Todavía hay por ahí alguna gente que cree en alguna guerra de Estados Unidos "y sus aliados" contra China y Rusia. Hasta hace poco, no se sabía bien a bien cómo se iba a decantar la política exterior del presidente estadounidense Joseph Biden. Es completamente normal que éste no haya invitado a China a una próxima Cumbre Virtual de las Democracias, por motivos digamos que "doctrinarios": el país asiático no puede ser considerado democrático si es socialista (para un occidental se trata de una incompatibilidad), y si es de partido único. Es igualmente de rutina que China y Estados Unidos no cedan sobre la cuestión de Taiwan.
Más allá de lo anterior, no hay enfrentamiento mayor entre China y Estados Unidos, más allá de lo que algunos creyentes en el supuesto "próximo hegemón chino" quieran ver. La verdad es que chinos y estadounidenses compiten tiernamente tomados de la mano, al grado que el asesor de seguridad de Biden, Jacob Sullivan, declaró tranquilamente en noviembre que "Estados Unidos y China intensificarán su relación para garantizar que la competencia entre las dos potencias no derive en conflicto". Lo que Biden quiere explícitamente aquí es "estabilidad estratégica".
Es notorio el contraste con Rusia. Empieza por el hecho de que el occidental promedio encuentra de lo más natural agredir a Rusia, y tiene mayor dificultad en reconocerle algún valor, a diferencia de lo dado a China, algo que viene de lejos: la intelectualidad aprendió a adorar a China desde los años '60, luego de que ésta rompiera con la Unión Soviética, y se está en otro caso más de coincidencia entre izquierda y sectores "duros" del capitalismo. Lo que existe dentro de China no se discute: nadie lanza sobre el líder chino Xi Jinping las sabrosas acusaciones de "autocracia" o "amafiamiento" que le caen al presidente ruso, Vladimir Putin. China puede haber pactado hace rato con los grandes millonarios del partido comunista local: el criticado será el supuesto "oligarca" Putin. Agredir a Rusia es algo así como un reflejo condicionado, un ritual tribal o una actitud deportiva; en todo caso, algo en lo cual regodearse.
Así que, digamos, Estados Unidos no ha estado molestando con Hong Kong ni demasiado con los uigures musulmanes del Xinjiang. Más bien se trata en estos días, luego de armar una crisis en la frontera entre Polonia y Belarús, hacia donde se movilizaron provocativamente tropas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), de anunciar con bombos y platillos una "inminente invasión" rusa a Ucrania. Mientras los primeros en desmentirla son militares ucranianos, Biden aprovecha para seguir profiriendo amenazas de sanciones. El mismo señor Sullivan cambia entonces de tono, y habla de seguir buscando cómo torpedear el funcionamiento del gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania, mientras que Victoria Nuland, subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de Estados Unidos, carga con la idea de tomar medidas que aíslen a Rusia del sistema financiero internacional, incluyendo la posible exclusión de los rusos del sistema de transferencia de dinero SWIFT. Entretanto, para repeler un ataque inexistente, el presupuesto de Defensa estadounidense para 2022 incluye 300 millones de dólares en ayuda "de seguridad" para Ucrania (es apoyo para las fuerzas armadas ucranianas). Además, hay que darle cuatro mil millones de dólares a la Iniciativa Europea de Disuasión, dirigida contra Rusia. El muy medido secretario estadounidense de Estado (cuando se trata de cooptar a la izquierda latinoamericana, lo que no funciona tan mal), Antony Blinken, se pone más bien bravo cuando se trata de salir en defensa de una Ucrania para la cual no hay "inminente ataque" probado.
Es pueril, pero el asunto de la "amenaza rusa" funciona de tal modo que nadie muestra mayor solidaridad con Rusia, a diferencia del grito en el cielo permanente y las alertas prendidas cuando se trata de China. Otro indicio, por menor que pueda parecer: hay vacunas contra la Covid-19 de fabricación china (Sinopharm y Sinovac) aprobadas por la Organización Mundial de Salud (OMS) mientras que Moscú, capital rusa, sigue a la espera de la aprobación de la vacuna Sputnik V.
Hablando de izquierdas, al parecer no se solidarizan con pueblos, sino con el poder, al menos en América Latina, salvo contadas excepciones: así, no importa demasiado el maltrato de China a su propio pueblo en algunas cuestiones, como la laboral, y el pueblo ruso parece haber dejado de existir en los años '30 del siglo pasado, o incluso antes.El asunto no pasa muchas veces de "cómo maniobramos entre potencias" al margen de un mínimo conocimiento de lo que son. Un poquito de lo que sobrevivió a la Unión Soviética (da click en el botón de reproducción).