Ahora que acaba de rendir su segundo informe de gobierno, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), conserva altos índices de aprobación en las encuestas, que se sitúan por lo menos por encima del 50 % y llegan, según quien lo haga, hasta más del 60 % (en el caso del rotativo español El País). Lo curioso es que estas encuestas reflejan al mismo tiempo bastante descontento con el estado de la economía, la seguridad y la salud, ésto último a raíz de la epidemia del SARS-Cov-2. Tampoco son demasiado relucientes los resultados de las encuestas en materia de combate a la corrupción, asunto que, no hay que olvidarlo, es el principal en el gobierno de AMLO y la principal y sistemática omisión de la oposición, salvo en su intento de demostrar que "todos los políticos son iguales" (efectivamente, para un analfabeto todos los libros son iguales). Pareciera que la gente está contenta sobre todo con los programas sociales del gobierno, aunque suele ser la pregunta faltante de las encuestas.
AMLO sigue rodeado de alguna gente que intenta forzar las cosas y que provoca. El mandatario mexicano ya ha dicho que, en caso de consulta popular para saber si se debe llevar a juicio a ex presidentes, él votará en contra. Es el finamente hipócrita y eterno "corresponsal de guerra" (es la renta que se encontró), Epigmenio Ibarra, quien está induciendo por Internet a dicho juicio, sin lograr hasta ahora absolutamente nada que se parezca a una adhesión importante (www.juicioexpresidentes.mx). No estaría mal señalar que, frente al hecho de que debería tocarle al Partido Revolucionario Institucional (PRI) la próxima presidencia de la Cámara de Diputados, AMLO ha dicho que debe ser así, pese a las maniobras en otro sentido de acelerados lópezobradoristas como Gerardo Fernández Noroña, aunque fuera de los pocos en enfrentarse a Genaro García Luna, el ex súper policía a ser juzgado en Estados Unidos. El fiscal general de la República, Alejandro Gertz, y el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Arturo Zaldívar, ni siquiera se asomaron al segundo informe, pese a haber sido invitados. No parece que AMLO, más allá de una inveterada terquedad, se esté conduciendo como Pol Pot, aunque nada le impide a la oposición fabular y calentarse la cabeza hasta hervirse las neuronas. El presidente de México ni siquiera le ha recordado al ex mandatario Felipe Calderón (Acción Nacional y ahora México Libre, de derecha) que las reglas no escritas del régimen mexicano implican que los ex presidentes se abstengan de hacer política más allá del sexenio correspondiente, lo que, cabe recordar, han cumplido todos los ex presidentes priístas. El hecho de guardar un criterio propio ante las críticas de la oposición supone debatir, no tildar bajo todas las formas al mandatario de "rijoso" porque no se deja, salvo que se quiera a la antigua usanza una esfinge para efectos de protocolo, para seguir mientras con "los derechos y las libertades" de seguir traficando de todo con o sin la anuencia del ungido.
Es muy pronto para evaluar lo hecho por López Obrador. Pero lo que sí puede decirse es que no hay nada en materia de educación y de cultura. Y no es que le importen a la oposición, incapaz de salir de intrigas y maniobras puramente politiqueras. Hasta ahora, salvo en la distribución de la Cartilla Moral de Alfonso Reyes, que comienza enseñando que el bien no es lo que uno pueda agarrar para beneficio propio, y que promovieron los integrantes del partido Encuentro Social (PES), no se ha hecho nada por lo que se quiso llamar en un principio la "revolución de las conciencias": nada por los valores, contra las actitudes heredadas del mal llamado "neoliberalismo", nada contra la parte de la corrupción que va más allá de lo ilegal y no es moral, nada por la conducta cívica, nada contra el comportamiento de franjas enteras de la población que no ven en México más que un lugar para "agarrar" sin retribuir, como cuando se está en territorio conquistado. Hay algo más grave: se le está dando al pueblo, a través de los programas sociales, sin pedirle nada a cambio. Es cierto que puede ser obligación del gobierno, pero quien recibe también tiene la obligación de dar y/o devolver al Estado. En materia de educación, el secretario Esteban Moctezuma (Secretaría de Educación Pública-SEP), salvo uno que otro lance (restablecer Civismo, por ejemplo), brilla por su ausencia y falta de iniciativa. Ni se diga la Secretaría de Cultura (SECULT), salvo cosas específicas: la secretaria, Alejandra Frausto, jura que "la cultura es la herramienta más poderosa para la transformación social", pero a aquélla no se la ve mucho que digamos, salvo para desbarrar, con un poquito de "patrimonio" y creencia excesiva en "los grandes" (la mitomanía en pleno, con Monsi por Paz), al igual que la oposición, en vez de trabajo colectivo y desde abajo. Educación y Cultura no están haciendo nada por la "revolución de las conciencias" ni por darle todo su sentido a la Cartilla, como no lo está haciendo (por suerte, tal vez) el Instituto de Formación Política del oficialista Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA). Después de todo, como lo ha señalado en medio de su infumable vanidad Alfredo Jalife-Rahme, parte del problema de quienes rodean a AMLO es que están infestados de "gatos de Soros".
Ni AMLO ni la democracia ni ningún régimen están para resolverle a toda la gente todos sus problemas, desde arriba, y por paternalista que sea el presidente (porque el mandatario mexicano lo es). Lo que hay es un proceso que, salvo excepciones (pongamos por caso el programa "Sembrando Vida", pero encima saboteado desde una parte del gabinete favorable al agronegocio), le da a la gente, al "pueblo", sin que se fomente demasiado su participación activa en la solución de sus propios problemas. La captura del proceso por sectores de clase media "libertarios" y "anti-autoritarios" impide algo diferente: no "darle" a los de abajo, sino realmente "ponerles en sus manos" para que resuelvan con criterio e independencia lo que les atañe, que no es servir a los acomodados, ni de carne de cañón para las buenas conciencias clasemedieras. ¿Habría que darle al pueblo, o ponerlo donde hay, para decirlo de manera algo jocosa? El problema es que "no hay". La oposición no parece darse cuenta de qué tan lejos está del pueblo. El lópezobradorismo tampoco, salvo excepciones y más allá de la mediación de las "ayudas", como las llama el propio AMLO. En fin, que 65 % está contento con la lucha contra la corrupción, y no es poco. Pero "revolución de las conciencias" no hay ninguna, y no hay nada tampoco de que "sólo el pueblo puede salvar al pueblo". Incluso no son pocos los que se han olvidado, si alguna vez lo supieron, de que es preferible no andar jugando con el lado "bronco" del pueblo. Lo hacen irresponsablemente tanto lópezobradoristas como los de la oposición, mientras gran parte de ese pueblo está en otra cosa: trabajando (o tratando de trabajar, en tiempos de epidemia), lejos de los modos cortesanos y de los cuentachiles para quienes "un político pobre es un pobre político". !Qué bien grabado se les quedó! Hecho curioso, el mayor apoyo para AMLO está según las encuestas entre la gente de trabajo. Y no es exactamente lo mismo que "el pueblo". Es tal vez la common decency de George Orwell.