científicos no es de este mundo. Ser científico es casi un sacerdocio.
La realidad es otra y en países con tradición de clientelas, el mundo de la ciencia es clientelar, por lo que sí hay cotos de poder (también hay pugnas por el poder en el mundo desarrollado, pero por otras razones). Después de todo, los científicos son asalariados estatales y la universidad pública funciona como una Secretaría de Estado. La multiplicación de instancias de evaluación se presta a discrecionalidades y corrupción. En el mundo de la ciencia hay influyentismo y amiguismo, y ni siquiera la introducción reciente de códigos y comisiones de ética evita esas pandemias, que por lo demás no se ventilan, contra lo que quisiera ahora AMLO. No se ventilan bajo el supuesto completamente erróneo de que la ciencia está alejada de los "intereses materiales" y de que los científicos no están determinados por nada, más que por sus "derechos y libertades". En el mundo de la ciencia hay omertá, la ley del silencio.
No es un fenómeno de siempre, sino que tiene mucho que ver con el cambio de las condiciones de trabajo desde los años '80, que llevaron a una gran regresión y a muchos científicos a participar en la desvalorización de la universidad, accediendo a formas apenas encubiertas de privatización y saqueo, siguiendo patrones foráneos, al grado de llegar a tratar la vida académica interna como "ilegítima". Así se introdujo la competencia de todos los intereses particulares por encima del interés general, que se volvió meramente retórico: la autonomía es un discurso de una casta de intermediarios que no quiere perder su posición privilegiada para extraer una renta. Como dijo alguna vez el escritor siciliano Leonardo Sciascia, donde no quedan más que intereses particulares es que ha ocurrido la sicilianización del lugar. Por lo demás, un ingenuo AMLO suele tener a la mafia en sus narices en educación superior y en divulgación de la cultura.