El mundo de los medios de comunicación masiva (prensa, televisión y radio), con frecuencia opositor, parece destinado a pasarse todo un sexenio con un disco más rayado todavía que el de la "felicidad del alma" y el "bienestar". Algunas cosas ya han sido apuntadas en algunos rincones de esos medios. En primer lugar, se conducen como si hubieran ganado las elecciones y sin darse cuenta de que las perdieron y por mucho, salvo que la soberbia sea proporcional a la pérdida de "chayote": el miedo no anda en burro. Juzgan desde las grandes alturas en el estilo que no deja de recordar al del Marqués de Vargas Llosa, gran modelo e imperturbable en su altanería y en sus metidas de pata. No se puede concordar en la opinión de Alfredo Jalife-Rahme, quien no baja a Enrique Krauze de plagiario, porque no es una manera de discutir y Krauze tiene su mérito. El problema es que lo está perdiendo al buscar hacer encajar el curso de las cosas en un "modelo" (de democracia) que es puramente intelectual. Es de lejos preferible el Krauze historiador. En segundo lugar, como lo acaba de señalar un columnista de El Economista, dichos medios parecieran querer vender la fantástica creencia de que vivíamos en Suecia hasta que llegó "Lopitos" a convertirlo todo en "Mexiquito". López Obrador tiene razón: no denunciaron ninguno de los increíbles saqueos del país en las últimas décadas, pero están al acecho del menor centavo chueco en el gobierno actual o se indignan porque el presidente, que no se puede estar quieto en Palacio Nacional, le dió un beso en el cachete a una niña indígena al principio de la epidemia. En tercer lugar, se busca vender la creencia de que el mandatario mexicano está "fuera de la realidad" cada vez que no comulga plenamente con una cámara empresarial o acreditadora extranjera, que tampoco dijeron nada de la corrupción galopante en las últimas décadas. Resulta que la realidad son los negocios, pero ni siquiera bien entendidos, sino el "capitalismo de compadres" que era el imperante. En este orden de cosas, hasta alguien como el antropólogo Roger Bartra recita -y encuentra eco- que se está volviendo a los tiempos de Luis Echeverría, cuando López Obrador no ha estatizado nada. Es parte de lo mismo, hasta donde Echeverría fue el coco de los empresarios.- Muchos priístas no defienden nada de su pasado, salvo que, en lugar de Echeverría, prefieran quedarse con el autor del 2 de octubre de 1968, el señor Alfonso Corona del Rosal. No defienden ni a la buena gobernadora priísta de Sonora, Claudia Pavlovich Arellano, como tampoco han defendido mayormente al ex gobernador de Coahuila, Humberto Moreira. Para redondear, ni el ex presidente Vicente Fox ni menos aún el ex mandatario Felipe Calderón parecen haberse dado cuenta de que ya salieron de Los Pinos.
En los medios, pues, salvo uno (aunque La Jornada tampoco es tabla de salvación, y sí en cambio refugio de ultras), hay que soportar que se estén volviendo ilegibles a fuerza de repetir a coro que el presidente todo, absolutamente todo lo hace mal. No está a la altura de los columnistas. Como alguna vez lo viera con especial agudeza Plutarco Elías Calles, predominan la grosería maliciosa y la refinada mala fe. Grosería maliciosa, por ejemplo, la que destila alguien como "don" (sic) Guillermo Sheridan en sus tuits, que cuando no están en el culto a la personalidad de Octavio Paz parecen creerse que López Obrador es el camarada Kim Jong-un o algo así. Agarrar a Gerardo Fernández Noroña para pitorrearse de él no requiere de mayor esfuerzo, es facilón, sobre todo cuando no se tienen las agallas -a diferencia del "camarada" Fernández Noroña- para denunciar al totalmente gangsteril Genaro García Luna (lo tuvo que hacer sola durante bastante tiempo la aguerrida y auténtica periodista Anabel Hernández). Carlos Marín es otro que hostiga con su majadería: este "periodista donde los hay" debería estar amarrado por el Santo Oficio al Manual de Carreño, pero igual prefiere la grosería maliciosa, "la maña", el madruguete, el desplante de humor... De refinada mala fe pueden hablar desde Bartra hasta alguien envuelto en erudición como Jean Meyer Barth, panegirista de los cristeros (según lo llamara Fernando Benítez) que ha aprendido la regla del medio: "quedar bien" para ganarse favores, ser zalamero en el momento preciso (como lo fue en El Universal con "Nuestros valientes", algo un poco excesivo para Marín o Héctor Aguilar Camín) y "retomar sus espíritus" para en un "Narciso Rey" equivocarse de cabo a rabo sobre López Obrador. No falta el aprendiz, dizque proveniente de "la revolución con la que todos soñamos" (por unos días), que sin defender su origen priísta se suma al coro para hacer como todos los machos reconvertidos al fervor por las "chicas": mentir para convivir y siempre, siempre "quedar bien" para ganarse favores. De mercenarios como Pablo Hiriart, un caso patológico, o Jorge Fernández Menéndez, ya se ha hablado aquí. Ningún chile les embona.
Nadie de esta fauna toma en cuenta en qué consiste el proyecto de López Obrador, el fundamental (acabar con la corrupción gubernamental): es que ta vez son "nostálgicos del pasado", si ya cobraron cierta conciencia de que sus medios no pasan por su mejor momento, y podrían no volver a tenerlo. Pero cuidado: habiendo perdido el gobierno, siguen teniendo el poder, al menos el de hacerle creer al incauto que, como todos acabamos en un puño de tierra, todos somos materia corruptible y destinada a la putrefacción (es decir, que todos somos susceptibles de "entrarle", por lo que el gobierno de López Obrador acabará, él también, en historias de cuates, compadres, amigos y socios, en el patrimonialismo galopante y en la corrupción). En serio: podría tratarse de "nostalgia del pasado". Porque de indagar algo no se trata, sino de una mezcla llamativa de soberbia con la peor ignorancia.
Tal vez todo sea vanidad de vanidades: a alguien como a José Ramón Narro Robles, un formidable corruptor, se le huele como la "fragancia" a un zorrillo. Como en el laidós griego, no tienen pudor ni escrúpulos cuando de dañar se trata.