Distintos países del mundo han condenado la intervención de Rusia en Ucrania en nombre del derecho internacional, por cuestiones de "soberanía e integridad territorial". Moscú, capital rusa, ha invocado también el derecho internacional, por curioso que parezca. En efecto, a raíz de la proclamación unilateral de independencia de Kosovo, al sur de Serbia, la Corte Internacional de Justicia, dependiente de Naciones Unidas, dió por buena la decisión kosovar, alegando que una parte del territorio de un país puede independizarse sin necesidad de pedir permiso a las autoridades centrales del mismo. Es sobre esta base que el presidente ruso, Vladimir Putin, consideró procedentes las decisiones de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón de independizarse sin permiso de Ucrania. El problema con este argumento es que Rusia se encuentra, al lado de Serbia, entre los países que no han reconocido la independencia de Kosovo, lugar considerado como cuna ancestral de la nación serbia, así esté poblado ahora mayoritariamente por kosovares (prácticamente, albaneses). Si Rusia hace una lectura formal, Occidente por su parte considera el derecho internacional válido cuando conviene a sus intereses y lo olvida cuando no es conveniente tomarlo en cuenta. Si se va a pegar de gritos por la soberanía y la integridad territorial, entonces puede hacerse también en defensa de Serbia. Si lo de Kosovo es válido, lo de las cuatro regiones rusófonas de Ucrania, además de Crimea, también. La lectura de Putin no es muy amable con Serbia. El argumento para la independencia kosovar es que ahora en Kosovo la mayoría de la población es kosovar y no serbia, pese a que no siempre fue así. El argumento de Rusia en el Donbás y Zaporiyia y Jersón por momentos va más lejos: estos lugares serían rusófonos desde el siglo XVIII. En todo caso, Occidente no ha actuado de acuerdo con lo que marcó la Corte Internacional de Justicia. Este tipo de enredos es tal que Rusia no se ha anexado Abjasia y Osetia del Sur luego de que se separaran de Georgia y recibieran ayuda rusa. Rusia tampoco ha abierto un corredor vía Odessa hasta el Transdniéster rusófono, separado de Moldavia. Y como Rusia no ha invadido Ucrania, en rigor, salvo para anexarse el 20 % del territorio ucraniano, que no incluye a todos los rusófonos de Ucrania, el supuesto "imperialismo" ruso parece realmente muy limitado, pese a lo chocantes que son los argumentos "ancestrales" sobre Crimea y la Novorossiya. Es tanto más absurdo cuanto que ésta incluía alguna vez a Odessa.
Otros hechos parecen haber empujado a la decisión de Rusia, entre ellos el uso creciente de Ucrania como plataforma para agredir a Rusia, aunque tal vez sea menos importante que en el caso de Crimea. A raíz del golpe de Estado "blando" de 2014 en Kíev, capital ucraniana (el "Euromaidán"), Crimea no fue la única en decidir separarse, sino que también lo hizo el Donbás (Lugansk y Donetsk, al Este de Ucrania). Kíev decidió hacer "volver al redil" al Donbás en un inicio de guerra que segó cinco mil y pico de vidas en 10 meses, hasta llegar a los Acuerdos de Minsk. Ya había para entonces un millón y medio de desplazados sin que a nadie le preocupara. Según esos Acuerdos (I y II), el Donbás debía quedarse en Ucrania con un estatuto de autonomía y el respeto para la lengua rusa, pero Ucrania no sólo nunca cumplió, sino que prosiguió con hostilidades que segaron en cerca de siete años otras 12 mil vidas, por lo bajo, es decir, según Kíev. Así pues, Rusia esperó unos ocho años, mientras ucranianos y potencias occidentales no hacían nada. Lo que aceleró las cosas fue la disposición de Kíev para lanzar una nueva ofensiva contra el Donbás, en vísperas de que finalmente entraran las tropas rusas.
Como suele suceder en los regímenes nacional-populares o similares, suelen existir distintas corrientes internas, y Putin y sus allegados parecen ser los más responsables, a comparación, pongamos, del ex presidente Dmitri Medvedev o del "ideólogo" Alexander Duguin, que sí tienen sueños imperiales y están bajo el dominio completo de una telecracia local descarriada, que necesita de grandeza como de rating. La preocupación de Putin fue que no tuviera lugar otra carnicería más contra población rusófona de Ucrania, y dejar a Ucrania sin capacidad de agredir, además, a la Federación Rusa. Putin mide sus pasos, a diferencia de la telecracia aludida. Es más difícil pensar que Occidente vaya a corresponder con la misma prudencia, aunque suene extraño decirlo, por lo que la incógnita recae ahora en cierta medida sobre el gobierno de Kíev y quienes le dictan qué hacer. Mayor derecho internacional no hay, por lo que es preciso buscar comprender qué hay detrás de la manera de cada uno de entender la ley del más fuerte: cálculo costo/beneficio por parte de Occidente, digamos que hasta el "punto de equilibrio" (si las pérdidas empiezan a ser más fuertes que las ganancias), y la disposición al sacrificio y a "dar de sí" de Putin y buena parte del pueblo ruso, lo que se asemeja y no al sovietismo: no es gran cosa lo que los rusos están ganando para sí, porque la prioridad es garantizar la preservación del Estado, algo meramente defensivo, frente a la amenaza occidental y japonesa. Es una batalla que se libra en tales condiciones que la grandeza de Rusia, fuera del rating para la telecracia, no quiere decir mejora en las condiciones de vida interna para el conjunto de la población, pese a "intentonas" que no logran erradicar una proverbial burocracia (¿héroe o tu villano favorito?: da click en el botón de reproducción).
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