No se trata de un asunto de "pueblos" contra "élites" para hacer pasar algún populismo. De todos modos, si alguien habló de "pueblo" en Francia, no hizo más que apegarse a la Constitución, según la cual el principio de la soberanía (artículo 2) es "gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo". Quien quiera puede preguntarse si es lo que ha estado haciendo el recién electo presidente francés Emmanuel Macron. La Constitución francesa exige (artículo 4) que los partidos y agrupaciones políticas repeten "los principios de la soberanía nacional y de la democracia". En este orden de cosas, el gobierno de Macron no podía llamar a votar a partir de algo cuyo nombre empieza como "Ministerio de Europa", salvo que salga algún bravo a demostrar que la integración en la Unión Europea (UE) no significa menoscabo de dicha soberanía. Por lo demás, la Constitución establece que "la ley garantiza las expresiones pluralistas de las opiniones y la participación equitativa de los partidos y las agrupaciones políticas en la vida democrática de la nación". Estas condiciones desaparecen desde el momento en que se descalifica a un contrincante como potencialmente "antidemocrático": es lo que se hace cuando se ubica a tal o cual en "la extrema derecha" y cerca del "fascismo" o del "tirano" mandatario ruso Vladimir Putin. Cualquiera que haya leído el programa de la candidata del Agrupamiento Nacional, Marine Le Pen, se podía dar cuenta que no había nada de "extrema derecha" y mucho menos de "fascista". Cabría preguntarse si apegarse a la Constitución y en particular lo más posible al principio de soberanía es una "amenaza", en cuyo caso la Constitución misma suena "amenazante".
Hay que tomar en cuenta que, cinco años atrás, Macron logró ganar la partida torciendo el aparato de Justicia contra el favorito de centro-derecha, Francois Fillon. Esta vez, fueron descartados de entrada, por el sistema de "padrinazgos", candidatos anti-europeístas como Francois Asselineau, de la Unión Popular Republicana (UPR). Macron ganó en medio de un voto récord para la Agrupación Nacional y la mayor abstención en medio siglo: bien cabe pensar que parte de Francia no termina de encontrar el camino para deshacerse de las imposiciones de la UE, y no que esta es objeto de adoración.
Algunos analistas han hecho notar dos cosas. Luego de la primera vuelta, la distancia entre Macron y Marine Le Pen era mínima. Se fue ampliando por la intervención de los medios de comunicación, dedicados a infundir el miedo a la "extrema derecha", fabricada. Cabe preguntarse si éste es un estado de opinión o de Derecho, si el voto es "libre, directo y secreto". ¿Libre del chantaje "si votas por Le Pen, votas por Putin o votas por el fascismo », es decir, "si votas por Le Pen, te colocas por fuera de la democracia"...? ¿Es realmente un voto libre? Sería como decir, si el segundo hubiera sido Fabien Roussel, del Partido Comunista Francés (PCF), que resulta que se ubica en la "extrema izquierda", lo cual es totalmente falso: "si votas por Roussel, votas por el Gulag". La ley francesa dice que los partidos y agrupaciones políticas "se forman y ejercen su actividad libremente". Cabe preguntarse si esta libertad no se vió coartada por la campaña masiva de los medios de comunicación, al grado de quedar éstos por encima del Estado y sus leyes. No había nada en el programa de Marine Le Pen que representara un desafío al Estado (antes al contrario).
Lo segundo fue el procedimiento del tercer lugar, el gran demagogo de centro-izquierda, Jean Luc Mélenchon, felicitado doble, en plena injerencia en los asuntos internos franceses, por un presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador que se permitió insinuaciones contra el "canto de las sirenas". Mélenchon dijo que daría a sus partidarios a escoger qué hacer en la segunda vuelta, para lo que realizó una encuesta: ésta fue trucada, puesto que se abrió la posibilidad de abstenerse o votar por Macron, pero nunca se le preguntó a la gente sobre la posibilidad de votar por Marine Le Pen, a pesar de que había simpatizantes de La Francia Insumisa (el partido de Mélenchon) que querían hacerlo. Mélenchon simplemente cargó los dados.
En rigor, el asunto no llega ni siquiera a "las élites". Cabe preguntarse hasta dónde, si los franceses no se hallan (o no les permiten hallarse), no es porque el debilitamiento del Estado ha hecho que sea en parte suplantado por los medios de comunicación masiva. Lograron lo que Michel Clouscard llamaba la alianza "liberal-libertaria": la imposición europeísta derechista y conservadora con la izquierda, todo agitando un fantasma. No habrá sido la primera vez que Macron es "colocado" o "sembrado": que buena parte de los franceses no haya encontrado otro camino no quiere decir que el tipo no sea en buena medida detestado, y en vez de descalificar a toda oposición, o casi, como potencialmente anti-democrática, los "demócratas liberales" podrían explicar si leen por lo menos la Constitución y si la entienden, porque mayor libertad no tienen. Están "adheridos" a los dictados de los medios sin la menor distancia, lo que indica que carecen de criterio propio, sin que nadie les impida ejercerlo, porque el capitalismo no lo hace, al menos no formalmente. Nos volvemos a Aznavour (da click en el botón de reproducción):