Luis Arce Catacora es el nuevo presidente de Bolivia, y logró una victoria suficientemente holgada (55 % de los votos contra casi 29 % de su más cercano contrincante, Carlos Mesa) como para no pensar que hubo fraude electoral en las elecciones anteriores: no del entonces mandatario Evo Morales, sino contra él. Llama la atención que la derecha no haya sido capaz de unirse para forzar una segunda vuelta, sobre todo en la medida en que el candidato cruceño, Luis Fernando Camacho, no pasó del 14 % de los votos. Incluso en el departamento de Santa Cruz, Arce logró 36 % de los votos (contra 45 % de Camacho). Arce se impuso en particular con las votaciones de La Paz y Cochabamba. En otros departamentos de Bolivia, el asunto fue más cerrado con Mesa.
El progresismo ya puede festejar sin analizar y, con los resultados del plebiscito en Chile, creerse que está a la vuelta de un "nuevo ciclo", "una nueva oleada" o lo que sea que incluya alguna próxima invitación a departir entre amigotes y manosearse con retórica. Pero el hecho es que Arce Catacora, un hombre de clase media urbana, no era el candidato de las bases más populares del Movimiento al Socialismo (MAS), que preferían a quien será vicepresidente de Bolivia, el ex canciller David Choquehuanca. Fue en gran medida por Evo Morales que se logró en el MAS la candidatura primera de Arce, seguramente con la idea de ganar en una dura disputa por la clase media. De otro modo, el MAS habría aparecido como más "frontal" ante Carlos Mesa, candidato también de clase media y que obtuvo buenos resultados en Beni, Tarija y Chuquisaca. La estrategia de la alianza lo más amplia posible dió resultado. Arce no parece por ahora muy apresurado en perseguir a quienes le dieron el golpe de facto a Morales, un "golpe blando", y su política económica, de "buen capitalismo" (porque lo puede haber), anuncia que buscará seguir "enriqueciendo a los pobres sin empobrecer a los ricos". El MAS ganó con una no tan nueva alianza en América Latina, y no exenta de tensiones, entre clase media y sectores populares (más algunos sectores del empresariado).
El problema está en que los sectores populares más organizados han pedido que se rectifiquen errores que han tenido que ver, entre otras cosas, con corrupción (y cierta megalomanía): una forma de "movilidad social" que sigue contando sobre todo con "ser el amigo del influyente" y menos con el mérito, así sea en la organización popular misma. Arce no parece un "tecnócrata" completamente despistado, ya que ha prometido rectificar errores y promover a gente joven, algo descuidado durante los gobiernos de Morales. Lo interesante está en saber si será promovida gente desde abajo o en las capas intermedias, es decir, de la clase media (algo que fue muy visible en el Ecuador durante el gobierno de Rafael Correa). Es el mismo problema que tiene "atorado" al México de Andrés Manuel López Obrador, y que puede terminar inclinando la balanza por la clase media. No es un momento popular, por progresista que sea. En otros términos: son gobiernos progresistas, muchas gracias, pero que difícilmente promueven el ascenso político de gente del pueblo organizado, al que se sigue viendo con recelo, cuando se lo ve. Cuando despunta, como con Morales o con López Obrador, la reacción de una parte de la sociedad es francamente brava, beligerante. Argentina resolvió la tensión decantándose por la clase media y una parte del empresariado, de tal modo que el gobierno de Alberto Fernández destaca por su tibieza, cuando no por sus tonterías (y no es el populismo reivindicado de Cristina Fernández el que puede arreglar las cosas). Si no es populista, es en parte la hora "nacional-popular", pero sobre todo clasemediera, que cree arreglar la política barriendo las clases bajo la alfombra y subordinando al pueblo. En este caso, llama la atención el silencio del Grupo de Puebla, no demasiado efusivo con la victoria del MAS, por más que haya pedido la salida del secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro; y sorprende la inclusión del ex vicepresidente boliviano, Alvaro García Linera, en la Internacional Progresista del Demócrata estadounidense Bernard Sanders. García Linera es de los pocos que reconocieron que la clase media se le fue en parte a Morales en 2019 y que algo no identificado aún hay que hacer con la nueva clase media y sus expectativas cambiantes. Entretanto, fue Choquehuanca quien evitó la división del MAS asegurando el apoyo de los desfavorecidos de los Andes.
La dupla Arce-Choquehuanca mantiene el equilibrio, por lo pronto. El MAS tendrá a su favor la Cámara de Diputados y la de Senadores (casi 55 %). Arce no parece querer eternizarse en el poder y queda el reto de saber, si hay relevo, si será en interés de los sectores populares (o de quienes no olviden su origen en ellos) o de una clase media no exenta de ambiciones propias, lo que algo pudo tener que ver con lo ocurrido en el Ecuador, en el Uruguay con la derrota del Frente Amplio (que arrió buena parte de sus banderas históricas) o en Argentina con una persona como el presidente Fernández. Por lo pronto, algo de música boliviana para el festejo: