Como sucede en otros gobiernos progresistas de América Latina, en el mexicano de Andrés Manuel López Obrador hay un poco de todo, desde gente de origen popular (poca) hasta personas ligadas a los sectores empresariales. No deja de llamar la atención que gente de origen popular, al menos en dos generaciones atrás (abuelos), como la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, haya ascendido gracias a criterios que no forzosamente tienen que ver con el mérito en el trabajo.
En efecto, dicha secretaria, por lo demás esposa de John M. Ackerman, jugó desde mucho antes de su llegada al cargo la carta del "bagaje revolucionario" de modo patrimonialista: empezó a valerse no exactamente por sí misma, sino por ser "hija de" (un sindicalista más o menos reconocido) y "nieta de" (un luchador social guerrerense no tan conocido). Luego, la actual secretaria hizo valer a su suegro estadounidense (alguna vez defensor legal del presidente William Clinton, al parecer) y su suegra, especialista en corrupción. Cabe recordar que el patrimonialismo se rige por la "selección de parientes". Sandoval era capaz de publicar artículos académicos citando profusamente a su parentela, una práctica no ilegal, pero sí moralmente dudosa. Cabe señalar que estos modos de actuar no han sido ajenos a las izquierdas latinoamericanas, no siempre distanciadas de las diversas formas del clientelismo. El asunto no es de ellas, sino de los modos oligárquicos, pero el problema está en que la izquierda los imite y probablemente los vea, atención, como algo naturalizado y legitimado por la cultura, y por lo mismo incuestionable. A partir de aquí, y siempre antes de aterrizar en su cargo, Sandoval se dedicaba a "relacionarse" de manera desaforada, como lo hace Tiroloco Ackerman con total desverguenza. Se mezclan así los modos de la "familia grande" señorial (da igual que con huipil) con los consejos empresariales a lo Dale Carnegie (Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, Manejando a la gente o algo así). Ciertamente, la pareja Sandoval/Ackerman puede muy bien tener a sus hijas en una escuela de prestigio (no se ve por qué no) y no robó para hacerse de varias propiedades: en el segundo caso, el tema es que ha sido para un modo de vida que permita justamente "relacionarse" en grande (la casa en Tepoz, por ejemplo) y que no tiene mucho que ver con la "honrada medianía" (según las palabras de Benito Juárez) que también correspondería a un universitario. Ackerman ha demostrado carecer del sentido del límite. Sandoval aterrizó en el cargo un tanto por "carambola". Jugando al Demócrata (es decir, al estilo estadounidense), López Obrador armó en un principio un gabinete con mujeres y jóvenes en "paridad". No es que Sandoval lo haga mal ni que sea corrupta, pero tampoco es seguro de que sea la persona idónea (tiene mucho menos seriedad de lo que un curriculum inflado deja ver), y no evita marearse con el poder. Es, siempre como en la izquierda con ribetes oligárquicos, la clase de persona que está cumpliendo, pero también muy ocupada en "trascender" y en creer que ésto da el derecho de tratar a muchos por encima del hombro. Dicho sea de paso, el "académico" Guillermo Sheridan, si bien tuvo toda la razón en hacer notar las prácticas patrimonialistas de la pareja Sandoval/Ackerman, por cierto que desde antes de que llegara al gobierno, se olvidó de decir que son en buena medida resultado de una representación errónea de lo que corresponde a un universitario. Por razones no del todo claras, fue la universidad pública la que catapultó en un tiempo récord a la pareja, que ya había perdido piso antes de "arribar" al gobierno: no fue una carrera (ninguno de los dos es un investigador muy serio que digamos), sino un "arribo" no exento de vedettismo. Tal vez ambos hayan terminado por creerse que el gabinete inicial fue "el mejor de la Historia", como quiso mostrarlo el lado mitómano del lópezobradorismo. Agreguemos al pasar que no tiene nada que ver, eso sí, con alguna tradición marxista, para la cual son las masas las que hacen la Historia (cuando se deciden a hacerlo), y no unos cuantos "elegidos para la gloria". En sentido más estricto, la pareja desconoce lo que indica la Guía ética para la transformación de México: el poder no es un atributo de la persona, ni de una familia, por cierto.
Todo lo anterior viene a cuento por el reciente fallecimiento por Covid 19 del señor Luis Arizmendi Rosales. La secretaria de la Función Pública se animó a tuitear, lamentando la muerte, que Arizmendi fue un "filósofo visionario", lo que da cuenta otra vez de una imperiosa necesidad de comprarse un sitial entre los supuestos "hombres ilustres". Academia aparte, Arizmendi, maestro de Economía Política y marxista, compartía tal vez con Sandoval una forma especial de disociación entre el discurso y la conducta. En efecto, el finalmente finado se había visto obligado recientemente y a su temprana edad a dejar sus lugares de enseñanza al ser señalado con fundamentos como "líder" de una especie de secta de iniciación sexual basada en la manipulación de gente crédula (en este caso mujeres), algo tampoco ajeno a la izquierda (y no nada más latinoamericana). Arizmendi, quien se ostentaba con gran ánimo de trascendencia como "el legítimo heredero de Bolívar Echeverría" (el economista Julio Boltvinik se lanzó a llamarlo "el más importante alumno, primero, y luego colega y seguidor de Bolívar Echeverría"), y que en este sentido no era ajeno a las costumbres oligárquicas (hacerse valer como "prolongación de..."), era al mismo tiempo "libertario" (Ackerman lo es a su manera), "fundador" del "trans-psicoanálisis", de una "comuna" y, para no darle muchas vueltas al asunto, un embaucador que aprovechaba su impresionante labia y su supuesto poder para hacer caer sexualmente a cuanta muchachita se dejara o se extraviara. Boltvinik decidió que Arizmendi deja "un hueco imposible de llenar" y lo llamó "luchador social incansable". A decir verdad, Arizmendi Rosales no fue nunca luchador social ni mucho menos "filósofo", ya ni se diga "visionario". Una de las últimas "visiones" de este señor, fotografiado aquí abajo en lo que le gustaba ser, consistió en anunciar que el mandatario estadounidense Donald Trump desataría "la Tercera Guerra Mundial", lo que desde luego no ocurrió. Lo que había pasado era, como en la pareja Sandoval/Ackerman, la disociación entre el discurso y la conducta. No ha sido algo infrecuente en la izquierda (y no porque sea izquierda) y el tuit de Sandoval muestra cómo ella también perdió la cabeza, al tratar seguramente entre "elegidos para la gloria". No se trata de vigilar conductas, al estilo de las guerrillas sectarias guevaristas de antaño, pero sí habría que tener algo de cuidado en definir qué valores y qué conductas respaldan tal o cual discurso. De otro modo no se haría más que repetir lo que suelen hacer los autodenominados "demócratas liberales": hablar de asuntos generales y sacar provechos muy particulares, lo que es a fin de cuentas pura ideología, así se presente de otro modo. Para bien y para mal, la izquierda no está exenta de ideología. Ni de conductas que Sandoval llamaría "moralmente dudosas" y que comienzan por ella misma. Pongámoslo de otra manera: decoroso no es, y sí completamente ajeno a la "decencia común" que reclamaba George Orwell.
Por aquí, el gurú en uno de sus actos "visionarios":