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lunes, 23 de mayo de 2022

OTRA VEZ SOBRE GROSSMAN

 El sistema capitalista garantiza formalmente mejor que otros la libertad de pensamiento. Está consignada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 (artículo 18), y de manera diferenciada de la libertad de conciencia y de religión.

     A estas alturas, es raro, aunque existe, que se manifieste dicha libertad, porque el mismo sistema mencionado crea fenómenos de masas y de espectáculo en los que la gente se escuda en el "se" ("se" dice) y en lo mundano para ahorrarse un pensamiento o criterio propio que cuesta, y que es por lo demás sutilmente marginado por la "norma". Más de un comentócrata u opinólogo, como se ha dado en llamarlos, evita cuidadosamente la menor distancia con el "se" de su grupito de poder, del medio de comunicación para el cual trabaja, etcétera. Detrás de los alardes de bravuconería suele estar el cobarde al que sería necesario ver individualmente, solo, sin "echar montón". Es la misma gente que no para de gritonear con "los derechos y las libertades".

     Es de suponer que estos derechos y libertades se han conquistado frente al Estado. Se critica así, no sin razón, el riesgo de que el Estado conculque derechos y libertades individuales. Al mismo tiempo, llama la atención que se tengan con frecuencia para ser desperdiciados. En principio, el ser humano debe ser, bajo una u otra forma, útil a la sociedad, y hay mil maneras de serlo, distintas de ser útil al grupito con el que "estoy en deuda" o "que me paga" y al que se está agradecido, se diga o no abiertamente. Los "derechos y libertades" no son una abstracción, ni algo absoluto: para quienes los presumen, no es difícil notar que se vuelven relativos donde empieza la coacción de la necesidad (de tener una fuente de ingreso) o de complacer, "quedar bien" para ganarse favores y ascender. Si lo enumerado no interviniera, tal vez habría mayor diversidad real de opinión en los medios y no auténticos cantantes a coro (claro, cada uno con su voz específica).

     Lo anterior viene a cuento por la constante celebración que los adalides "demócratas liberales" han hecho del autor soviético Vasili Grossman, y en particular de su obra Vida y destino, como crítica a "los dos totalitarismos", el nazi y el soviético. Grossman fue prohibido en la Unión Soviética por motivos que se entienden bien a la distancia: su obra sirve para un interminable antisovietismo en nombre de "la libertad". Vayamos por partes: no sería incorrecto decir que el socialismo limita la libertad de pensamiento y censura de distintas maneras, aunque otra cosa sea lo que sucede con la libertad de conciencia o de religión. El sovietismo ha heredado hasta hoy en la Federación Rusa el miedo a hablar, aunque hay formas y formas de discrepar.

      Lo que Grossman decía era que "la libertad se extiende a la vida de todos los hombres. La libertad es el derecho a sembrar lo que uno quiera, a confeccionar zapatos y abrigos, a hacer pan con el grano que uno ha sembrado, y a venderlo o no venderlo, lo que uno quiera. Y tanto si uno es cerrajero como fundidor de acero o artista, la libertad es el derecho a vivir como uno prefiera y no como le ordenen". 

     No estamos seguros de que en el sovietismo todo el mundo actuara "por órdenes" y sin convicciones. Tampoco es seguro que la total ausencia de censura en el capitalismo sea un bien absoluto: llega a dar en libertades como las de mentir, difamar, calumniar, hablar sin conocimiento de causa, etcétera, sin la menor sanción. De todos modos, en el capitalismo, dados los niveles de ingresos, no todos pueden darse el lujo de "vender o no vender" ni de "vivir como lo prefieran". En el socialismo tampoco puede ser así: debiera poderse escoger no nada más por preferencia individual, sino también para ser útil a la sociedad. Dedicarse exclusivamente a "lo que uno prefiera" corre el riesgo de ser antisocial si no se considera la existencia de un mínimo bien común. 

     Si el Estado no debe sacrificar las libertades individuales, incluyendo la de pensamiento, tampoco lo puede hacer el "se" que condena al ostracismo. A nadie le han ordenado nada, pero el sistema capitalista sabe muy bien cómo hacer entrar en acción el "dejar morir" a quien discrepa. De aquí el pavor a la libertad de pensamiento, y a una verdadera libertad espiritual (que no tiene nada que ver con gurúes ni autoayuda, etcétera). Los resquicios para la libertad de pensamiento son mayores en el capitalismo, aunque suelen ser desaprovechados por distintos motivos (miedo, pero también indiferencia, comodidad o pereza, etcétera...). Ejercer esta libertad cuesta, y no abundan los dispuestos a pagarla.

     Lo que exige el socialismo conocido hasta hoy es sacrificio, y en principio no debiera suceder así: sacrificio al Estado, en todo caso si no respeta de vuelta las libertades individuales. Al mismo tiempo, este espíritu de sacrificio, no desligado de una herencia feudal específica, limita pero da ventajas: un presidente como el ruso Vladimir Putin seguramente está dispuesto a sacrificios -como el de arriesgar su popularidad- que no está dispuesto a hacer ningún occidental, porque un sacrificio se le aparece como una "pérdida" y no “se” opera con pérdidas. Putin está dispuesto a dar de sí mismo. El presidente estadounidense Joseph Biden no. El escritor ruso y soviético Máximo Gorki decía: "el hombre arriesga su propia vida cada vez que elige y éso lo hace libre". No es arriesgar absolutamente nada renunciar a la libertad de pensamiento para esconderse en el "se" y al mismo tiempo ponerse bravucón en grupo. Decía también Gorki: "desde el momento en que un hombre se presta a dar su libertad y su vida por su creencia, es que sus sentimientos son sinceros". Los derechos y libertades de algunos son una defensa natural de la vida, pero también es válido preguntarse que se hace con ésta: no dar más que para un grupito, para los amigos en contubernio o para la empresa que paga y no preocuparse en lo más mínimo por la verosimilitud de lo dicho ni por el lector bien puede tomarse como actitud antisocial. Lo extraño es que sea recompensada. 

     Hacer "lo que se prefiera" suena bien en abstracto: puede convertirse en hacer lo que se pueda o en la creencia errónea de que se puede "hacer lo que de la gana" sin considerar a los demás. Así se desliza el progreso capitalista hacia su contrario, la decadencia, con mucho alarde, éso sí. El culto a Grossman es antisocial, y notoriamente carente de libertad de pensamiento, al no considerar las contradicciones del mismo Grossman, cuyo “ realismo socialista” curiosamente se da por oportuno.



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