En México se calientan motores para la sucesión presidencial de 2024. Por lo visto, la derecha, el partido Acción Nacional (PAN), no aprende gran cosa: entre sus precandidatos se asomó el ex gobernador de Tamaulipas, Francisco García Cabeza de Vaca, señalado en reiteradas veces y desde hace tiempo por su muy posible colusión con el narcotráfico. Otra precandidata de Acción Nacional es Lilly Téllez, quien profesa a grandes rasgos un credo "neoliberal", aunque tiene la ventaja de ofrecer meritocracia y apego a la ley, que escasean en un país como México, donde se premia un mal entendimiento de la política y sus lealtades. A la jefe de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, lo que dice Téllez, que está harta de la corrección política y la llamada "ideología de género", le parece "casi fascista", lo que es una forma de descalificar, y no de argumentar. Lilly Téllez entró a la política con el presidente Andrés Manuel López Obrador y la bancada del oficialista Movimiento de Regeneración Nacional (MoReNa), pero aquélla no fue respetada en su independencia de criterio. Expulsada de dicha bancada, entre otros por Héctor Díaz Polanco, Téllez aterrizó en el PAN y se enemistó con López Obrador. Estos casos -como el de la magistrada regiomontana Margarita Ríos Farjat- no pueden ser tratados como de "traiciones", tratándose de personas cuyo criterio era conocido desde antes, pero con las cuales el oficialismo quiso hacer las alianzas más amplias posibles.
Sheinbaum, que aparece como favorita, tiene por proyecto "el de la Cuarta Transformación", agregándole honestidad, pero también algo de maña: "ser mujer", como si ésto fuera un proyecto nacional. Algunos desbarres no pasan desapercibidos: entrevistas con Martha Debayle o con el Escorpión Dorado, o anuncios de que "va a ser abuela" (¿y qué para la nación?). Sheinbaum sabe dar ayudas sociales y crear infraestructura; el logro del descenso de los delitos de alto impacto en la Ciudad de México a la mitad es ante todo de un excelente policía, Omar García Harfuch. No sería erróneo decir que Sheinbaum, pese a su honestidad, es un poco limitada.
Con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) descabezado, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) moribundo y Movimiento Ciudadano con malas experiencias de gobierno, sin que sea útil de gran cosa servirse de Luis Donaldo Colosio hijo (Riojas), quien por lo demás no se deja, la única persona con estudios y trayectoria en cargos públicos amplios, como para tener idea del Estado, es Marcelo Ebrard. Tiene veta priísta: no solo la que fuera su cercanía con Manuel Camacho Solís, sino un buen aprendizaje con Jesús Reyes Heroles sobre la importancia de separar intereses personales y egoístas de intereses de Estado. El proyecto ya presentado por Ebrard tal vez no sea realizable: convertir a México en un país de clase media mayoritaria (actualmente esta clase representa entre el 37 % y el 42 % de la población, según las fuentes), ampliando el acceso a la educación media y superior y a los servicios de salud. Queda por saber con qué recursos y con qué grado de profesionalización. Es como sea un proyecto propio. Quedaría por ver si Ebrard puede rodearse de gente competente.
El asunto con Sheinbaum es otro. Remite a un antiguo problema de la izquierda, la comunista incluída. La afinidad de ideales puede servir de "pegamento" para que se junte gente a la vez arribista e incompetente. ¿Es preferible buscar una mayor profesionalización del Estado o asegurarse de una clientela, por ejemplo por "ser mujer" (con lo que se mezcla la red clientelar con el grupo de presión) o por presentarse como la "fiel al Proyecto"? Esta forma de reproducción clientelar no es ninguna novedad. Por su parte, Ebrard atrae a parte de la oposición y de la clase media que quiere ver en él la culminación del proyecto del seductor de la patria y del diseño estadounidense: total apertura económica con total aperutra política, lo que el núcleo lópezobradorista de clase media baja no garantiza.
Algo debe llamar la atención: no hay precandidato que garantice que se seguirá buscando en lo fundamental separar los negocios y el gobierno. Se menciona poco, pero los precandidatos de MoReNa tienen amarres no desdeñables con grupos de negocios, algo que los diferencía de López Obrador en su fase ascendente (cabe recordar cómo el gran plantón de Reforma disgustó a Carlos Slim, magnate clave en México, o las constantes disputas con Claudio X. González). Ebrard y Sheinbaum tienen menos arraigo popular y la primera, lo ha dicho, concibe en buena medida las ayudas sociales como una manera de reactivar el mercado para los inversionistas. Ninguno -salvo Lilly Téllez, para colmo- ha retomado un problema de corrupción que dista de haber encontrado solución. ¿Y entonces? Tabasco espectacular (da click en el botón de reproducción).