El socialismo es un sistema originalmente pensado no para "los pobres", ni para "l pueblo", sino para los trabajadores, algo bastante distinto. No todos los trabajadores son pobres, ni todos los pobres son trabajadores. El pueblo es más vago aún, designando algo así como "los de abajo", pero no remite al trabajo, por lo que también hay parte del pueblo que no trabaja. Además, cuando se habla de trabajadores, es de los productivos que se trata, no de los improductivos: es decir, de los que crean un "plus", si se lo quiere llamar así, para quienes lo convierten en ganancia para beneficio propio. Han existido intermitentemente experiencias socialistas, pero, al darse en países atrasados, se han mezclado con reivindicaciones más amplias, de corte nacional-popular. China no es hoy un país que reivindique a los trabajadores, y a bastantes los trata mal. Cuba y Vietnam son sobre todo resultado de movimientos de liberación nacional, incluso anticomunistas (como el movimiento 26 de Julio que triunfó en Cuba en 1959). Se trata de procesos "populares", a riesgo de que se confundan además con "las masas", siendo que éstas no fueron del interés del marxismo fundador, tampoco, como no lo fueron "los pobres" ni "el pueblo", ni siquiera "los asalariados", contra lo propuesto en éticas comunitarias como las de Enrique Dussel. No todo asalariado es un trabajador productivo.
Los "demócratas liberales" no tienen más que caricaturas sobre el tema, reduciendo el socialismo a "terror y escasez" (y a falta de papel higiénico), a estas alturas, e incluso pese a lo que revelan de verdadero los trabajos de archivo: mucho menos terror y, también, periodos de relativo bienestar social. En algún momento, en los inicios, los trabajadores del campo y la ciudad fueron privilegiados, como en la Constitución soviética de 1936, antes de que el sovietismo fuera a dar simplemente un régimen "de todo el pueblo", una vaguedad y con demagogia.
Fuera del "terror y la escasez", lo propio de la caricatura de "demócratas liberales" y de la izquierda progresista, está la creencia de que el socialismo, confundido además con "el comunismo", puesto que se trata de descalificar e infundir temor -no ha habido jamás país comunista alguno-, se apoderará de toda propiedad privada. Ya entradas en sembrar ellos el miedo, los clasemedieros "momios" de Chile en tiempos de Saklvador Allende (1970-1973) o de avance electoral de Andrés Manuel López Obrador propalaron -en la alcaldía mexicana Benito Juárez, por ejemplo- que de lo que se trata es de expropiar desde las viviendas de la clase media hasta de que el Estado se lleve a los niños (decían los "momios"). No ha sucedido. El marxismo no postula la abolición de la propiedad privada sino de manera muy general: se refiere no a la vivienda, el automóvil o propiedades por el estilo, sino a otra cosa, los medios de producción, algo muy distinto, de tal modo que la propiedad privada nunca ha desaparecido en los regímenes socialistas, pese a su tendencia, por motivos diversos, a ser socialismos de Estado. El problema de la propiedad privada no es "en sí", sino cuando sirve de instrumento para que unos pocos, por ser dueños de medios de producción, se adueñen de la riqueza producida por muchos, a quienes se les niega la posibilidad de disponer del fruto completo de su trabajo. El problema, dicho de otra manera, está en los mismos que hacen creer -lo que además les funciona- que es "la riqueza que crea riqueza", mediante la decisión de invertir y crear ingreso y empleo. Es decir, se cree que es el dinero que crea dinero, o que "el dinero trabaja". La idea socialista no está reñida con el derecho del propietario privado a disfrutar de lo ganado con su trabajo: en este caso, la propiedad privada no plantea problema. Otra cosa es disfrutar de lo que no se ha ganado con el trabajo propio, sino con el de otros, para limitarse a "cortar el cupón", lo que ocurre en el capitalismo actual que, no es ningún secreto, es un "capitalismo de accionistas", lo que da por cierto cierta ilusión de que la crisis se resolvería con "capitalismo productivo".
En el sentido de lo dicho, no hay problema en reconocer los derechos legales a la propiedad privada, con toda certeza jurídica, lo que no implica, en cambio, en el socialismo (a diferencia de lo que ocurre con los regímenes nacional-populares), evitar la propiedad privada de medios de producción (para convertir ésta, y nada más ésta, en área de propiedad social). La "dictadura del proletariado" no es más que una fase transitoria (y dictadura no quiere decir forzosamente "terror", como lo mostraron por ejemplo algunas dictaduras militares reformistas en América Latina, pero ni siquiera se trata de militarizar, si se considera el sentido exacto de la palabra "dictadura", proveniente del mundo romano: los dueños de medios de producción pierden sus privilegios, que suelen incluir la protección del Derecho, comprado). Esta transición debe garantizar el paso de la propiedad estatal a la social, lo que se buscaba por ejemplo a finales de los años '30 en el sovietismo. No es así en los regímenes nacional-populares. La propiedad social no es que "todo sea de todos", algo sobre lo que Marx fuera enfático (son más bien los hippies, los partidarios hoy del "poliamor" o los destrampes de la alta sociedad que socializan hasta las mujeres, de lo que se burlaba Marx, llamando al respeto de la vida privada de cada uno). En la propiedad social hay una parte muy personal para cada uno, inviolable, de acuerdo no a la "redistribución" desde arriba, sino al reconocimiento del mérito en el trabajo, a las capacidades y, de ser ineludible, a las necesidades de cada uno. No es una comuna, ni Woodstock.
Desde luego, mucha gente es libre de preferir otro sistema y optar por uno en el que se toman decisiones sin consultarla, sin brindarle siquiera certeza en la propiedad, y sin valorar el trabajo ni recompensar el mérito, incluso contra las primeras orientaciones del capitalismo. Lo que no es seguro es que esta opción carezca de consecuencias, pero puede ser necesario que terminen de aparecer para que se deje de creer por conveniencia, o por ignorancia (juntas son dinamita) que, después de todo, se está en el "menos malo" de los mundos. Es el mejor camino a la deshumanización, si la humanización se gana en la idea de que siempre puede haber algo mejor.
Socialismo no es "obrerismo", porque trabajadores productivos los hay en muchos sectores, y no nada más en el industrial, ni es "campesinismo", por el mismo motivo. No es "miserabilismo": muchos trabajadores productivos no viven en la miseria, y ni siquiera en la pobreza, por lo que tampoco es pleito casado con "la clase media", en la que hay de todo. Es, en lo fundamental, rechazo a las relaciones de explotación, es decir, al hecho de que quien trabaja no pueda decidir del fruto completo de su trabajo, porque se trata de una injusticia, por más que no falten quienes estén dispuestos a aceptarla por necesidad, o por ambición. La explotación se define de manera simple como "utilización de una persona en beneficio propio", o para la Real Academia, como "aprovecharse injustamente de otro para su propio beneficio"en particular en el ámbito del trabajo. Tras la fachada de "tener intereses" y perseguirlos, en el capitalismo está legitimada la relación de explotación -más si el egoísmo está de lo más naturalizado- en las más distintas dimensiones de la vida social, incluso en aquéllas en las cuales el explotado tiene muy buenos ingresos, pero difícilmente ignora a costa de qué.