Sin presentarse a ningún debate, el actual mandatario ruso, Vladimir Putin, ha hecho una oferta electoral que, como lo explicara hace poco Gilbert Doctorow en el portal Consortium News, le apuesta a la tecnología a diferencia de la izquierda (que prefiere privilegiar la redistribución de la riqueza) y de la derecha (que quiere independencia y equilibrio de poderes).
Cuando Putin llegó por primera vez al gobierno, en el año 2000, la esperanza de vida masculina rusa estaba cayendo por debajo de los 60 años. Hoy es en promedio de 73 años y la idea es llevarla a 80 años en el 2030.
En el año 2017 tres millones de rusos se mudaron a mejores viviendas. La idea es que 5 millones lo hagan cada año durante el próximo periodo de Putin.
Putin quiere mejorar la logística y el transporte. Busca gastar el doble en la construcción y reparación de carreteras, en especial regionales y locales, que siguen siendo deplorables. Quiere mejorar el ferrocarril al Extremo Oriente y reducir el tiempo de transporte de contenedores de Vladivostok (Extremo Oriente) a la frontera europea. La carga en tránsito por la "Ruta del Norte" debe incrementarse.
Putin quiere mejorar con inversión privada la generación de energía (electricidad) y pasar a la tecnología digital, de tal modo que en el 2024 todo el país tenga Internet de alta velocidad.
El gasto en salud debería duplicarse y debería ayudarse a las pequeñas ciudades con estaciones paramédicas y clínicas externas, además de crearse unidades móviles para las ciudades más pequeñas.
Los pequeños negocios deberían emplear para el 2025 a 25 millones de personas, por arriba de los 19 millones actuales.
Putin planea incrementar las exportaciones no energéticas: ingeniería y servicios, incluyendo turismo, transporte, educación y salud.
El lugar asignado a la educación y la cultura es mínimo -se trata de poner a todos al son de "lo numérico"-- y no está cuantificado. Es probable que en estos rubros siga el extravío y continúen los homenajes -con nombres en las calles, monumentos, etcétera- a farsantes como el extinto escritor Alexander Solzhenitsin y a "las tradiciones", mientras la modernización económica sin cultura (ni moderna ni de ninguna otra, porque el mundo de la aldea se está muriendo) sigue siendo una fábrica de gente hecha como para algún reality show. El problema de los valores sigue en el limbo, como en China.
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