Seguramente deba interpretarse como una señal que el "modelo" costarricense se haya agotado. En las más recientes elecciones presidenciales, y en nombre de la lucha contra la corrupción, se impuso Rodrigo Chaves, del Partido Progreso Social Democrático. Pese a las comparaciones hechas por algunos, no se trata de un nuevo Nayib Bukele en Centroamérica. A fin de cuentas, Bukele, presidente salvadoreño, se benefició de lo logrado por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) antes de empantanarse y caer en el clientelismo y el nepotismo, además de la ineficacia para gobernar.
Chaves, que obtuvo sus mejores votaciones en la periferia del "éxito" costarricense -en las provincias de Puntarenas y Limón-, logró como sea desalojar al tradicional Partido Liberación Nacional, del "pepefiguerismo" de posguerra, que se presentó ahora con el hijo del líder, José María Figueres Olsen. Este hijo de Don Pepe representa una trayectoria común en América Latina: proveniente de una tradición con tintes populistas (y nada más que tintes, sin ser un populismo clásico), se perdió en la tecnocracia, los organismos internacionales, el Consenso de Washington y la corrupción, un poco al modo -en pequeña escala- del Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano. Hace rato que parte de la población costarricense busca a tientas alternativas.
Y es que, si bien se supone que es un país feliz y un paraíso ecológico, de lo más atractivo para el turismo, Costa Rica no ha escapado al destino de otros países centroamericanos, ni por la influencia estadounidense, ni por la instalación de industrias maquiladoras. No todo es "pura vida", porque el país centroamericano no ha podido escapar al deterioro de las condiciones de vida que ha afectado a casi toda Centroamérica -Nicaragua es un caso aparte- y Panamá.
Pese a la estabilidad democrática y a distintos logros en bienestar y medio ambiente, Costa Rica ha visto crecer la desigualdad, al grado de ser el décimonoveno país más desigual del mundo; se ha convertido en el quinto país más desigual de América Latina. La pobreza afecta a un 20 % de la población (seis por ciento en pobreza extrema). El desempleo está un poco por arriba del 14 %., una de las tasas más altas en América Latina, siendo que el porcentaje era hasta 2018 de un solo dígito. Más del 40 % de la población económicamente activa ha ido a parar al sector informal. Por lo visto, no hay modo de escapar a la crisis capitalista ni refugios seguros.
Es difícil tachar a Chaves de "populista" y callar sobre los tintes de Don Pepe e hijos. Costa Rica se encuentra dividida, a juzgar por los resultados de la más reciente votación: casi 53 % para Chaves y poco más de 47 % para Figueres Olsen, que ni siquiera triunfó en todo el Valle Central, más allá de San José (capital) y la vieja Cartago. Algo común es en casi toda América Latina el hartazgo con los partidos tradicionales, sin que haya una lectura clara de lo que emerge en términos de sectores sociales: lo cierto es que, en medio de un abstencionismo del 42 %, Costa Rica, sin ser un Estado fallido, lleva ya un buen rato buscando otra cosa que la clase política tradicional. Algo tico (da click en el botón de reproducción):