Es probable que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, alcance a salir de algunos líos en que se mete y lo mete la oposición. Poco antes de las recientes elecciones del 6 de junio, López Obrador, impedido por la veda electoral de cualquier propaganda, tuvo la pésima ocurrencia de declararse "seguidor de Jesucristo", en plena contradicción con el Estado laico y con las ideales juaristas. No queda claro a quién quiere el mandatario ganarse con este tipo de declaraciones, o como lo hizo hace tiempo como candidato, yéndose a subir al cerro religioso del Cubilete. Que no se incline el presidente "donde se hinca el pueblo", siguiendo al Nigromante, pues uno de estos días podrá declararse seguidor de Jesús Malverde o de la Santa Muerte.
Después del 6 de julio y vistos sobre todo los resultados en la Ciudad de México, López Obrador arremetió contra la clase media, acusándola de dejarse manipular por la oposición, aunque es probable que en realidad la clase media se haya dividido, como ha venido sucediendo en distintos países latinoamericanos. Hay quien dijo que la clase media siempre actúa como "media clase", sin una orientación clara. Que una parte de la clase media sea una plaga no es novedad: el escritor chihuahuense Martín Luis Guzmán la acusaba de no darse cuenta de que es la causante de buena parte de los males de México, dada su actitud. A veces puede decirse decente, pero no es seguro que sea muy civilizada. A partir de la época postrevolucionaria, la clase media mexicana encontró en el Estado un vehículo de movilidad social ascendente no siempre muy derecho y sí con frecuencia ligado al supuesto "sentido común" de que "el que no transa no avanza", "el que se mueve no sale en la foto", un "político pobre es un pobre político", etcétera, hasta la vanagloria y la creencia de que "la corrupción somos todos". A esto se agregó un pacto apenas disimulado con el narcotráfico, establecido desde los años '80 por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) pero consagrado en dos sexenios de Acción Nacional: la "brillante idea" era que, así se estuviera cayendo el país, siguiera "circulando dinero", sin importar mucho su origen, ni que con frecuencia los muertos los pusiera la gente de pueblo, al mismo tiempo fascinada con su nuevo "bandidaje". La clase media no quiso ver, pero sí alcanzó en cambio a convertirse en "cliente solvente" en la apertura al "libre comercio" y sobre todo a una enorme influencia cultural estadounidense, que cultiva desde hace rato la creencia de que la clase media es "el alma de Estados Unidos" y debe serlo del planeta entero.
Lo más chistoso, porque realmente lo es, estriba en que son los "antipopulistas" quienes defienden a capa y espada a la clase media. Es chistosísimo por lo siguiente. El régimen del PRI, por décadas, se basó en el populismo para amortiguar cualquier conflicto de clase, sugerir la gran unidad nacional, unir desde empresarios hasta campesinos, obreros y "organizaciones populares" de tal modo que se escondiera la polarización que cualquier sistema capitalista tiende a provocar. No había nada mejor que la clase media para significar ese "amortiguamiento del conflicto". Dicha clase, no siempre muy proba, fue con frecuencia la mimada de un régimen que concebía al Ejecutivo como un árbitro entre intereses en en el fondo contradictorios, pero capaz de dejar en apariencia contentos a todos ("la solución somos todos", lanzaba al aire por ejemplo José López Portillo en su campaña presidencial). Esta idea del país era inexacta y se sabía. Por ésto se prohibía por ejemplo que se revelara la crudeza de la pobreza en libros como los del antropólogo Oscar Lewis. El discurso contra la polarización no es más que el discurso populista clásico de la conciliación de clases, que se remonta por lo menos a un héroe de López Obrador: Lázaro Cárdenas, en la segunda mitad de los años '40, después de hacer concesiones a los sectores populares no dudó en congraciarse con el empresariado descontento para "mantener la unidad" y de ahí surgió la candidatura de Manuel Avila Camacho.
