Contra lo que creía la izquierda progresista de América Latina, no hubo regreso triunfal de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil: tendrá que medirse en segunda vuelta con el actual presidente, Jair Bolsonaro, un "fascista" que se presenta tranquilamente a elecciones y que no impidió que el mismo Lula quedara en libertad.
Lula ha estado ahora sí ganándose el apoyo de los más pobres, que eran más bien conservadores y de derecha, sobre todo en el nordeste brasileño. Una parte de la clase media e incluso de los trabajadores le había dado la espalda a lo que a estas alturas es "lulismo". Aunque siendo presidente de Brasil sacó a millones de la pobreza y aumentó los salarios, agrandando la clase media, Lula "paz y amor" permitió la desindustrialización del país sudamericano, no hizo ni una pizca de reforma agraria (pese a lo reclamado por el Movimiento de los Sin Tierra) y favoreció al agronegocio, tuvo una política económica neoliberal que hizo más ricos a los más ricos (con tasas de interés maravillosas) y no modificó la política de impuestos. Lula acababa de recorrerse al "centro" cuando descubrió en la reciente primera vuelta de las elecciones que Bolsonaro le pisaba los talones, así que no es de descartar que se vaya al "centro del centro", tal vez para captar a una parte del electorado que vota igual por Lula que por Bolsonaro.
Lo que interesa de Lula entre los "demócratas liberales" no es nada más, como se lo acaban de pedir, que no exprese ninguna simpatía por Cuba, Nicaragua o Venezuela, para estar en el tono del presidente chileno Gabriel Boric. Lo que interesa es que saque a gente de la pobreza para que los inversionistas internacionales encuentren una "salida" a su crisis, en una mezcla de ortodoxia y de neokeynesianismo. Nada más. Lula no es alguien con formación, sino un militante reconvertido en activista de un partido que no responde exactamente al nombre, el Partido de los Trabajadores (PT). No es de descartar que la derecha acepte la creación de más clientes "solventes" para salir del atolladero actual. Cambiar la estructura socioeconómica brasileña dejó de importar. Lo que no ven con malos ojos los "demócratas liberales" es que la izquierda "al centro" pase a administrar la crisis. El PT no representa ningún peligro: es hoy una máquina de reclutar votos en las convenciones sin mayor interés por los movimientos sociales ni los sindicatos, etcétera.
De ganar en segunda vuelta, Lula tendría dificultades con un legislativo que no desbancó a las fuerzas de Bolsonaro. El sueño tal vez sea ése, para llamarlo erróneamente de "pesos y contrapesos", pese a que la Justicia brasileña ya demostró que no existe mayormente: que haya suficiente "conversación" -entiéndase sobre todo que "ruido" -para que lo que no sea negocio se reduzca a un caos controlado en el cual muchos electores andan extraviados. En fin, que todo sea sin pecado y sin juicio (da click en el botón de reproducción).