No es un secreto para quien haya leído textos marxistas que los valores dominantes de una época suelen ser los de la clase dominante. Dicho así, el asunto es de lo más general. Lo que no debiera dejar mayor lugar a dudas es que los valores dominantes de la época actual son en buena medida los del hombre de negocios, por lo demás satisfecho de sí mismo luego de la caída del sovietismo y la apertura de China.
Se trata de valores particulares, porque, pese al imperio de los medios de comunicación masiva y las redes sociales, no toda la sociedad comparte aquéllos, aunque sea porque cualquiera que pase necesidad y/o explotación puede darse cuenta de que no tiene para sí demasiados "derechos y libertades", más que en abstracto. Ya se ha dicho, se trata del derecho y la libertad de hacer lo que más convenga, y no todo el mundo puede regirse por su estricta conveniencia: de manera muy simple, una cajera de supermercado o una trabajadora de una industria maquiladora no pueden dejar de trabajar a la hora que más "les convenga" o, para decirlo más chuscamente, cuanto el esfuerzo y el salario han alcanzado su "punto de equilibrio en el margen". Tampoco tienen muchos derechos que digamos.Hay gente que acusa al marxismo de libresco sin percatarse, al parecer, de que el comportamiento humano no se rige por la microeconomía y la elección supuestamente racional. Tal vez más de uno, al seguir los dictados de su sacrosanta conveniencia, no se haya dado cuenta de que está aplicando un modelo sin entender por qué choca con la realidad y de ésta brotan hasta "populistas", "neofascistas" y otros...síntomas.
El hombre de negocios goza de derechos y libertades, sin duda (hasta derechos a la impunidad, llegado el caso), actúa a su conveniencia, porque le parece lo más "obvio", y ello implica que haga pasar todo lo que pueda por el filtro del análisis costo/beneficio, traducción de la conveniencia: ganar lo máximo perdiendo lo mínimo, otra "evidencia", que llega sin mayores dificultades a : recibir lo máximo dando lo mínimo. Esta forma de calcular, que no significa pensar, pasa bajo muchas formas de "adaptación" y de lo que se entiende por el "magnífico" pragmatismo, desde el cual se dicta la sospecha de que es preferible cuidarse de cualquier "ideal", más si pretende ser "superior". Es de suponer que ya se ha dicho hasta la saciedad que en estas gloriosas condiciones, no puede pretenderse que haya nada superior a lo que hay actualmente, por lo que no vale creer en "utopías" socialistas, comunistas, etcétera, que como lo indica la palabra misma, "utopía", significan "en ninguna parte". No queda más que hacer esfuerzos titánicos por seguir sermoneando e inculcando el "sentido común": fuera de "la democracia", los "derechos y las libertades" y la "racionalidad" del mercado no hay salvación. Seguramente ni quepa recordarle a Letras Libres la exquisita cercanía de Isaiah Berlín, el gran adalidad de "la libertad", con la Central de Inteligencia Americana (CIA). Poco importa si de lo que se trata es de defender, a fin de cuentas, la libertad de sacar el mayor beneficio de todo.
Así, resulta que el valor universal es el análisis costo/beneficio de todo, así se promueva entonces el egoísmo, alguna vez considerado un antivalor, entre capas enteras de la población. Se puede ir más lejos: sería al menos de esperar que algunos gobiernos progresistas, aunque no todos, no estén fomentando entre la gente pobre una mentalidad de conveniencia por quien concrete mejor la llegada de unos cuantos centavos al bolsillo (tampoco se vaya a creer que es mucho), y encima sin pedir nada a cambio: ni educación, ni organización, ni cultura, nada. Puro food stamp, sin conciencia de mayor cosa. Es el tipo de población que se voltea en países como Brasil mientras Luiz Inácio Lula da Silva sigue prometiendo "consumo", ni siquiera "satisfacción de necesidades mínimas" o algo así.
De lo que se trata es de una suplantación, que consiste en hacer pasar valores particulares, los del hombre de negocios, por valores universales, es decir, válidos y cuasi-obligatorios para todo el mundo, so pena de pasar por un idiota digno de Dostoievski o una persona resentida, llena de odio y limitada, que claro, por lo mismo está dispuesta a lanzarse a cualquier aventura ideológica para llenar sus carencias con poder, por ejemplo (es encantadora la forma de proyectarse que tienen algunos lectores de Simon Sebag Montefiore, llamado erróneamente Montefiori, y su libro La corte del zar rojo). ¿Para qué si francamente no hay nada más delicioso que disponer de dinerales para gozar de los "derechos y libertades" más insospechados?
La propagación lleva a perder de vista valores universales que pueden considerarse superiores al puro cálculo de conveniencia. Vamos: dejemos de lado idiotismos como la bondad, la generosidad, la solidaridad o, sobre todo para el mundo subdesarrollado, la justicia. Ya han nacido, muy al estilo estadounidense, los que llegado el momento pueden calcular cuál es el costo/ beneficio del respeto (que cualquiera se meta al tráfico de la Ciudad de México para comprobarlo), de la honestidad, la sinceridad, la modestia, la responsabilidad, del compromiso, la prudencia… Un buen cálculo de conveniencia puede llevar a olvidarse de la mínima prudencia, a evitar sistemáticamente responsabilidades porque conllevan consecuencias, a desconocer la modestia y hacer sentir inferior al otro (más en una cultura de señoritos), a quedarse callado sumisamente, desde luego que a no comprometerse para no perder la posibilidad de estar mañana más arriba, lo que un mal cálculo pondría en juego, etcétera. Todo puede completarse con operaciones exitosas de relaciones públicas y una sonrisa por delante -no cuesta nada el estilo estadounidense-.
La izquierda progresista en algunos lugares la puede agarrar con the pursuit of happiness (la búsqueda de la felicidad), una manera de entender el amor como si se estuviera en regalos de tarjetas de Sanborns, tu D.F. (Derecho a la Felicidad) y un clima de bienestar que se antoja como sentimiento oceánico, o como gran fraternidad universal. La suplantación es completa. Y resulta mejor cuando para las relaciones públicas se sirve de valores que no le dicen gran cosa al hombre de negocios, pero sí mucho a todos los herederos del 68.
Seamos pues egoístas predicando el amor universal, la Paz (o más bien: la no violencia) y el Bien, puesto que el egoísmo es el Bien y “ el juego que todos jugamos”, aunque algunos sean de closet: el amor es la recompensa, el mayor provecho propio. Como se trata de egoísmo, cada quien, sin dejar de estar al unísono con capas enteras de la sociedad, puede creerse además que es "un individuo": por fin, alguien en la vida. Y lo que sigue (da click en el botón de reproducción) es lo que sigue de la "honestidad valiente": Lulinha paz e amor, para no decir, por ejemplo, Orador.