A diferencia del pasado, hoy no se hace mayor proyección de algún "futuro luminoso" o de alguna "utopía", aunque esta palabra significa "en ninguna parte". Lo que se ha creado como expectativa es a lo sumo lo dicho por la Agenda 2030 de Naciones Unidas -destinada a lograr el "desarrollo sostenible"- y por el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés). Gran parte de dicha Agenda no se cumplirá, aunque el capitalismo tiene capacidad de reducir la pobreza extrema (la indigencia o miseria) y conseguir ser "sostenible", en el sentido de evitar derrumbes o colapsos como los que llegaron a anticiparse con la Gran Depresión de los años '30. Uno de los asuntos controvertidos tiene que ver con el cambio climático: no que no exista, sino que hay diferencias sobre las causas. De los objetivos (son 17) de la Agenda 2030 es probable que pueda avanzarse en materia de pobreza extrema (no de pobreza), de mayor igualdad para la mujer (en lo que se entiende o malentiende por "empoderamiento"), y de medio ambiente: el capitalismo no forzosamente liquidará por doquier el entorno ambiental, aunque sea porque la ecología, como parte de la pobreza extrema y del feminismo, se han convertido en negocio, para ampliar "nichos de mercado". Menos pobreza extrema es en parte algo más de consumo, como la entrada de mujeres al mercado de trabajo y el corporate greenwashing. La idea de un "colapso ecológico" suele hacer que se crea en factores "externos" a las relaciones humanas (relaciones sociales): huracanes, tsunamis, sequías, cambios de temperatura, lo que se quiera. En cambio, no se cree que el capitalismo pueda ir generando desde dentro, desde el tipo de relación humana y social que genera, un deterioro progresivo, es decir, deshumanizante.
El WEF ha agarrado la creencia en un "capitalismo inclusivo", que atienda a todos, y a los designados como "vulnerables": originarios y afrodescendientes, mujeres históricamente relegadas por el patriarcado, jóvenes con sueños (es decir, con deseos e ilusiones), discapacitados que no eran tomados en cuenta al ser dados por "minusválidos", y hasta animales, para que no sean objeto de maltrato. Además de esta "oferta", no exenta de significar nuevos "nichos de mercado" -como lo son las minorías sexuales-, está en ciernes la que entronca con la Agenda 2030 en la introducción de energías renovables para la "descarbonización", pese al desacuerdo sobre el origen del cambio climático. Adicionalmente, ya despunta algo más propio del WEF: el uso de Inteligencia Artificial (IA). Cabe agregar cierta pasión por la robotización. En todos los casos, se trata de técnicas, y como lo ha dicho el extinto estudioso de la técnica, Bernard Stiegler, es un remedio o un veneno (pharmakón), lo que es muy fácil de constatar. El automóvil puede ser de gran utilidad, pero también contribuir a perder horas en un embotellamiento irracional. El teléfono celular puede ser útil, pero también algo que aliene, si se está pendiente más de este objeto que de lo que sucede en el entorno, desde la calle hasta el hogar. La técnica en sí es neutra, aunque, por ser mercancía, algo que se compra y se vende, en el capitalismo se la convierta en fetiche, algo también fácil de probar: no falta quien crea que tiene algún poder especial, casi mágico, por tener un Ferrari o la última marca de iPhone. En este sentido, las energías renovables (eólica, solar, etcétera) o la IA pueden ser útiles, pero también ser convertidas en fetiche: no es difícil probar que más de uno cree en la IA como en un poder casi mágico que le va a responder a todo, sin saber cómo está hecha por seres humanos. Ni las energías renovables, ni los coches eléctricos, ni la IAA son seres vivos. Son remedios o venenos según se usen, como la Internet, el teléfono o la televisión. Ahora bien, las condiciones de uso dependen de relaciones humanas y sociales, porque las "cosas" no hacen nada solas: un avión no vuela solo (ni un dron), un teléfono no "cotorrea" solo, un iPhone no manda mensajes solo, la ""caja idiota" (la TV) no "habla". Así que no hay nada que indique que nuevas técnicas impliquen un mundo humanamente mejor: después de todo, cualquiera puede ver qué hubo en el mundo cuando se descubrieron la máquina de vapor, el telégrafo o la radio. En 1900, la gente andaba de lo más "quitada de la pena".
