La izquierda latinoamericana no comunista tiene algunos defectos, entre ellos el de aspirar a la gloria a la usanza del Antiguo Régimen , antes incluso que a la riqueza, lo que puede dar en maratones de oratoria como los que acostumbraba el líder cubano Fidel Castro o en retórica como la que exhibió en su reciente visita a México el presidente argentino Alberto Fernández, incapaz de soltar una frase sin citar a algún prócer, como si fuera campeonato de grandeza. No es mucha la diferencia con la derecha oligárquica o con populismos como el del mexicano Partido Revolucionario Institucional (PRI), salvo que se haya olvidado que el presidente José López Portillo se creía Quetzalcóatl con crudo y el mandatario Carlos Salinas de Gortari algún tipo de émulo de Emiliano Zapata. No deja de llamar la atención que los haya escogidos para "hacer Historia", como si fuera asunto de elegidos y no de pueblos: en este caso, como ya se ha sugerido antes, la Cuarta Transformación mexicana pretende haber trascendido antes de haber dado resultados definitivos y de que sea el tiempo el que juzgue. La gloria no está desligada del anhelo cuasi religioso de "trascender", de agarrar de una buena vez lugar en la posteridad, y esta creencia permite por lo demás ahorrarse una conducta ética en la Tierra. Algunos, más pragmáticos, saben que gloria es como fama o reputación y juegan el juego cortesano: crearse una imagen para administrarla, sin importar que derive en "crea fama y échate a dormir". Para el caso, se puede recurrir a José Martí o incluso a Karl Marx, la cosa es significar que es en grande y que nadie se está ocupando de Pablo Pueblo o de Juan Pachanga. Esos tiempos pasaron, sin que deban ser idealizados, mucho menos como una "época muy bonita" (¿de asesinatos, torturas, desapariciones, exilios?) Cuando se observa a Fidel Castro en retrospectiva, no puede dejar de notarse la puesta en escena y las dotes de histrión, al grado que un comunista guatemalteco llegó a recetarle al cubano dedicarse mejor al teatro.
Los autodenominados "demócratas liberales", ignorantes del liberalismo primigenio, juegan muy bien a lo que hace el mundo de los negocios. Ningún jefe se te acerca diciendo "te voy a explotar", sino que "vas a ganar más por tu trabajo". Pues bien, la izquierda del progretariado o progresista, no exenta de raigambre nacional-popular, promete "tu derecho a la felicidad" o "perder el miedo a ser feliz", además de humanizar el capitalismo, prestándose a la sospecha si la actitud no corresponde. En más de un caso, parece la creencia del necio: "que lo correcto de mi teología compense lo incorrecto de mi actitud", llevando a más de uno a preguntarse por qué se presenta la disociación entre lo pregonado y lo actuado. No es culpa de los próceres: el problema está en la manera de usarlos para engrandecimiento propio, personalísimo. Como en el Antiguo Régimen también, el asunto no deja de ser sacerdotal: se sermonea pero se hace "lo que da la gana", porque como los autodenominados "demócratas liberales" se cree haber conseguido con el poder patente de corso e impunidad, además del derecho y la libertad de conjugar la soberbia con la más crasa ignorancia. No queda claro qué hacen este tipo de arribistas en el lópezobradorismo mexicano, aunque no sean mayoría, ni por qué se tiene temor a dejarlos en segundo plano, mientras los medios de comunicación masiva, nada tontos, empujan a encontrar gloria y trascendencia en el parloteo autocomplaciente delante de los reflectores o de los micrófonos. No falta el espíritu de casta: si hay ungido, debe estar entre Sheinbaum, Ebrard Casaubon o Clouthier. No se ha escuchado que el asunto vaya a dirimirse entre María Luisa Albores González, Delfina Gómez o Adelfo Regino. Y empujan en el mismo sentido desde los "demócratas liberales" hasta sectores del lópezobradorismo, a la espera del candidato más polko posible. Ya se sabe que hay una fracción enquistada en Palacio cerca de la señora del jefe y su aplomo desmedido.
Tampoco es propio de la izquierda mencionada el reconocimiento de errores a ser enmendados, como no lo es de lo que algunos llaman "izquierda democrática" (la que adultera la palabra "socialismo" para hacer socialdemocracia),. Pésimo sería que en verdad el ex mandatario ecuatoriano Rafael Correa haya dicho que "de los errores se habla al día siguiente de la victoria". Pésimo es que la Revolución Cubana haya instaurado la costumbre de la negociación cupular pasándole la cuenta al pueblo, después de lanzarlo a las armas. Historias no faltan: desde el turbio papel en recibir al líder guerrillero Joaquín Villalobos, asesino del poeta salvadoreño Roque Dalton, y el igualmente turbio suicidio de Salvador Cayetano Carpio (el proceso legal sobre el asesinato de Mélida Anaya Montes lo exoneró), hasta el hospedaje a Salinas de Gortari. La razón de Estado seguramente se puede entender. La actitud alejada de lo que se pregona y cercana a la intriga cortesana es otra cosa. Cuba creó durante un buen tiempo en grandes hoteles de La Habana conspiraciones -bastante lejos del juicio de realidad- que recrearon también una casta de adeptos a quienes, en el fondo, nunca se les reclamó mayor ética. Vale para el presidente nicaraguense Daniel Ortega y su hijastra Zoilamérica, así haya que defender al actual sandinismo de los intentos de "golpe blando" estadounidenses. Es curioso, pero no muy diferente del comportamiento impune de las oligarquías: entienden lo recibido como un cheque en blanco, "porque les es debido". Así pasó con algunos líderes del 68 mexicano, por ejemplo: Raúl Alvarez Garín, protegido de Elena Poniatowska, se creó un mito viviendo por décadas de la mentira y coincidiendo como "libertario" con la derecha empresarial en el ánimo de buscarle pleito al presidente Luis Echeverría Alvarez, inocente del caso, pero sin tocar jamás al ex regente capitalino Alfonso Corona del Rosal, siendo éste el gran culpable de los sucesos del 2 de octubre en Tlatelolco. Después de todo, es como entre los "demócratas liberales", nadie les puede dictar moral alguna, ni pedirles congruencia entre lo dicho y lo actuado en los hechos, ni que dejen sus formas apenas encubiertas de compadrazgo y acaparamiento.
