Los programas sociales actuales del gobierno mexicano tal vez sean menos espectaculares de lo que se cree, así esté llegando hoy por lo menos una ayuda a cada uno de los hogares del país. No es con este tipo de programas que se abatirá la violencia de manera importante, dándole entonces seguridad a la clase media y a los ricos (para que no sean secuestrados, extorsionados, etcétera...). Los "pobres" no son un grupo homogéneo y no hay automatismo material que convierta a un lumpen, por ejemplo, en un hombre de bien, o que haga que un sicario rectifique ante la cantidad gubernamental ofrecida, infinitamente menor a lo que puede hacer brillar el crimen organizado.
Por momentos, la visión del "pueblo" en algunos círculos oficiales es tan penosa que se propuso, por ejemplo, un "Memorial de Tlahuelilpan", como si hubiera algo que "conmemorar" en esa localidad donde 137 personas perdieron la vida -eran gente de pueblo- por dedicarse de manera completamente irresponsable al llamado "huachicoleo". El gobierno pidió que "las víctimas" (?) "no sean estigmatizadas" por el hecho de haber muerto cuando, poco antes de que explotara la toma clandestina, se encontraban (hasta alegremente, se puede decir) llenando recipientes con combustible robado. ¿A partir de qué nivel de ingreso se puede exigir algo de responsabilidad? La creencia de que la pobreza, incluso extrema, conduce a la delincuencia o al robo de combustible no honra mucho a lo que alguna vez fue el pueblo mexicano: todavía hasta los años '70, cualquier pobre decía que prefería el peor de los trabajos a robar, por lo que algo cambió en la educación y la cultura, aunque sea por el desparpajo del saqueo desde arriba y la demolición de toda alternativa. Aunque el mandatario mexicano, Andrés Manuel López Obrador, sepa que las cosas no son exactamente así (pueblo=ideal), no parece haber en el gobierno actual un esfuerzo mayor por sacar al pueblo de la ignorancia gracias a la educación y la cultura (la secretaria de Cultura no tiene ni conciencia del problema y el secretario de Educación no siempre responde a los mejores intereses, aunque rescate Civismo e Historia). Dicho de otro modo, los "estímulos materiales" no garantizan que se salga de dicha ignorancia. Por cierto que tampoco parece preocuparle a otros sectores de la sociedad (clase media o ricos) que la gente del pueblo salga de la ignorancia mencionada, que a su manera comparten otros (incluso en el gabinete de López Obrador, podría decirse). Es algo que se acostumbra tanto que hasta un presidente (Vicente Fox) consideró que leer es casi un riesgo para la salud.
De los programas sociales, a veces en cierto estilo estadounidense, algunos son interesantes, como "Sembrando Vida", de apoyo a pequeños productores campesinos (es de la Secretaría de Bienestar, a cargo de Maria Luisa Albores... ¿alguien ha visto al secretario de Agricultura?) de tal forma que sean activos en la recuperación productiva y en el ahorro. Es un ingreso para campesinos por debajo de la línea de bienestar rural para que establezcan sistemas productivos agroforestales, combinen cultivos tradicionales con árboles frutícolas y maderables y creen cultivos de milpa intercalada entre árboles frutales. Dos programas se antojan obligados o "de cajón": de ayuda a discapacitados y de ayuda a madres solteras, padres solos (sic) o tutores que trabajan. En cambio, se entiende menos que se universalicen apoyos a los adultos mayores o a estudiantes (Becas Benito Juárez) sin considerar las diferencias de ingresos y por ende de necesidades. En estos casos, se trata de una forma de igualitarismo que le otorga absurdamente lo mismo a quien le toca que a quien no le toca, por lo que no se trata de programas que exijan algo en retribución. ¿Es que al pueblo no se le puede poner delante de ninguna obligación? Lo podrían hacer, como se ha sugerido en redes sociales sobre las becas para los jóvenes. No es dinero para gastar en Bacardí, toques, perico, chelas, gomichelas, plebonas o trajineras, y por cierto que tampoco es cuestión de "responderle al que paga los impuestos", sino al Estado, que para el caso es algo distinto del gobierno y los contribuyentes. Con buena parte de la población económicamente activa en la informalidad (y algunas profesiones liberales exentas), México no es el país de "los contribuyentes" (aunque importa que haya mejorado la recaudación y que se evada menos, sobre todo entre empresotas).
Si los intermediarios son eliminados, los programas resultan menos clientelistas. Tal vez no esté mal elevarlos a rango constitucional, pero López Obrador y su secretario de Adulación Pública, John M. Ackerman, se equivocan al considerar que se trata de derechos y no de igualdad de oportunidades. Si se tratara de lo segundo, justamente se le daría más a quien le toca que a quien no le toca, para igualar circunstancias y capacidades, pero en las filas de lópezobradorismo reina la total confusión sobre lo que significa una meritocracia a la que se confunde erróneamente con el "neoliberalismo" y por ende se denosta (en el capitalismo subdesarrollado se le da al que ya tiene, algo que es un ejercicio predilecto entre intelectuales, por ejemplo, y se le quita a quien casi no tiene). Como sea, estos programas (el de "Jóvenes construyendo el futuro" es un extraño regalo al empresariado) no son el meollo de un proyecto centrado en acabar con la corrupción gubernamental. Si lo último resultara de verdad, al menos en el servicio público y para beneficio popular, México sentaría un precedente único y de gran avanzada en América Latina. Mucho de lo demás cojea y no es nuevo: bastaba con leer el proyecto de nación que llevó al actual mandatario al gobierno (¿fue leído ese proyecto coordinado por Alfonso Romo?) para darse cuenta de que educación y cultura importan muy poco y no cuentan más que como algo "externo", aunque tampoco está mal, para dejar de lado la corrupción, que el gobierno deje de comprarse aduladores y omisos por cantidades astronómicas. Como "toca de oídas", es probable que el presidente de México (foto, abajo) ignore que a su secretario de Adulación Pública lo encumbró no un pueblo del que nada sabe, sino la cooptación oportuna del "porro perfumado" priísta (y hoy ex priísta), cuyas huestes lo convirtieron en la persona de élite que en realidad no es. Hay que estar en la desverguenza al mejor estilo estadounidense y asesorado en la "maniobra" al mejor estilo guerrerense para afirmar que el mandatario mexicano, además de haber superado a Benito Juárez, es "un científico". Aquí se le da a quien no le toca, aunque cree que le requetetoca.
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