A diferencia de China, que evita sistemáticamente cualquier enfrentamiento abierto con Occidente (Estados Unidos y Europa Occidental), Rusia dice las cosas sin tapujos, aunque sin buscar la confrontación a toda costa.
En Rusia tuvo lugar recientemente una Conferencia Internacional sobre la Multipolaridad, con la asistencia virtual de unos 100 "expertos" de 60 países, lo quno es menor. El canciller ruso, Serguei Lavrov, lo tomó como un esfuerzo por deshacerse de una unipolaridad que hace bastante rato que no es tal: como mínimo, hay un "G-2" o "condominio" entre Estados Unidos y China, tolerado por ambos, incluso a nivel de visión internacional del trabajo, lo que no ocurría con Donald J. Trump. China, a través de su presidente Xi Jinping (quien ya habló con su homólogo ucraniano Volodímir Zelenski), ya se metió a intentar "mediar" en el conflicto ruso-ucraniano, pero al mismo tiempo acató el consejo de Estados Unidos: no se les ocurra vender armas a los rusos. A China no se le ha ocurrido.
El otro que intentó mediar fue el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, de Brasil, quien considera que Rusia puede quedarse con Crimea y debe devolver el Donbás. Zelenski les tiende la mano a todos y los enreda. Apenas sugirió Lula una mínima culpa ucraniana en el conflicto, los teléfonos desde Washington, capital estadounidense, sonaron, incluso para la esposa del brasileño, quien tuvo que salir con una condena a Rusia. Tal pareciera que chinos y brasileños están en la confusión de moda entre objetividad y neutralidad. Si acaso, lo único que habría que negociar es un cese al fuego, porque ni Crimea ni las 4 regiones ucranianas incorporadas a Rusia van a volver a manos de Ucrania, aunque pueden servir de pretexto para que Zelenski siga hostigando.
Hay indicios de que los cálculos de Rusia fallaron: Zelenski no cayó, logró imponer el miedo, hay una parte (centro-occidental) de Ucrania que no quiere a los rusos y en la que hay muchos intereses económicos occidentales metidos. El conflicto puede estancarse y refrendar la división de Ucrania, aunque no corresponde a la Historia.
Como adalidad de la multipolaridad, Rusia maneja un discurso extraño, completamente ajeno a la realidad de lo que mueve a Occidente. Según Lavrov, el interés de un mundo multipolar es el diálogo respetuoso de civilizaciones, religiones y culturas, lo que, además de sonar bonito, recuerda alguna vieja iniciativa del socialdemócrata español José Luis Rodríguez Zapatero en la misma dirección. Es la respuesta a un invento estadounidense, el "choque de civilizaciones" de Samuel P. Huntington, que buscaba poner en ebullición al mundo islámico para contribuir a fracturar a la Federación Rusa. Lo que no queda claro es si civilizaciones, religiones y culturas existen al margen de sistemas socioeconómicos precisos, como "esencias", pero la deriva hacia la cultura es por lo demás algo en boga precisamente en Occidente. Ahora todo el mundo tiene algún pasado milenario, Rusia incluida, que además reclama en Eurasia un historial "colectivista" que el actual capitalismo está derruyendo. A lo sumo, pareciera una historia de la UNESCO (Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Cultura y la Ciencia): cada quien a rescatar un "patrimonio cultural".
Se supone que este respeto debiera dar lugar a intercambios de "ganar-ganar", la última moda empresarial. Pero, además, por ejemplo cuando se refiere a las relaciones con América Latina, Rusia las quiere sin azúcar, ni cafeína, ni conservadores artificiales: "desideologizadas" y "despolitizadas". No es tan nuevo: la Unión Soviética, por cuestiones de abastecerse de trigo, tuvo mejores relaciones con la dictadura argentina que con el Chile de Salvador Allende. A los "demócratas liberales" les encanta lo "desideologizado" y "despolitizado", y a lo chinos también. No queda más que una economía "neutra" y alguna "esencia cultural". Desde luego, Rusia no es inocente, pero en el discurso repite más de un lugar común de los "demócratas liberales", de la misma manera penosa en que el presidente ruso Vladimir Putin cree imposible el socialismo "porque los gastos superan a los ingresos", como si el marxismo dijera lo mismo que el Fondo Monetario Internacional.
Algunos, como el estudioso Michael Parenti, creen que la multipolaridad es el paso de tránsito al socialismo, pero éste no interesa mayormente, a juzgar por la manera en que Estados Unidos logra vender sus mensajes. En el caso del continente americano, el Brasil de Lula ha hablado mucho, pero conseguido poco, algo nada extraño para la región. México, bajo la inspiración del canciller Marcelo Ebrard, ha tenido la ocurrencia de querer unir a todas las Américas (algo desestimado por Estados Unidos), es decir, sumar en un supuesto equivalente de la Unión Europea (UE) a América Latina y Estados Unidos (seguramente más Canadá). La idea de fondo tampoco es inocente: si los rusos quieren sacar a Estados Unidos de Eurasia, México quiere hacerle a Estados Unidos el trabajo de bloquear a China en las Américas. Así, al lado de una economía "neutra" -donde resulta que todos ganan- y una gran esencia cultural intocable, queda el "juego" geopolítico: para quien lo quiera, el del cálculo y el pragmatismo es el terreno en el que los estadounidenses son lo suficientemente fuertes para no perder tantas posiciones.
India, que estaba ayudando a Rusia a evadir las sanciones, es otro país que, como China y Brasil, se hizo llamar a la orden por Estados Unidos y acató, con todo y su civilización, su cultura y sus religiones antediluvianas. Tampoco parece que cobre demasiado impulso el grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Es demasiado pronto para juzgar de las iniciativas rusas (que trataron de resaltar a los BRICS desde un principio), pero si hay algo de llamativo, es una manera de plantear las cosas que parece "cocinada" entre "demócratas liberales" ("Desideologización", "despolitización"), organismos internacionales (civilizaciones, religiones y culturas) y uno que otro grupo de "expertos" (el equivalente de los Huntington: Valdai o Izborsk en Rusia). En estas condiciones, habría que preguntarle al izquierdista Slajov Zizek en qué realmente Rusia es "neofascista" (es ofensivo hablar así, y a diferencia de Ucrania, el fascismo en Rusia está prohibido), o a la ex cloboradora de RT en Español, Inna Afinogenova, en qué Rusia se está volviendo de "extrema derecha". Lo cierto -y perfectamente válido- es que Rsia está tratando de evitar ser decapitada como Estado nacional, lo que es totalmente válido. No es "la alternativa", pero sí bloqueda dos salidas capitalistas de la crisis: la bélica generalizada, como "destrucción creativa", y la del acceso a inmensas reservas de recursos naturales, aunque Rusia no haya completado su defensa de la "democracia soberana" con la autosuficiencia económica. Lo que está en juego, entonces, es la capacidad de muchos países para no despertarse un día con una soberanía meramente formal y, ya en la práctica, sin Estado y sin nación. Por ejemplo, con el nombre de Brasil en el mapa y la cabeza en inglés (da click en el botón de reproducción).