A Estados Unidos no le gusta mucho el republicanismo francés, que supone que los inmigrantes, para tener la nacionalidad local, adquieran ciertos valores sociales. En Estados Unidos, se tiene en común una economía y su promesa, la del "modo de vida americano", lo que implica hacerse un lugar sabiendo moldearse al negocio. Más allá de éste, en el mundo social, los inmigrantes permanecen sin embargo segregados y se agrupan en ghettoes. La súperpotencia no es un lugar de mestizaje, aunque a veces ocurra. Si bien el racismo en Francia existe, las formas de mestizaje son más frecuentes y los últimos gobiernos han mostrado, hasta el exceso, las posibilidades abiertas a la inmigración: todavía la actual alcaldesa de París, la capital francesa, es en realidad española de nacimiento (Anne Hidalgo), andaluza nacida cerca de Cádiz (en San Fernando) y prueba de que, a diferencia de Alemania, Francia prefiere el derecho de suelo al derecho de sangre. El gabinete del socialista Francois Hollande llegó a ser una auténtica feria desde este punto de vista, teniendo por primer ministro a alguien que luego se fue a presentar en las elecciones de su país natal: Manuel Valls, de Cataluña (España). Nacido en Barcelona, se fue a lanzar como candidato con partido propio a las elecciones municipales de su ciudad de origen en 2019. Este tipo de cosas serían impensables en otras latitudes, y ni el gobierno estadounidense Demócrata de Barack Obama destacó por dar gran cabida a inmigrantes. Por lo demás, fuera de circos como el de Assa Traoré en la actualidad (la señorita quiere demostrar que su hermano Adama Traoré corrió la misma suerte que el estadounidense George Floyd), los choques raciales son menos frecuentes en Francia que en Estados Unidos, que tiene todo un historial reciente, a diferencia del país europeo, pese a cierto recelo especial con los árabes, argelinos en particular. Hasta hace poco, los suburbios franceses no eran de ghettoes. El discurso de Marine Le Pen tampoco es básicamente racista (la historia de Jean-Marie Le Pen, su padre, es otra cosa). Las autoridades francesas, hoy con el presidente Emmanuel Macron, han llegado al punto de permitir sin ningún problema las manifestaciones (minoritarias, por cierto) contra el supuesto "racismo sistémico", mientras responden con buenas golpizas a los "chalecos amarillos", franceses casi siempre blancos. En estas condiciones, no es necesario que a algunos latinoamericanos les dé por reivindicar los tam-tams bereberes tocados enfrente del Centro Pompidou-Beaubourg: nadie los impide, mientras no escandalicen demasiado. De igual modo, a estas alturas basta con que un maliense salve a un niño para que sea condecorado casi como si fuera Charles De Gaulle, presidente francés pésimamente mal comprendido por el latinoamericanismo (siempre con los socialistas, incluyendo el odioso Jean-Luc Mélenchon) y detestado por Estados Unidos. Es algo un tanto inexplicable que el latinoamericanismo tome partido por las filiaciones políticas más proimperialistas de Francia. No fueron comunistas ni gaullistas los que llevaron adelante la guerra de Indochina, la masacre de malgaches y la represión en Argelia.
Y es que aquí empiezan los problemas. Desde hace unos 20 años, Estados Unidos ha lanzado toda una campaña para ir "aclimatando" a Francia a los "comunitarismos" y el "multiculturalismo", no sin encontrar resistencias. Así las cosas, Estados Unidos se ha puesto a "invertir" en los suburbios franceses, en particular entre la población musulmana. El Departamento estadounidense de Estado lo ha hecho a través de la Oficina para la Inteligencia y la Investigación (Bureau of Intelligence and Research), que entre otras cosas lleva a cabo encuestas para medir el grado de integración de los inmigrantes en la sociedad local. Más importante, por parte de la misma instancia, es el International Visitor Leadership Program (Programa de Liderazgo para Visitantes Internacionales, IVLP por sus siglas en inglés), que recluta a "líderes potenciales" de los suburbios para darles viajes todo pagado de algunas semanas a Estados Unidos, para que acaben convencidos de las bondades del "modelo". La embajada estadounidense en Francia hace su parte, al favorecer no nada más los intercambios económicos, sino también los culturales y políticos. Por lo demás, hay Fundaciones estadounidenses igualmente interesadas en promover "intercambios". Se ha llegado a calcular que, al menos en los suburbios franceses, Estados Unidos "invierte" unos 3 millones de dólares anuales. Por último, está el programa Young Leaders (Jóvenes Líderes) de la Fundación Franco Americana (French-American Foundation). El programa data de 1981 y han desfilado por él Macron, Hollande, medio socialismo (incluyendo a Marisol Touraine) y Edouard Philippe, hasta hace días primer ministro. Seguramente que a ningún país que no tenga espíritu de vasallaje le gustaría tanta presencia estadounidense, y menos que se inmiscuya con la inmigración. Desde luego, lo primero que recibió Assa Traoré, además de toda la atención de los medios de comunicación masiva, fue un premio estadounidense (BET Global Good). No queda claro, a últimas fechas y con algunos inmigrantes, si de lo que se trata es de integrarse o más bien de encerrarse en el ghetto para convertirse en "grupo de presión" y extorsionar al Estado, que es para lo que sirve más de un lobby o de una organización "de la sociedad civil". No se supone que sea lo que debe hacer un huésped. Aquí queda (da click en el botón de reproducción) algo de cultura de metecos en la estación de Metro parisina correspondiente. Ay, qué bello...