Para el estadounidense, las clases no existen ni se habla de ellas, lo que puede permitirse un imperio que "amortigua" succionando el dinero de otros en el mundo gracias al dólar. El problema con México es que, a diferencia de Estados Unidos, no es el imperio y no tiene el sartén por el mango, sino que está frito, como se ha dicho por ahí. El 54 % de la población mexicana vive en la pobreza, es decir que está frita. A grandes rasgos, podría pensarse que López Obrador tiene razón y que la clase media podría pensar menos en sí misma y en lo que cree ser y merecer y ser más solidaria. Pero esto no es un análisis de lo que ocurrió, en particular en la capital mexicana. La política anticorrupción de López Obrador, si terminara de cuajar, pondría fin a las formas tradicionales ya descritas de movilidad ascendente de la clase media mexicana, a partir de un generoso reparto de fondos públicos. ¿Sintió esta clase "menos dinero circulando"?¿Menos cargos públicos a disposición para ascender a costa del erario? Puede ser. El problema se complica por la falta de oportunidades en un mercado nacional ahorcado por el "libre comercio". ¿O esperaba la clase media la Gran Noche Revolucionaria de juicio al Antiguo Régimen (hasta donde lo es), contra la opinión de López Obrador, y pese a que el asunto va a ser relanzado? Vaya contradicción: esperar más y mejor reparto (tal vez porque la gente del seductor de la patria había llegado al acaparamiento), y al mismo tiempo el Gran Juicio al régimen que "robaba, pero dejaba robar".
Cuando se quiebran los populismos, se acaba la conciliación de clases y aparece su conflicto, lo que no tiene por qué dirimirse forzosamente por la violencia. Resulta igualmente chistoso que sectores acomodados de la sociedad mexicana, que nunca se han tocado el corazón para humillar a lo que Emilio Azcárraga llamaba un "país de jodidos" o a lo que a muchos les parece un mundo de "mediocres que no quieren superarse", acusen de "odiador" y "confrontador" a quien no tiene la suficiencia de despreciar al país al grado de correr a vacunarse en Estados Unidos y a disfrutar de propiedades en Miami (desde Alejandra Barrales hasta Genaro García Luna, pasando por Carlos Loret de Mola). Simplemente, como a buenos populistas, no les gusta el tú a tú entre clases que les otorgue a los de abajo sentido de igualdad. Es aún más gracioso: hay gente que cree mantener a quien la mantiene con su trabajo. Es de lo más estadounidense decir que el problema con los pobres es que "no quieren superarse". La mayoría de la población mexicana, ya se sabe, no avanza por floja, fiestera, gastalona, llena de hijos y otros problemas que, también es sabido, no ocurren, no qué va, entre los ricos, verdaderos emprendedores, puritanos, ahorrativos, ajenos al influyentismo y el amiguismo, sin hijos (tipo nórdico)...Ni a esta gente ni a la clase media, está claro, nadie tiene por qué darle clases de moral, porque las cosas se resuelven no con moral (y ciertamente el tonito del "seguidor de Jesucristo" no arreglará mucho), sino con dinero.
Se vale ser clasista, racista, etcétera, pero no se vale no poner la otra mejilla y resulta que el pueblerino de Tepetitán salió respondón. Sea, es imperdonable. Tanto como el hecho de que ni los ricos ni las clases medias se hayan ocupado jamás de educar en serio a los sectores populares (y al conjunto de la población), una de las vías recordadas recientemente por el senador Ricardo Monreal para salir del atraso. López Obrador, desafortunadamente, no es lo más formal ni cortés que haya. Pero quien crea que tener educación y transmitirla es poseer propiedades en Miami, ir a esquiar a Vail, darse la escapada a las Vegas, triunfar en Hollywood y pasear en Nueva York por la Quinta Avenida, seguramente se confunde. No tiene educación ni mayores modales, porque no se estila entre estadounidenses, y ya se siente en periodistas, locutores, etcétera: en nombre de "detonar las inversiones" y las "derramas", ¿qué no era "por el bien de todos, primero los ricos"? No se puede crear tales desigualdades y extrañarse de que algunos no aguanten más. Pero no habría mucho de qué preocuparse: la Ciudad de México, sede de los poderes federales, siempre ocupó, con todo y su muy brillante clase media, el lugar 32 en el listado de la corrupción por entidades federativas en México (siendo así el lugar más corrupto). No es que los haya que se dejen manipular: están en la situación de manipular, o de ser manipulados, pero por cuestiones de intereses y cultura y no porque gente sin representatividad les haya lavado el coco. Grado de análisis en el lópezobradorismo: cero, para variar. !A tener éxito, supérense como todos los que "sí saben hacerla" y salgamos de la mediocridad tropical! (Que lo siguiente no se vuelva el himno lópezobradorista, esperemos...da click por si acaso en el botón de reproducción, no vaya a ser).