La izquierda latinoamericana se ha venido enfrentando desde hace un buen tiempo a un problema de difícil solución: salvo excepciones, como la de México, aquélla no consigue mayorías abrumadoras, y gana en medio de frecuentes polarizaciones. Tal vez ya se haya olvidado, pero en Argentina, pese a la victoria de Alberto Fernández, Mauricio Macri consiguió un 40 % de votos, a pesar de una gestión desastrosa. Fernández no deja de ser tibio, demasiado para algunos kirchneristas, e incluso coquetea con una especie de "centro" con un programa al estilo Demócrata estadounidense, en el cual se reconoce la clase media. En este orden de cosas, se mezclan prioridades sociales con temas completamente secundarios e incluso dudosos, en los cuales se coincide con una parte de la derecha.
En el Ecuador, encuestas preliminares de cara a las elecciones de febrero de 2021 muestran problemas parecidos. Si bien la izquierda va muy adelante del representante oligárquico (Guillermo Lasso, con poco más del 32 % de las intenciones de voto, contra más de 45 % del ex ministro de Rafael Correa, Andrés Aráuz, al menos según sondeos de la derecha), parece lograrse cierta dispersión del electorado en pequeñas clientelas, como las indígenas (Pachakutik, más los feudos de Izquierda Democrática, Democracia Sí, Sociedad Patriótica, etcétera). La ventaja de Aráuz no es abrumadora, no ha cesado la persecusión política que busca inhabilitar a la izquierda y para paliar las cosas, a falta de un Correa impedido absurdamente de participar, apareció como binomio de aquél Carlos Rabascall. Este tiene a su favor algunas cosas, incluyendo méritos muy personales, pero es igualmente cierto que como periodista que fue, difícilmente podía evitarse el tomarse por juez, incluso altisonante, del entrevistado. Su candidatura a la vicepresidencia sería un guiño de ojo a una parte del empresariado, al que no le fue mal con Correa (le fue incluso mejor que con el actual presidente Lenín Moreno). Correa está fuera de las elecciones, pero queda aún por ver lo que harán con el binomio Aráuz-Rabascall las actuales "autoridades" ecuatorianas, que tal vez en verdad quieran la paz del Santo del Patíbulo, Gabriel García Moreno (presidente en el siglo XIX), cuya personalidad singularmente retorcida (pese a su origen guayaquileño y no serrano) retrató el ensayista Benjamín Carrión.
En Bolivia, la ventaja del candidato del Movimiento al Socialismo (MAS), Luis Arce, tampoco es abrumadora, aunque pueda ganar en primera vuelta. Luis Arce lleva poco más del 40 % en los sondeos contra poco menos del 30 % de Carlos Mesa (casi 27 %), con votos dispersos también en pequeñas clientelas, pese a que la presidente actual Jeanine Añez renunció a su candidatura (clientelas regionales como una cruceña, la religiosa de Chi Hyung Chun, etcétera). Por lo pronto, quienes sacaron por la fuerza a Evo Morales de la presidencia lo han inhabilitado para ser senador y tal vez esperen que el MAS sea menos radical. Añez iba con el empresario y político no tan menor Samuel Doria Medina.
El hecho es que ante una derecha recalcitrante y dispuesta a los nuevos tipos de persecusión (legales y con los medios de comunicación masiva), la izquierda se ha visto obligada a alianzas con tal de atraerse a lo que se pueda de algún "centro" del electorado. Curiosamente, los tres procesos descritos van a remolque de lo que consiguió en México el actual mandatario Andrés Manuel López Obrador, popular hasta entre más del 70 % de los mexicanos: un espectro de fuerzas amplísimo y en el que hay de chile, de dulce y de manteca. López Obrador, comparado con el año 2006, perdió en radicalismo y está envuelto en una complicada relación con la clase media. Como sea, cabe observar si en el Ecuador y Bolivia pasan las fuerzas de izquierda, probablemente a costa de "moderarse". Por lo pronto, algo de música boliviana del oriente en taquirari (da click en el botón de reproducción).