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domingo, 26 de diciembre de 2021

AL ATAQUE, MIS VALIENTES

 El historiador Jean Meyer decidió ser uno de los que encabezan las protestas del Centro de Investigación y Docencia Económicas" (CIDE) en México. Ha sido presentado por el ensayista Enrique Krauze textualmente como un "valiente" que se opone a los "cobardes". Para Krauze, Jean Meyer es "un gran historiador" y parece "un galán de cine francés" ("Los dos Meyer"). La Cristiada, del mismo Meyer, sería según Krauze "uno de los cinco libros de historia más importantes del siglo XX". "El guero Juanito", al decir de Krauze, había sido marxista y amigo de Regis Debray. Viendo los desmanes de las revoluciones, habría optado por recoger un elemento de sobrevivencia a los mismos: la religiosidad popular. Lo cierto es que, en su momento, Meyer hizo un "mea culpa" sobre errores de La Cristiada, aunque también está claro que hizo su agosto con una versión de la guerra cristera contraria a la que era propuesta desde el marxismo, que no siempre encontraba "fervor religioso" y sí en cambio la manipulación de oligarquías familiares. Meyer corrió con suerte con su "pueblo profundo": se le encargó en El Colegio de México lo que resulta ser una pésima evaluación del periodo de gobierno de Plutarco Elías Calles, con una visión todavía peor del norte de México. Meyer logra hacer una historia de la guerra cristera omitiendo por ejemplo los antecedentes del arzobispo José Mora y del Río, que resulta una pobre víctima de un error de imprenta; abstrayéndose del papel jugado por los estadounidenses y de la antigua filiación huertista de algunos líderes religiosos y militares, como Enrique Gorostieta. El método será siempre el mismo: ademanes de gran mandarín francés, descontextualización sistemática e ideologización en nombre del rechazo a "la ideología". Boomer, no deja de ver en Calles "cierto cartesianismo" y "racionalismo", para rematar en la desacreditación de toda autoridad.

      Dejemos de lado que el mundo intelectual está repleto de segundas nupcias -como la de Meyer, presumida por Krauze- que por ciertas conductas tienen efectos desagradables para los de las primeras nupcias, si no han compartido la "gloria": deben ir a dar en el olvido. Por lo general, el proceso acompaña el brinco a la fama. Meyer la logró prestando los servicios ideológicos que se esperaban de él en un país profundamente conservador como México, al menos en ciertas capas de la sociedad. Y es así que el historiador logró coronarse con un premio que le fue otorgado por el gobierno del derechista (Acción Nacional) Felipe Calderón. Al inicio del sexenio actual, Meyer ya había sabido refrendar su pertenencia grupal a riesgo de pasar por encima de la verdad, así que se deshizo precavidamente en elogios al periodista Carlos Marín, y a Carlos Puig, Héctor Aguilar Camín y León Krauze,  "nuestros valientes". Tal vez el historiador no se haya dado cuenta que todos mantienen sus espacios.

      El problema puede estar en ciertos presupuestos, como el de que Meyer es un "gran historiador". Luego de haber prestado los servicios requeridos por camarillas de poder intelectual, logró publicar en editoriales "de reconocido prestigio". Así, en 1991, Meyer dió a luz en el Fondo de Cultura Económica (FCE) El campesino en la historia rusa y soviética. Escribe: "en 1933, es decir a medio camino entre el genocidio armenio perpetrado por el Estado turco (1915) y el genocidio judío perpetrado por los nazis, seis millones de ucranianos desaparecieron durante una hambruna organizada por las autoridades soviéticas". El asunto fue retomado por los ucranianos con el nombre de Holodomor. Cabe señalar que esta versión de la hambruna es la de los nacionalistas ucranianos y del nazismo, propalada entre otros por el periodista estadounidense filonazi Randolph Hearst. Lo que dice Meyer no se sostiene, aunque sea porque él mismo reconoce que la hambruna se produjo también en algunas regiones de Rusia (Kubán, Don y Volga), por lo que no parece haber existido alguna dedicatoria especial para los ucranianos. Meyer llega más lejos al citar al movimiento ruso Memorial, que eleva la cifra a 20 millones de muertos: si sumamos (por lo bajo) otros 20 millones de muertos durante la Segunda Guerra Mundial, en cerca de dos décadas la Unión Soviética habría perdido 40 millones de vidas. Por esa época, de acuerdo con el censo de 1937, luego repetido (1939), la Unión Soviética tenía unos 162 millones de habitantes. Supongamos que antes hubieran sido 182 millones: no queda muy claro cómo un país de unos 180 millones de habitantes podría aguantar la muerte de unos 40 millones de seres, sobre todo que al Frente no fueron mujeres y niños. Meyer llega a citar cifras más excitantes aún, como las de Roy Medvedev: 40 millones de muertos por el estalinismo, lo que junto con la guerra arrojaría 60 millones de muertos para un país de "180 millones". Desde luego, sobre todo cuando se es boomer, no está prohibido soñar ni pedir lo imposible, con todo realismo. No queda claro si es historiografía o asunto de correr apuestas como en las Vegas: ningún país de 180 millones de habitantes aguantaría la muerte de 40 millones, y menos en un periodo tan corto.

