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viernes, 6 de septiembre de 2019

MEXICO: UN DESENCUENTRO

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO, en la foto), tiene un raro "sentido común sensato" que se traduce por lo que para algunos es una curiosa forma de hablar. Son conocidas sus denostaciones contra la "mafia del poder" o la "minoría rapaz", pero menos su forma de referirse a los poderosos como "machuchones", a ciertos opositores como "señoritingos" o "ternuritas" o de decir que se esforzará con un "me canso, ganso". Es para llegar al pueblo, que sin duda entiende los mensajes subyacentes ("ellos y nosotros", etcétera), mientras los medios de comunicación masiva y un sector de la población toman la franqueza por algo "rijoso" y la forma de hablar de AMLO como propia de un provinciano supuestamente "advenedizo". Este "sentido común sensato" muestra lo que es cierto, el grado de corrupción y saqueo al que ha sido tristemente llevado México, pero que curiosamente muchos no ven y, además, no quieren ver, porque el "sentido común" ("todo el mundo lo hace") se los impide, junto a sus  privilegios.
       El problema es que este "sentido común sensato" no hace una ideología, y AMLO carece de ideólogos que recojan este modo de dirigirse al pueblo, digamos que "desde dentro". La autodenominada (muy exageradamente) "Cuarta Transformación" (abreviada a "4T") carece de personas que elaboren la visión de AMLO, a quien en cambio le soplan al oído más de una tontería, aunque no parezca vivir alguna "soledad del poder". La intelectualidad de la 4T es nula: los hay que no salen de cierto estilo hippie contestatario, como el desenvuelto Pedro Miguel, quienes se lanzan a volar por incomprensibles grandes alturas académicas, como Enrique Dussel (alguien que insiste en su mala fe al defender "su" Teoría de la Dependencia), quienes como Paco Ignacio Taibo II creen que "popular es vulgar" o quienes de plano son desvergonzados de ambición como Custer entre los sioux, al estilo del "ajonjolí de todos los moles" John M. Ackerman. Salvo Dussel, de una erudición que lo intoxica, los demás son de una incultura pavorosa, en particular el bodrio del último.
     El resultado se evidencia cuando la "honestidad valiente" de AMLO se aventura en la cultura, un tema del que ostensiblemente no sabe. Ni siquiera es buen historiador, algo que ya le había detectado Enrique Krauze, guste éste o no y a pesar de su "Operación Berlín". AMLO lo volvió a demostrar recientemente en un aniversario del Fondo de Cultura Económica (FCE), dirigido por un Taibo II a quien le hicieron una ley ad hoc que aceptó cuando no debió hacerlo (¿por encima de la ley nadie?) y con la sinverguencería acostumbrada. AMLO no parece saber lo que pensaba "el pensador mexicano del siglo XX", Daniel Cosío Villegas, sobre el cardenismo, al que en realidad veía con muy malos ojos. El mandatario mexicano se refirió al Partido Revolucionario Institucional (PRI), que cedió por lo demás pacíficamente el gobierno tras su derrota electoral, preservando una inveterada institucionalidad, como "partido único" que nunca fue y como "partido de Estado" que dejó de ser con el presidente Ernesto Zedillo. Pero además, AMLO hizo un pésimo llamado al "compromiso de los intelectuales".
      Lo mencionado puede llevar a un desencuentro entre esa forma cultural y popular que es el "sentido común sensato" de AMLO y un "mundo de la cultura" incapaz de ofrecer ideólogos dispuestos a salir de su ego para brindar un auténtico y desinteresado servicio, por lo que el mandatario mexicano ha tenido que empujar él solito -ninguno de los mencionados lo apoyó- un proyecto como el de la distribución de la Cartilla moral. No sería la primera vez que "los intelectuales", con su gran "pensamiento crítico", creyéndose por encima de todo y de todos se conducen en realidad muy a ras de suelo: con pequeñez y mezquindad, el ego inflado y la incapacidad para hacerle ver al jefe que, en algunas cosas, mete la pata en grande.

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