La situación que lo contrario del llamado "correísmo" ha provocado en el Ecuador es grave, de tal forma que, como ya se ha sugerido, este país no está lejos del Estado fallido. Al parecer, es el tipo de cosas que le gustan a Estados Unidos, puesto que el país sudamericano fue visitado hace poco por la Primera Dama, Jill Biden, que no acostumbra viajar.
El Ecuador está en manos de la delincuencia organizada, y el problema del narcotráfico no ha sido tocado con la gravedad que tiene: ya no se trata nada más del proverbial lavado, que los ecuatorianos se negaban a reconocer, sino también de distribución, producción y consumo.
Los últimos gobiernos han logrado colocar a Guayaquil, centro económico del país, entre las ciudades más peligrosas del mundo, y recientemente prácticamente paró la ciudad de Esmeraldas, agobiada por la delincuencia contra el comercio: no lejos de Colombia, Esmeraldas (entre otras cosas punto de salida de cocaína a México) se convirtió en la segunda provincia con mayor cantidad de asesinatos del país. Han abundado las extorsiones a comercios. Las cifras oficiales muestran que no había tal grado de inseguridad en el Ecuador bajo el gobierno de Rafael Correa. Los asesinatos crecieron con el presidente Lenín Moreno y con su sucesor, Guillermo Lasso. Las muertes violentas se han concentrado en las provincias costeras de Guayas, Manabí y Esmeraldas. Se han repetido igualmente motines carcelarios, con finales trágicos. Las provincias igualmente costeras de El Oro y Los Ríos también se han visto afectadas por el incremento de la delincuencia. No ha habido plan integral para enfrentar estos problemas y la Policía Nacional carece de capacidad para hacerlo, más allá de algunos paliativos.
El estado de Derecho no existe, pero las "leyes" se siguen haciendo valer para la persecución política de opositores con capacidad, como en el caso lastimoso del ex vicepresidente Jorge Glas, a quien se le ha caído con saña: volvió a la cárcel al denegársele el habeas corpus que se le había otorgado. Glas está enfermo y se había considerado que en estas condiciones su vida corría peligro en prisión.
Algo llama poderosamente la atención. En las últimas elecciones presidenciales, la votación se polarizó entre las provincias costeras y, por otra parte, las serranas y amazónicas. Con Correa había cierto predominio de costeños, pero limitado. En cambio, los ministros de Lasso son casi todos serranos, incluyendo al tecnócrata de Economía y Finanzas cuencano, Simón Cueva Armijos. Esta fractura regional notoria abunda en el sentido del Estado fallido, algo en lo que han jugado por lo demás un papel deplorable algunas organizaciones indígenas.
Los medios de comunicación están casi todos asaltados por gente lumpen y/o al servicio de la Central de Inteligencia Americana (CIA), por lo que son conocidos Carlos Vera y Fernando Villavicencio (encima asambleísta).
Para el mandatario Lasso, la inseguridad parece ser increíblemente parte del "camino del éxito". Parte de lo mismo es tal vez el reciente incremento de la desigualdad y la pobreza, y el colapso del sistema de salud.
Este es el tipo de lugares que le gusta visitar a Jill Biden y que los "demócratas liberales" no toman en cuenta al presumir las bondades de los "derechos y las libertades". Hay que decirlo también : la de Lasso fue la opción de una parte no desdeñable de los indígenas ecuatorianos.
Antes del festín del petróleo y el descarado pero curiosamente negado del narcotráfico, al menos se podía en el Ecuador lloriquear en calma. (da click en el botón de reproducción).