En este 2022 se cumplen cien años de la creación de la Unión Soviética. Hay bastante material que permite hacerse una idea de lo que fue la trayectoria de este país.
No se trató de capitalismo de Estado, ya que la burocracia tenía privilegios, pero no era dueña de medios de producción. Para que haya capitalismo tiene que haber capitalistas. Si bien hubo "degeneración burocrática", la historia soviética no se reduce a este fenómeno que en tiempos de Stalin se trató de evitar de distintas maneras.
Como es sabido, la Revolución bolchevique de 1917 se hizo del gobierno en un país abrumadoramente campesino y con poco desarrollo capitalista. La herencia feudal habría de pesar mucho y, en más de un aspecto, subsiste hasta la actualidad. Lo positivo está en que la construcción socialista pudo beneficiarse de las tradiciones comunitarias campesinas (de la obshina), que impregnaron incluso a los obreros durante buen tiempo, dado su origen rural. La Unión Soviética fue un país predominantemente rural hasta aproximadamente mediados de los años '60.
La herencia negativa fue la de una "aristocracia funcionarial" que en el zarismo acostumbraba pasar de la francachela a la arbitrariedad con los subordinados, dados a ser a la vez "igualados" y siervos, todo lo cual sirve de antecedente para comprender que los rusos se acusen entre sí de ser "de doble cara". La pesada burocracia fue heredada del zarismo.
Luego del triunfo contra el nazi-fascismo en la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética se encerró en la contradicción entre el sentimiento victorioso y una economía y sobre todo una demografía en ruinas. Stalin lamentaba que la guerra había sido tan terrible que no había habido "ni una sola familia que no tuviera a alguien muerto en la contienda". Si durante el periodo del líder soviético Mijaíl Gorbachov se elevó a 27 millones de muertos, la cifra más realista calculada por los propios soviéticos (como Víktor Zemskov) habla de poco menos de 20 millones de muertos, de todos modos una cifra brutal. Pese al rápido descubrimiento de la bomba atómica propia (1949) e incluso luego el lanzamiento del primer satélite (Sputnik, en 1957), el resultado de la guerra fue una brecha entre discurso y realidad que luego se agrandaría.
La burocracia ganó lugar bajo Nikita Jrushchov, tratándose sobre todo de la burocracia partidaria: ser "miembro del partido", "héroe" de lo que fuera y recitar a Lenin sin mayor idea podía permitir ascender e insertarse en alguna clientela, a la sombra de alguien.
Terminado el periodo fanfarrón de Jrushchov (1964), fue el turno de la burocracia que ya venía rampando de antes, con los Primeros Secretarios: la burocracia sectorial-territorial y sus presiones clientelares. Con la creciente urbanización aparecieron capas medias citadinas "aspiracionistas". La Constitución de 1977 difiere bastante de la de 1936: se pasó de un país de "obreros y campesinos" a algo más amorfo, el Estado "de todo el pueblo". Dadas las dificultades de la economía soviética (que tampoco cabe exagerar), despuntó la economía ilegal y el crimen organizado. Hubo un notorio aflojamiento del interés por el marxismo. Luego de Jrushchov, Leónid Brezhnev, en el "periodo de estancamiento", encarnó la diferencia entre palabra y realidad y la corrupción rampante, además de permitir que la Unión Soviética se viera embarcada en un triunfalismo erróneo por el tercermundismo. Lo anterior no quiere decir que no hubiera socialismo de Estado y gente dispuesta a cumplir con las reglas socialistas, pese a las presiones en otro sentido -el de los privilegios- de una parte media y alta de la burocracia, pero también de las capas medias citadinas. Aquí se crearon elementos protocapitalistas.
En condiciones de hostilidad desde el exterior, no hubo manera de pasar de una gran propiedad estatal a una mayor propiedad social, aunque ambas estuvieran consagradas constitucionalmente desde 1936. La Constitución de 1977 agregó la "propiedad personal" de manera algo extraña, sin atreverse a nombrarla privada. Lo cierto es que la lectura de la "traición de los líderes" se antoja simplista; parte de las capas medias citadinas estaba más atraída y seducida por el consumo occidental que por el socialismo. Es en este sentido que se dice que la serie de televisión estadounidense Beverly Hills 90210 tumbó a una Unión Soviética, que no tenía idea clara del capitalismo, y que acabó por no tenerla tampoco del socialismo, en la conjugación de éste con rasgos feudales, de capas medias a ultranza y protocapitalistas. Hasta hoy es posible percibir en esas capas medias el desprecio por el mundo de los trabajadores y rivalidades a muerte por el estatus social.
El triunfo de los Primeros Secretarios del Partido, sin ninguna idea ideológica y sí en cambio un sentido agudo del arribismo -"maldita casta", decía Stalin- queda claro cuando se ve cómo pasaron de líderes socialistas a encumbrados capitalistas, sin dejar de lado los arcaismos feudales, personalidades como Nursultán Nazarbayev en Kazajistán, Saparmurat Niyazov en Turkmenistán, Eduard Shevardnadze en Georgia (el mismo que fue canciller de Gorbachov), Islam Karimov en Uzbekistán o Heydar Aliyev en Azerbaiyán. Varias de estas personalidades se lanzaron al muy feudal culto a la personalidad (Nazarbayev, Aliyev, Niyazov) al mismo tiempo que a las alianzas con un Occidente capitalista al que nunca le molestó este culto desenfrenado.
Lo nuevo en Rusia es el capitalismo, que no cabe reducir a "oligarcas" o "crimen organizado", pero coexiste con rasgos feudales y otros heredados del sovietismo, por lo que una caracterización de un solo trazo no sirve: hay varias tendencias en juego. Lo que sí, el socialismo de Estado cré algo curioso: gente concienzuda sin libertad de pensamiento. Esta libertad ha dejado de ser característica del capitalismo, que tampoco es un monolito. Pero el sovietismo dejó la herencia en más de uno de "hacer las cosas a conciencia", y no en desmedro de los demás. Sobre el tema, Vajtang Kikabidze (da click en el botón de reproducción).