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martes, 14 de diciembre de 2021

MÉXICO: PROVINCIANOS EN ACCIÓN

 Algo está pasando con la intelectualidad que no queda claro qué significan para ésta ciertas palabras. El poeta mexicano Javier Sicilia, por ejemplo, escribió recientemente algo que parece querer buscar alguna forma de "trascendencia": "guardando las debidas proporciones", según las propias palabras del señor, resulta que el tipo de relación del mandatario Andrés Manuel López Obrador (AMLO) con "la masa" es semejante a la de Adolfo Hitler. Bueno, "ciertamente AMLO no es Hitler", dice el poeta, pero al final, pues ya no se aguanta, demostrando de paso una mala lectura de Elías Canetti: "ciertamente AMLO no es Hitler, dicta Sicilia, y prosigue -carece de su genio y de la disciplina de masas del nazismo-, pero tiene su psicología y hay que temerla". Y prosigue: "creer que las elecciones le pondrán un alto a la Cuarta Transformación, esa versión mexica del Tercer Reich, o que la izquierda podrá enderezar su intoxicado sueño, es no haber entendido el horror que vivimos". Después de todo, está demostrado que uno puede hacer cualquier correlación, como la siguiente: si aparecen sapos después de la lluvia, es que llueven sapos. Lo que pudiera ocurrir es que, como buena parte del lópezobradorismo ("Juntos haremos Historia"), y por momentos como el mismo López Obrador, Sicilia no resiste la tentación de querer trascender anticipándose al dictado del tiempo, para lo que necesita cubrirse de alguna gloria: seguramente, la de un tipo de heroico luchador antifascista, a menos que nada más esté haciendo performance para los amigos.

      En este clima sale el siempre dudoso Sergio Aguayo en el periódico Reforma con un "Ecos del 68": por el problema suscitado con el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), Aguayo primero dicta que "hay ecos del 68 por el menosprecio a estudiantes y académicos, en los modos autoritarios y en la negativa al diálogo". Pues puede ser, de la misma manera en que, en rigor, no es lo mejor, siguiendo a Sicilia, la pasión de AMLO ya presidente por dar informes anuales en un mítin en el Zócalo capitalino, como activista. Pero Aguayo, a fin de cuentas, tampoco puede aguantarse las "ganas": tuitea que el gobierno mexicano actual replica los modos practicados "por Gustavo Díaz Ordaz", presidente mexicano en el 68. Digamos que el paralelo está un poquito fuera de lugar. No hay nada en López Obrador que lo asemeje a Díaz Ordaz, ni la cara (para suerte del tabasqueño, digamos), ni el tipo de amantes, ni de vínculos con la embajada estadounidense y la Central de Inteligencia Americana (CIA), ni con el Estado Mayor Presidencial, absolutamente nada: la policía, es más, cuida las protestas de miembros del CIDE, según lo reconoce alguien que las encabeza, felicitando a la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, quien por lo demás hace ya rato que disolvió el cuerpo de granaderos. Cabe preguntarse, como en el caso de Sicilia, si Aguayo quiere también decir "algo muy trascendente" y "glorioso", o si quiso quedar bien parado ante algún grupo de amigos, puestos en coro a demostrar que AMLO es la antidemocracia ambulante. O el último de los tontos, a partir del momento en que Aguayo niega su tuit y pide de AMLO comprensión lectora.

     La epopeya no acaba aquí. Entrevistado por Carlos Loret de Mola, cuya nueva barbita lo hace lucir como el delincuente que es (practica el fraude procesal a sabiendas de que no se castiga en México lo que en Estados Unidos representa 20 años de cárcel, por perjurio), el académico del CIDE, Jean Meyer, más intelectual que académico, cree ver en los problemas con ese centro de enseñanza la mano de los "duros" del lópezobradorismo alineados con Cuba, Venezuela, Nicaragua y el Foro de Sao Paulo, aunque muy a lo sumo está la "línea" de otro intelectual, Lorenzo Meyer, de lo más moderado, e incapaz de salir a la calle sin citar a algún autor estadounidense. Hay que tomar nota: Meyer (Jean), especialista en este tipo de cosas, dice ver "ideología" en la "agresión contra la inteligencia" y ver igualmente a un "grupo compacto ideológico" detrás del "ataque".

     Loret adivina de qué se trata y busca imaginarse un "movimiento estudiantil" por el asunto del CIDE, a ver si hay rating el año próximo, desde que la derecha le ha robado a la izquierda sus banderas. Loret a las barricadas; Loret defendiendo al mundo -lo dice- del "macartismo" del gobierno mexicano.  Loret anti autoritario, libertario y cualquier día de estos incendiario, como para pasar por revolucionario.