Se acaba de descubrir en Francia con el escándalo Duhamel: el hijo de Bernard Kouchner abusado sexualmente en medio del silencio cómplice de la izquierda caviar. En La familia grande, Camille Kouchner considera que se calla -como tantas veces se ha callado ante comportamientos muy poco éticos de cierta izquierda y su intelectualidad, la procubana incluída- porque callar es una manera de "pertenecer" a un mundo -y no perder nunca un lugar en él- que después de todo considera, como las familias de ricos, que la ropa sucia se lava en casa, si es que el asunto no se trata de sepultar como "secreto de familia". Hasta ahora, salvo en muy, muy escasas excepciones, como la notable del brasileño Frei Betto, el progresismo latinoamericano, demasiado apegado al modo de proceder de los cubanos, no ha hecho examen de los errores cometidos, salvo excepciones como la boliviana por el empuje popular. El lópezobradorismo mexicano podría lograr algo similar por el simple propósito de querer erradicar la corrupción, pero al lado de gente honesta hay otra que despide un fuerte olor a formas clientelares o incluso nepotistas y ansias de gloria, al grado de perder contacto con la Tierra, como la secretaria de la Función Pública, Irma Sandoval. No se trata de ver en blanco y negro al lópezobradorismo: como con todo, sería preferible ver qué contradicciones están en juego, en un proyecto que busca eliminar la corrupción estatal y las intermediaciones innecesarias, pero que no logra desprenderse de protagonismos de "amigotes", sin que lo quiera parar el líder. Es desaforado cuando al ansia de gloria se suman las posibilidades de vedettismo ofrecidas por los medios de comunicación masiva, algo de lo que los acaparadores "demócratas liberales" saben bastante, como de la desmesura en la ambición. Los años del seductor de la patria y sus sucesores fueron la repetición incesante de los mismos nombres, entre amigotes pero sin mucho trabajo de equipo: una parte del lópezobradorismo, no toda (por ejemplo la secretaria del Trabajo, Luisa Alcalde, ha sabido ir en sentido contrario) está en lo mismo, en la camarilla, y tal vez con mayor mediocridad que Zona Paz.
En su idiotez, Venezuela, mediante su Premio Libertador, ha logrado durante años recompensar a quienes han proporcionado las coartadas ideales para no meterse con las costumbres oligárquicas de cierta parte del progresismo latinoamericano, desde una teoría de la dependencia que nunca se percató de que había una clase dominante nacional no capitalista hasta quien dió la justificación cultural barroca para dicha clase, pasando por la petulancia de los críticos al eurocentrismo en pleno siglo americano (estadounidense). En efecto, la justificación de la disociación entre "teología" y "actitud" está teorizada a manera de coartada y vivida como parte ineludible de costumbres incuestionables: ya debería haber llamado hace rato la atención el hecho de que el lópezobradorismo desprecie la meritocracia, al decir de varios exponentes de aquél. En fin, sería de esperar que por sus propios propósitos México decididamente vuelva a adelantarse en América Latina: que junto con la corrupción destierre los hábitos clientelares (¿colaborativos?) que le sirven de basamento. La oposición, está visto, es un grupo de cuates, salvo excepciones. Sería preferible que el lópezobradorismo aislara en su seno este tipo de prácticas que no le hacen ningún bien, así estén enquistadas en ámbitos bastante localizados (ni se diga cultura y educación: ahora la mujer de Paco Ignacio Taibo II, Paloma Saiz, lo acompaña sin saber nada de nada en el Instituto Nacional de Formación Política del Movimiento de Regeneración Nacional ). Es, en verdad, una camarilla sin ningún sentido del servicio público. No es que sea lo propio en exclusiva de la izquierda hablar del interés general ("de todos") y buscar apenas el beneficio personal. Es un resorte de toda dominación e incluye la manera de llenarse la boca de los "demócratas liberales", a quienes no hay que escarbar demasiado para encontrar que siguen la pista de los grandes negocios. Pruebas hay muchas de lo que no va en las izquierdas no comunistas y en sus disociaciones: se puede simpatizar con ellas, pero no debiera extendérseles un cheque en blanco. Aunque sea porque lo dijo Paquita (da click en el botón de reproducción).