     Las autoridades soviéticas no "organizaron hambrunas". En 1930, en un artículo intitulado "Ebrios de éxito", Stalin, quien llamaba a la burocracia "casta maldita", llamó a no forzar en exceso la colectivización, aunque ésta culminó en 1932. A juzgar por dicho artículo, no se trataba de "la política de Stalin", y en todo caso la colectivización tenía una razón de ser, más allá de lo que Meyer llama "imbecilidad ideológica profundamente arraigada en ciertas izquierdas".

      Las hambrunas eran frecuentes antes de 1917 por una razón: el tipo de cultivo ("cultivo en franjas") utilizado por los campesinos, ucranianos incluidos. A raíz de la colectivización y con la excepción de un pequeño periodo perfectamente comprensible inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial (1946-1947), lo que ocurrió -¿qué raro?- es que las hambrunas desaparecieron, y para siempre. ¿Por qué Rusia es hoy un formidable exportador de trigo? Ciertamente, durante la colectivización hubo deportaciones de campesinos ricos, pero hubo también muchos campesinos que no resistieron y más bien vieron con buenos ojos el proceso. En 1933, el gobierno soviético comenzó a proveer de ayuda masiva de cereales a los lugares donde había bolsones de hambruna. "El campesino" no desapareció: por lo menos hasta los años '60 y sin hambrunas, la Unión Soviética siguió siendo un país predominantemente rural, y con una herencia comunal que pesó muy fuerte en la trayectoria histórica, tal y como lo han sostenido estudiosos como Antonio Fernández Ortiz y Serguei Kara-Murzá. Es con la posterior urbanización que empezaron a alterarse estas bases comunales del socialismo y se fue derivando hacia una mentalidad cada vez más entre burocrática y clasemediera. Los líderes comunistas latinoamericanos que visitaban Moscú en los '60 aún decían que parecía "una gran aldea", y que el soviético era un mundo campesino, de mujiks. Posteriormente, no faltaron los escritores soviéticos, nunca disidentes, que sintieran nostalgia de este mundo del campo, los "aldeanos" (derevianchiki), entre ellos el muy prosoviético Valentín Rasputín.

     No es que no haya entendido nada: Meyer vió lo que su prisma ideológico anticomunista le permitió ver, sin impedirle llegar a planteamientos absurdos nunca corregidos y con fuentes originadas en el nazismo. En estas condiciones, no se trata a la gente de "imbécil". En fin: puede que hayan sido "la mano invisible del mercado" y "los derechos y las libertades" los que hayan llevado a Meyer a consagrarse incluso con falsedades flagrantes, que tampoco escasean en su Rusia y sus imperios. Cuando se edifica así una fama, no es seguro que se pueda hablar de "valientes". Pero en fin: si ya saben cómo soy, no me inviten. Los dejo con Don Chayo y sus Cardenales (da click en el botón de reproducción).


 


FANÁTICAMENTE MODERADOS

 En varios países de América Latina, la izquierda, que tiende más bien a ubicarse en el centro-izquierda (del que no queda excluida Venezuel...