     Meyer es igualmente "fino", y el tipo de extranjero que hace rato ha comprendido que jugando ciertas reglas se puede lograr el apoyo del malinchismo, mientras la xenofobia se reserva para quien no las juega (es decir: la extranjería es tan solo otro pretexto más para ubicarse ante el poder y saber quién es fregón y quién está fregado). Basta con ver el curriculum de Meyer: incluye como mérito a la persona con quien está casado, y 72 libros. Dado que nuestra gloria ambulante tiene 79 años, puede suponerse que comenzó a escribir a los siete años, o si no, que su ritmo de escritura deja pensar que el mundo no es muy serio en sus cosas. A decir verdad, este hombre al que Fernando Benítez llamara "panegírico de los cristeros" no debiera tener el monopolio sobre cierta etapa de la historia de México que incluye otros intérpretes, valiosos.... "La Cristiada" ni siquiera es una expresión correcta, como lo hiciera notar Benítez. No es el único hit de Jean Meyer: en el momento de la caída de la Unión Soviética, logró colocarse como especialista en el tema y, desde luego, como acérrimo anticomunista, lo que ya dejaría suponer cierto grado de ideologización, salvo que los comunistas sean los únicos que hagan ideología, en cuyo caso se la confunde con propaganda. Muy hábil: el sistema triunfante no hace propaganda; simplemente hace publicidad. El hecho es que el libro Rusia y sus imperios, del mismo Jean Meyer, está lejos de ser una gran obra. Difícilmente pasaría en Francia.

     Así pues, Jean Meyer ha sabido hacer lo que el poder podía esperar de él y obtener a cambio privilegios. Tiene en su haber años y más años de dirigir la revista de Historia del CIDE, Istor.  Cualquiera que haya seguido la trayectoria de esta revista puede darse cuenta de que Meyer es por completo ajeno a la pluralidad y dado a crear un "grupo compacto" con una clara dedicatoria ideológica. No es que todo sea rechazable, pero la "línea" difícilmente puede negarse. De este modo, Jean Meyer, el hombre que se queja de "la ideología", no se inmuta cuando hace la suya, salvo que se quiera considerar el anticomunismo sistemático como ciencia pura y dura, en cuyo caso el senador Joseph McCarthy debe ser considerado seguramente un gran científico. Otros hechos apuntan a pensar que Meyer está lejos de ignorar lo que hace, sino que ha decidido jugar las reglas del poder: así se cuelan artículos como los de Gilles Bataillon sobre Nicaragua en la misma línea de ataque, pero con flagrantes problemas para conseguir la mínima labor imparcial que debiera ser la de un científico social. De repente, puede pensarse que Bataillon es un protegido de Meyer que al mismo tiempo la emprende contra las costumbres clientelares nicaraguenses. Puede seguirse: negando toda fuente alternativa de información seria, basada en investigación de archivos, Meyer por aquí y Meyer por acá se presenta en el Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México a expectorar, siempre con el anticomunismo por delante, supuestas verdades sobre la masacre de Katyn. No es difícil, siguiéndolo en su columna en el periódico mexicano El Universal, darse cuenta de que a Meyer el anticomunismo le impide reconstituir hasta hechos y cronologías obvias. Como sea, el tipo ha comprendido las reglas del juego y ha aceptado jugarlas, tal vez creyendo "adaptarse culturalmente": sabe prestarse, cualidad tan apreciada en la corrupción. Digamos en todo caso que su manejo de Istor, entre otras cosas, no tiene mucho de democrático y sí en cambio de elitista. Siendo boomer, es posible tener el espíritu de McCarthy y salir a la calle a movilizar estudiantes contra el autoritarismo. Es su verdad: una persona de convicciones, aunque totalmente ideologizadas y al servicio de poderes corruptos, al grado de ser capaz de celebrar a un periodista de la calaña de Carlos Marín, tal vez para conjuntar, como es habitual, la más refinada mala fe con la grosería maliciosa. Se trata de cinismo.

      No debiera rechazarse todo lo hecho por la intelectualidad de la oposición mexicana. No faltan cosas valiosas y no se puede reducir a Enrique Krauze a plagiario, a Jorge G. Castañeda a converso o incluso a Héctor Aguilar Camín a chayotero mayor del seductor de la patria. Sucede con todo que tiende a imponerse entre esta gente lo que tanto ha criticado el mismo Krauze, y con razón, puesto que también está presente en la izquierda y en el lópezobradorismo intelectual: el hábito del "coro de los amigos" que, llegado el momento, puede más que la inteligencia o el talento, y que, sin que aparezca forzosamente como tal, no deja de ser maniobra de poder dispuesta a pasar hasta sobre las evidencias. Es a fin de cuentas una inteligencia propia del subdesarrollo, pese a su megalomanía, y sale a relucir desde Sicilia hasta Aguayo, pasando por el ubicuo Meyer. Sigue siendo inentendible que López Obrador se enrede en discusiones con gente que no es representativa más que del poder de su pequeña clientela, y al margen de lo que pueda ser de interés para la mayoría de los mexicanos. Si después de la lluvia aparecen sapos, es que llovieron sapos. Así que he aquí otra versión de la República Amorosa (da click en el botón de reproducción).



LO QUE HAY QUE TENER (THE RIGHT STUFF)

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