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lunes, 25 de abril de 2022

FRANCIA: QUÉ GRAN ESTILO

 Cuando se acusa a medio mundo de "populista", menos a un candidato supuestamente de "centro", se está probablemente en un supermercado colocando etiquetas de productos. Sin siquiera ver lo que contienen, por cierto, puesto que en principio los candidatos tienen propuestas. En las últimas elecciones presidenciales francesas, el ganador, el presidente Emmanuel Macron, no se tomó mayor molestia de hacer propuestas (salvo la jubilación a los 65 años), y buena parte de la gente no se tomó tampoco la molestia de evaluar lo que hizo en su primer periodo. La abstención en la segunda vuelta fue altísima, de cerca de 40 %, la mayor en medio siglo. No se vaya a creer que alguna Francia entusiasmada salió a elegir a Macron.

     Desde hace años, la gracia consiste en jugárselas como "cortador de cupón": gritar "!ahí viene el fascismo!" sin saber siquiera qué es éste para votar a lo que es el "centro" o lo que era el supuesto "socialismo", igualmente al "centro". No se trata más que de una "jugada" muy poco convincente, sobre todo cuando el de derecha y conservador no es otro que el mismísimo Macron. 

     Macron viene de lejos, puesto que ya había ocupado cargos con el presidente socialista Francois Hollande, quien demostró que una parte de los franceses no le teme al ridículo. Al parecer, tampoco se le teme a la prepotencia y la majadería de un Macron que está donde está gracias a los Rothschild y la Unión Europea. De ésta salieron al último minuto algunos dignatarios a solicitar el voto para Macron. Si Marine Le Pen, de la Agrupación Nacional, era casi la candidata del presidente ruso Vladimir Putin, estamos en que Macron jugó la carta de la descalificación para ganar, rayando en la "expulsión de la democracia" de su contrincante. Después de todo, el "populista" al rato es "autoritario", al poco tiempo "autócrata" y luego se acerca del "totalitarismo". Los autodenominados "demócratas liberales" tienen al parecer algún tipo de monopolio: los demás no son más que gente antidemocrática embozada, y no faltó quien, como el mexicano Ulrich Richter, acercara a Marine Le Pen del supuesto "tirano" presidente ruso Vladimir Putin. El programa de Marine Le Pen no tenía nada que ver con estas etiquetas, pero los medios de comunicación masiva no difundieron programas, en ningún momento. Así gana Macron: con los medios a su favor, descalificando y, la vez pasada, con la prevaricación del aparato de Justicia contra Francois Fillon, candidato de Los Republicanos. Al parecer, a los "demócratas liberales" no les importa que la Justicia tenga que corromperse -lo que reconocieron varios jueces- y ponerse al servicio de Hollande para que Macron pudiera pasar la primera vez, siendo que el favorito era Fillon, algo qué tal vez no se haya olvidado. Dado lo que se dedica a hacer el actual presidente francés, no deja de recordar en México la trayectoria del seductor de la patria, ya prácticamente gobernante en 1982-1988, como Macron desde Hollande, y para lo mismo: desmantelar el Estado.

      Los latinoamericanos de izquierda se inclinaron por el ex socialista y hoy gran demagogo Jean-Luc Mélenchon, al no distinguir entre gobierno y Estado (Marine Le Pen se propuso como "mujer de Estado") ni tener mayor idea republicana. Líder de La Francia Insumisa, gran admirador del progretariado latinoamericano, Mélenchon ofreció lo imposible y se coló en un importante tercer lugar que, ambicioso de poder como es, le hace esperar que a partir de las próximas elecciones legislativas podrá ser primer ministro. De Macron. Apenas conocidos los resultados de la primera vuelta, Mélenchon salió a gritar, sabiendo que era el fiel de la balanza, "!ni un voto a Le Pen!". El ego-candidato de La Francia Insumisa carga con la enorme responsabilidad de haber facilitado el triunfo del candidato de la alta finanza, los ricos y los jubilados, sin haber estado a la altura de un Estado, porque tal vez Francia se ha vuelto un simple asunto de dinero para una parte de la población. Por cierto que, ajeno a la tradición de no entrometerse en los asuntos de otro país, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador agarró el teléfono para felicitar a su « amigo » Mélenchon, el politicastro sin visión de Estado.

     Es una lástima que gente como el intelectual mexicano Enrique Krauze, al tuitear "Macron o el suicidio", no entienda la diferencia entre gobierno y Estado y el riesgo para éste de que Macron le pase por encima de mil maneras desde el gobierno, asociado a intereses extranjeros. Al parecer, no se quiere mucho a Francia si se le desea convertirse en un "Estado libre asociado" más, con el agravante de que el francés ha sido un Estado republicano y los "demócratas liberales" tampoco parecen entender lo que es la "cosa pública", más allá de intereses particulares y personales que juegan con todo cinismo, puesto que es "lo que hay que tener".

     Macron tiene consigo la venta de joyas del patrimonio empresarial francés, como EDF y Alstom (ambas en el sector eléctrico), una gestión criminal de la crisis sanitaria de la Covid 19, y mucho en materia de destrucción de instituciones, desde los poderes independientes por los que tanto claman los autodenominados "demócratas liberales" hasta las inspecciones ministeriales. Macron no está destruyendo el gobierno, sino el Estado, a la sombra de la Unión Europea, y sin que haya "conspiracionismo" en decirlo: al fin y al cabo, a ciertos grandes intereses financieros ni siquiera les importa "destruir sociedad". Tal vez quienes lo apoyen en la coyuntura no se den cuenta de que es un proyecto suicida, pero que parece preferible al supuesto "fascismo" o "populismo" (quien sí prometió el oro y el moro fue Mélenchon). Lástima por cierto por la manera de Fabien Roussel, del Partido Comunista Francés, de dilapidar y echar a perder lo que había ganado. La izquierda vuelve a tenderle la cama a la tecnocracia de derecha y conservadora que se hace pasar por "liberal".

     Desde luego, hay que estar bastante despistado para pensar que cualquier forma de tratar de recuperar la herencia del general Charles De Gaulle -algo en lo que convino Marine Le Pen, que no es la prolongación de su padre- y las virtudes del Estado francés es "populismo". Macron es el gobierno de Davos en Francia. Si a más de uno no le incomoda que los Estados se suiciden, adelante, aunque es probable que a la larga haya consecuencias, por más que existan los que piensen ahorrárselas. La derecha laica y republicana (si se deja de lado a Eric Zemmour) de la Agrupación Nacional sacó el mejor resultado de su historia. Por lo demás, para las legislativas de junio, en las cuales Mélenchon piensa coronarse Jean-Luc I de Francia, más de la mitad de los franceses no quiere que gane La República en Marcha (LRM), de Macron. Así que que, como lo sugirió Aznavour (da click en el botón de reproducción), hay que saber «  no despedirse », salvo de quienes no leen ni un programa, no evalúan ni un resultado, confunden el periodismo con el etiquetado en un súpermercado y se limitan a buscar sacar de la democracia a quienes no tienen la misma visión que ellos, que al mismo tiempo se dicen graciosamente plurales, descalificando en el camino la menor contradicción.



LO QUE HAY QUE TENER (THE RIGHT STUFF)

 La Internacional Progresista (IP) del político Demócrata estadounidense Bernie Sanders se ha tragado a buena parte del progresismo latinoam...