Lo propio de más de un intelectual del mundo subdesarrollado es creerse a pie juntillas lo que dice alguna agencia noticiosa oficial de un país central, como si la garantía de la verdad estuviera tanto en el carácter oficial como en el origen desarrollado de lo dicho. Seguramente con esta óptica podría leerse un libro reciente de Laurence Rees, británico al servicio de la BBC (British Broadcasting Corporation), Hitler y Stalin: dos dictadores y la Segunda Guerra Mundial. El texto parte de la premisa de la igualdad entre dos totalitarismos sin cuestionársela y de la creencia de que hay gente capaz de sacrificar millones de vidas a sus "sueños".
Algunas cosas debieran llamar a cierto cuidado con las equivalencias. Resulta que lo que dicen hasta hoy muchos críticos del socialismo soviético es curiosamente parecido a lo que decía Hitler. ¿Alguna incomodidad? Ninguna. "Los gobernantes de la Rusia actual son delincuentes comunes, con las manos manchadas de sangre.", dice Mein Kampf de una manera harto parecida a la que utiliza por ejemplo el presidente estadounidense Joseph Biden para hablar del "carnicero", "asesino" y "criminal de guerra" Vladimir Putin, mandatario ruso. No faltará el que se identifique con la creencia de Hitler de que se está ante gente que "(...) emprende la misión consciente de imponer su sangrienta opresión al mundo entero", con Putin supuestamente interviniendo en las elecciones estadounidenses o en las mexicanas (lo afirmaba el candidato mexicano José Antonio Meade sin ningún problema), en los asuntos de Cataluña o en los partidos franceses de oposición- He aquí esta joya de Hitler que suscribirían muy alegremente muchos occidentales: "en el Paraíso soviético se encuentra la forma más espantosa de esclavitud que haya existido nunca en el mundo, explica nuestro Fuhrer, millones de personas aterrorizadas, oprimidas, depravadas, medio muertas de hambre (...)". Es lo que no se cansa de repetir una creencia en "los dos totalitarismos" que suele olvidarse olímpicamente del nazismo para insistir en que "no hay alternativa".
Tal ve se olvide que, en algún momento, eran los nazis los grandes partidarios de una Ucrania independiente. Habla un miembro de las SS (unidad de protección y choque del partido nazi) citado por Rees: "como sabíamos que con Ucrania había existido una relación especial -y que durante la Primera Guerra Mundial Ucrania ya había sido independiente durante un tiempo corto-, dábamos por sentado que cuando la ocupáramos, se convertiría en un Estado independiente, y que los soldados del país probablemente lucharían a nuestro lado contra los restos del bolchevismo". "Muchos ucranianos habían hecho una previsión parecida", agrega Rees. Es de lo más normal que la historiografía británica tenga como fuente de su "argumentación" sobre la hambruna en Ucrania en el periodo soviético la Gestapo (policía secreta de la Alemania nazi). ¿No dijo acaso Hitler que el mundo soviético era el de gente "medio muerta de hambre"?
Dicho sea de paso, la creencia de que el ejército soviético se iba a venir abajo muy rápido al comenzar la invasión nazi es la creencia de Hitler, no la de que Stalin no sabía hacer nada bien, salvo mandar a matar. Lo curioso es que, como Simon Sebag Montefiore, Rees da los suficientes elementos para leer correctamente. Hitler, simplemente, era alguien a quien "le disgustaba leer documentos", según su asistente personal en los años '30, Fritz Wiedemann, y el Fuhrer llegaba a comunicar decisiones importantes "sin antes haber pedido ver siquiera los dosieres propios del asunto". "Tenía la convicción -reproduce Rees- de que muchas cosas se resolvían por sí mismas, si uno no interfería". Vaya. En cambio, en sus arranques de cólera, Stalin espetaba: "mírenme: puedo aprender, leer, mantenerme al tanto de lo que pasa cada día. ¿Por qué ustedes no pueden hacer lo mismo? No les gusta aprender: se conforman con ir tirando como son, satisfechos de sí mismos".
El libro de Rees es otro de verdades a medias. Lo que de todas maneras está dicho es que "para hacer realidad la utopía de Hitler, se pretendía que decenas de millones de ciudadanos soviéticos desaparecieran, borrados de la faz de la Tierra". El sovietismo nunca pretendió nada parecido, y es extraño que no se hable de genocidio para lo hecho por la Alemania nazi en la Unión Soviética. El mismo Rees cita "ideas" espeluznantes de Hitler, como arrasar por completo con ciudades enteras, como Moscú y Leningrado (y de hecho, se hizo con Minsk). Arrasar: aniquilar, exterminar. Hitler es un destructor nato que anunció desde 1925 lo que quería hacer con la Unión Soviética. Está citado por Rees: "detener el movimiento incesante de los alemanes hacia el sur y el oeste, y dirigir nuestra mirada hacia las tierras orientales". Esa mirada estaba puesta de forma explícita en Rusia -reconoce Rees- y "sus Estados vasallos fronterizos". Stalin y sus allegados construyeron una potencia industrial victoriosa entre los años '20 y '30 y es algo que perdura hasta hoy, considerando que el imperio zarista no sabía más que ser enorme e inútil. Para convertir a Stalin en un "exterminador", hay que ponerse a mentir...para llegar a la misma visión que tenía nuestro simpático Fuhrer sobre la Unión Soviética. Y a Hitler nadie lo ha acusado de sacrificar millones de vidas a "un ideal", para desacreditar el ideal mismo, salvo en el tema racial, que distó de ser la única preocupación de Hitler. Stalin resulta estereotipadamente "glacial", y la clase de persona que detesta que no le digan la verdad. Al principio del libro de Rees, Hitler por poco y es simpático: casi lo confunden con un camarero y no para de hablar con locuacidad seductora, mientras que el líder soviético es hermético y calla y escucha. Nuestro Fuhrer seduce: tanto que podemos ponernos de acuerdo con su visión de la Unión Soviética, aunque lo de los judíos haya sido impasable.
Si la BBC nos dice que Putin "está manchado de sangre", es un "criminal de guerra", un "asesino" y un "carnicero", podemos repetirlo sin problema, satisfechos de haber "replicado" a la BBC, para "ir tirando" por la vida y asegurándonos de que no pagaremos en ningún momento el precio de la verdad (puesto que es relativa, no existe, conduce a millones de muertos o lo que se quiera). Tan facilón como despachar el asunto sin siquiera saber bien de qué va. Disgusta leer documentos cuando las cosas se pueden arreglar por sí solas. Que lo diga el valet parking (da click en el botón de reproducción).