Volviendo a la Agenda 2030, no hay por ahora signos claros de lo siguiente: de que se tendrán fuertes crecimientos económicos (ningún organismo internacional lo tiene previsto, y más bien, si se habla de "atonía", es por "falta de tono" o "vigor"); de que habrá reducción de las desigualdades; de que mejorarán la salud y la educación, su calidad y el acceso a ambas (más bien la tendencia es al deterioro, incluso en países desarrollados); o de que habrá más paz y justicia. Dejamos de lado lo que ocurra con el agua y con los bosques, habiendo situaciones diversas en el planeta, o lo que ocurra con la infraestructura ("conectividad", "movilidad", etcétera). Si se observa correctamente, pueden darse novedades técnicas, pero, dejando de lado la problemática del crecimiento (que mide el ritmo de acumulación de capital), no hay elementos para creer firmemente en mejoras de humanización como en la salud, la educación, la seguridad, la justicia y el problema de las desigualdades. No puede excluirse la conjugación de nuevas técnicas con un mayor deterioro humano, y no sería nada nuevo: por ejemplo, desde el seductor de la patria se creó en México una imagen del Porfiriato de "buena economía" (los ferrocarriles, la entrada de inversión extranjera, etcétera) a la que le habría faltado "buena política" (democracia). Sucede que, economía y política aparte, lo que ocurrió en el Porfiriato con la propiedad y el trabajo fue una calamidad que preparó la Revolución. Los salarios bajaron, para quienes los recibieran y no tuvieran que estar con tiendas de raya infamantes, y los despojos se incrementaron para precipitar la concentración de la tierra, todo pese al Paseo de la Reforma y las novedades técnicas.
El gran capital es el que ha apostado por las energías renovables, la IA, la digitalización e informatización de todo lo posible y algunas cosas más: no es un secreto que lo enumerado supone, digamos, un "problema" para el empleo, porque se tiende a remplazar "trabajo vivo" (de personas) por "trabajo muerto" (de máquinas), sin contar el efecto mental de estar rodeado de "cosas automáticas", si se recuerda el filme Tiempos modernos, de Chaplin, sobre lo que fue la cadena de montaje. Más máquinas y menos personas supone dos cosas: una tendencia a menos creación de ganancia (no la crean las máquinas, sino que la crea el trabajo, y las máquinas NO trabajan, como tampoco "trabajan esos chilaquiles") y a menor capacidad de consumo (que se puede paliar en parte con programas sociales). Aunque se tenga la expectativa de mayores ganancias gracias a nuevas técnicas, no es más que el fetichismo de algunos ricos, porque nada está exento de contradicción, y en este caso, de problemas sociales en el empleo, el consumo, la enajenación a máquinas, etcétera. Más bien pueden aumentar la precariedad y la inseguridad, y a través de éstas, la deshumanización, al grado de perder de vista lo que distingue lo humano de lo no humano. Es en este sentido que, fuera de promoverse como "inclusivo", con la creencia de que "habrá para todos", el capitalismo que venció al socialismo no tiene mayor ejemplo de sociedad que proponer, salvo la vaga idea de una "Gran Clase Media Universal", herencia de la segunda posguerra, mientras otras tendencias no indican mayor movilidad social ascendente ni mejor calidad de vida para "todos". Si acaso, tendría que retomarse un fuerte crecimiento, bajo el supuesto (no probado, por lo demás) de que, si "crece el pastel", habrá mayores pedazos para "todos", o para las "tres cuartas partes". No son las expectativas de los organismos internacionales, ni se cumplirá la dimensión social de la Agenda 2030, ni hay automatismo del estilo del WEF que garantice que un "mundo verde", "limpio", etcétera, solucione problemas sociales que se atienden poco o por encima, para "salir del paso" y ""controlar monitoreando", y que pueden seguir descomponiéndose -como la educación y la salud- hasta que tal vez huela bastante a putrefacto. Por ahora, no falta quien crea que la librará con su aromatizante de vainilla, fresa o canela, y que queriendo ser incluido pase por encima "de todos menos consigo" (mismo). El Foro Económico Mundial ya ni siquiera habla de sociedad, porque sociedad ya no hay, ni interesa que la haya si es algo realmente en común u organizable: lo putrefacto es lo que, al descomponerse, se va desintegrando, en grupos de interés, comunidades, familias e individuos; el caos como lo único estable y garantía de desorganización (da click en el botón de reproducción).