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miércoles, 4 de mayo de 2022

EL ALUD

 Una de las cosas más simpáticas de la oposición mexicana es la manera en que se hace la perseguida. Hay quien advierte incluso, escudado en Hannah Arendt, que en un mundo sin sin prensa libre, "cualquier cosa puede suceder".

      Los siguientes periódicos y revistas son en lo fundamental oposición al actual gobierno mexicano, por más que dejen colado a uno que otro partidario de López Obrador: Reforma, El Universal, El Financiero, La Crónica, Excélsior, Milenio, La Razón y sus respectivas ramificaciones televisivas, cuando las hay. Cabe incluir la revista Proceso. La excepción, por lo demás parcial, es La Jornada, y muy hasta cierto punto El Heraldo. Dejando de lado Basta!, poco conocido, podría decirse que prácticamente ocho de diez diarios mexicanos se la pasan, un día sí y el otro también, contra lo que sea que haga el gobierno de López Obrador. Nadie los ha castigado en lo más mínimo: son, pues, "prensa libre", entendiendo por ello "libre" de injerencia estatal, a lo que hay que sumar cadenas informativas como la de Carmen Aristegui o Latinus. Ningún periodista de estos grupos ha sido víctima de nada que no sea, en el límite, cierta necedad en los dichos de López Obrador, pero de ninguna coacción en los hechos. Incluso se han presentado casos de periodistas amenazados -como Azucena Uresti, de Milenio- a quienes el gobierno ha ofrecido protección, frente al crimen organizado. La mano del gobierno no está detrás de ninguno de los asesinatos de periodistas cometidos en este sexenio. Ni se diga en el mundo de las revistas intelectuales: Letras Libres y Nexos han podido hacer lo que quieran, dejando de lado un roce a principios de sexenio entre Nexos y la Secretaría de la Función Pública. Se trata de lo que ha sucedido en los hechos, a reserva de que López Obrador y sus seguidores se hagan de palabras con "chayoteros", "conservadores" o lo que se quiera. Nadie ha perdido una columna, salvo Hernán Gómez Bruera, en El Heraldo, por destapar la corrupción de Julio Scherer Ibarra (Gómez Bruera es por lo demás cercano al lópezobradorismo). Epigmenio Ibarra puede seguir con sus provocaciones en Milenio, donde le tienen tomada la medida; con cierta independencia de criterio se encuentra Jorge Zepeda Patterson (también del español El País) y si acaso Lorenzo Meyer. En los periódicos enumerados no hay, por ende, mayor cabida para el lópezobradorismo, ni mayor pluralidad. Si parece quedar La Jornada, suele ser lugar de crítica al gobierno desde el ultraizquierdismo.

     El estudioso estadounidense Joel Kotkin ha explicado lo que ha sucedido con la prensa y, de una manera más general, con los medios de comunicación masiva en los últimos tiempos. No abunda gente "en el terreno" y en las redacciones no está gente experimentada, sino que hay titulados sin mayor idea de nada. Lo más grave es lo siguiente, que es muy fácil de constatar: el periodismo de investigación ha tendido a extinguirse para ser remplazado por el de opinión, por lo que no debería extrañar que algunos se quejen de la "comentocracia" o de los "opinólogos". El grueso de los medios "fuente" está por lo demás bajo control de una izquierda "demócrata liberal" (en 2018, en Estados Unidos el 97 % de los reporteros se identificaba con los Demócratas, y en Francia dos tercios por los socialistas). Este sesgo es posible de observar por igual en medios orientados al entretenimiento: Hollywood está por el "liberalismo" (en 2018, 99 % de las donaciones políticas de ejecutivos del entretenimiento fueron para los Demócratas). Al parecer, hay quienes, en un reflejo típicamente capitalista, piensan que la calidad se mide por la cantidad, como si se estuviera en un súpermercado: a mayor número de medios, más calidad porque pareciera haber "de dónde escoger".

     El problema está efectivamente en que cantidad no es calidad: de diez medios, ocho repiten lo mismo con variantes, al grado de que pareciera estarse entre franquicias de Letras Libres. Repiten lo mismo sin informar y, sobre todo, sin el menor periodismo de investigación que, insistamos, ha tendido a la extinción. No es algo que parezca preocupar demasiado.

      El gobierno de López Obrador no ha llenado el hueco, de tal manera que no parece preocuparse mayormente por informar ni por dar a conocer sobre la base de la investigación. No se trata de salir cada vez corriendo a desmentir la última de la oposición, sino de tener una iniciativa que no se tiene. Se pueden tener ocho periódicos y cadenas diferentes y diciendo más o menos lo mismo: es probable que Arendt se haya referido a la libertad de pensamiento, no a la libertad de embestir en bola sin represalias de ningún tipo y, en realidad, sin consecuencias. Libertad es aquí impunidad: de decir cualquier cosa sin un mínimo de respaldo en la información y, lo que es más, en la investigación. Tal vez quede la impresión de que, ya puestas así las cosas, efectivamente "cualquier cosa puede suceder": por ejemplo, que un puñado de "firmas" -tampoco son tantas- se la pase escandalizando en el vecindario sin que nadie las mande a callar (es probable, en realidad, que su peor efecto esté en la telecracia con toda su insolencia).. Así las cosas.



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