La universidad pública está tan bien adaptada al "mercado" que se ha olvidado de su carácter de "pública". No brinda carreras o formaciones profesionales, sino que tiene una "oferta académica", en un pulido lenguaje económico. No se atreve a decirlo así, pero en el mercado juegan la oferta y la demanda (para llegar al precio), por lo que no falta el universitario que se lance a "satisfacer la demanda". ¿De quién? De "la sociedad", bajo el supuesto bastante extraño de que la universidad no forma parte de "la sociedad", sino que le es exterior, por lo que incluso tiene que "rendirle cuentas". ¿Al Estado? No, a "la sociedad", sin que quede claro de qué se está hablando. Los antiguos asalariados del Estado (los académicos lo son) parecieran haber agarrado, sin entenderla, cierta prisa por proletarizarse y por arrastrar a todos en la proletarización. Proletario es quien vende su fuerza de trabajo (y nadie escribió que debía ser obligatoriamente manual). Así que hay que salir a "ofrecerse", o en otras palabras, a ver "qué se vende": una asesoría, unos minutos en un programa de televisión o de radio, una pequeña entrevista en el periódico, alguna expertise (el consejo "experto"), un poco de know how sin que importe en lo más mínimo el know why, un briefing para el nuevo tipo de político (también de mercado), el resumen para la iniciativa privada, el "organismo de la sociedad civil" o, si queda algo a la vieja usanza, el pequeño servicio -qué tal una encuesta- para el subsecretario de la secretaría de Estado. Lo último que cuenta (y lo que vale muy poco, o casi nada) es el servicio público y la consideración de la generación de conocimiento como servicio público. En este caso, la tarea bastante lógica de un universitario sería trabajar para la universidad (es decir, para el conocimiento, sobre todo en investigación y docencia), no para esa vaguedad que es "la sociedad a la que nos debemos", como si por lo demás hubiera que "responderle al contribuyente", muy al estilo estadounidense, es decir, a la clase de persona que, justamente en nombre de la demanda, cree que se ha comprado al Estado y sus servicios. Si el contribuyente decide que la función de la universidad es preparar daikiris ¿ello obliga a todos los universitarios a ponerse, además en todas las dependencias (en nombre de la nueva moda: la transversalidad), a preparar los daikiris de la nación? Aquí queda claro cómo se trata de vender la fuerza de trabajo, insistamos, de proletarizarse, así sea sin abandonar los aires de grandeza del graduado en la Rocky Mountains University.
Puestos así a todos los intereses privados, a ordeñar al mismo tiempo la vaca estatal pateando desaforadamente las ubres y a andar de "ofrecidos" en pleno coqueteo con "la sociedad", se olvida toda autonomía y, siempre con la transversalidad, se recogen todas las modas que pasan por la "aldea global", así se diga que es el daikiri de la nación. El último asunto es "la nueva normalidad". Consiste en creerse que todo lo que viene de La Técnica es bueno por naturaleza y confundible con La Ciencia (la investigación básica está en realidad completamente relegada). Si llega del exterior, qué mejor cuando se está en el subdesarrollo del daikiri de la nación. Así que hay que imitar al tiránico gobernador de Nueva York, el señor Demócrata de nombre Andrew Cuomo, y ponerse a la smart city con la gentil asesoría del ex director de Google, Eric Schmidt y la Fundación Bill y Melinda Gates, gente "visionaria": una epidemia, al menos en espera de La Gran Vacuna, como coartada para la utopía high-tech, la enseñanza a distancia, la telemedicina, el home office, la digitalización de todo, la proliferación de protocolos en lugar de la educación cívica o a secas, la banda ancha, la interconectividad, los coches sin conductor, los drones, el cash free , las redes y las redes de redes, la relación humana no touch, el big data, en fin, la creencia de que cualquier problema tiene una solución con solo apretar el botón adecuado y de que la técnica debe inmiscuirse en todos los aspectos de la vida humana y sobre todo civil. El distanciamiento social no es temporal: podría ser un gran experimento, el laboratorio para el rentable futuro-sin-abrazos con grandes beneficios para los tech giants. Es la venta final: del gobierno o la universidad pública a los gigantes de Silicon Valley. No hay que ser muy letrado para ver que se trata de la destrucción del espacio público, el poco que queda, y del riesgo de una mayor precarización y atontamiento en el trabajo (se puede poner internet en todo un país o dar tablets a todos los jóvenes, no se avanza mucho si no hay una educación en serio para no caer en la superficialidad de todo). Es al ex director de Google a quien Cuomo le confió el desconfinamiento neoyorquino: Nueva York como show room de la utopía tecnológica. Más de un universitario se ha apuntado ya, no a indagar o a pensar, sino a ofrecer esta utopía con la creencia, siempre de mercado, de que después de todo, toda oferta crea su propia demanda. Otro buen negocio al que plegarse sin siquiera hacerse preguntas.