Los problemas por los que atraviesa Bielorrusia (o Belarús) tienen algo de muy simpático. Después de las elecciones presidenciales del 9 de agosto, el vencedor, el actual mandatario Alexander Lukashenko, ha sido acusado de fraude. Puede ser. Con todo, desde hace más de dos décadas, Lukashenko siempre gana por el mismo margen (80 por ciento), poco más, poco menos. Y lo gracioso es que ninguna noticia occidental es capaz de explicar en qué consistió el fraude, ni cómo se dió (por qué medios), ni quiénes participaron, nada. En serio: no hay absolutamente nada sobre el tema. El otro asunto que mueve a ternura es llamar al mandatario bielorruso "el último dictador de Europa", por completo al margen del significado de la palabra "dictadura". Nadie le ha dado al ganador de las elecciones poderes excepcionales de "tiempos de guerra" para declarar alguna forma de estado de excepción. Quienes salen a las calles de Minsk, capital bielorrusa, a protestar no han sido mayormente incomodados, al menos no en sus más recientes manifestaciones, filmadas por lo demás de manera sesgada. Son por cierto tan mulas que se puede ver en la foto siguiente lo que hacen, obsérvese el detalle: sacar una bandera medieval rojiblanca, muy parecida a la georgiana, y la playera (camiseta) del Che.
La sociedad bielorrusa ha sufrido cambios de estructura recientes. Es un poco más una sociedad de servicios y un poco menos industrial y agrícola que antes. Lo cierto es también que es una de las sociedades menos desiguales del mundo y con muy (muy) poca pobreza, aunque el nivel de vida no sea alto. Bielorrusia no fue saqueada como Rusia en los años '90, los de Yeltsin. Con todo, la gente urbana quiere más mercado y menos Estado, al menos en ciertos estratos. Entretanto, más de la mitad de los bielorrusos sigue viviendo en ciudades de menos de 100 mil habitantes, como lo recordó Inna Afinogenova en su programa "Ahí les va" de Russia Today (RT en español), y esa gente vota Lukashenko.
Algunos opositores se han esfumado o han sido arrestados, como Viktor Babariko, un ex banquero, y el ex embajador en Estados Unidos, Valeri Tsepkalo (vaya casualidades). Por su parte, la Premio Nobel de "Literatura", Svetlana Alexievich, con aspiraciones de "mediadora", declaró tiernamente que los policías antidisturbios desplegados en Bielorrusia podrían ser "rusos disfrazados de bielorrusos". No son pocos los que empujan hacia la "revolución de colores" sin pensar, mucho menos en las consecuencias: como lo ha hecho notar el analista Daniel Estulin, no queda claro si quienes arman esta "revolución" quieren seguir el destino de un país experto en el tema, como Ucrania, que pudiendo ser una potencia agrícola e industrial se encuentra a la cola de Europa, con un pésimo nivel de vida, salarios de porquería y teniendo que dedicarse a los vientres de alquiler y la exportación apenas disfrazada de mujeres, lo cual tiene un nombre específico. ¿Quieren quienes protestan que se venda el patrimonio bielorruso a "precio de gallina flaca", parafraseando a Afinogenova?¿Alguien puede demostrar que les haya ido realmente bien a otros países que hicieron "revoluciones de colores", como Serbia o Georgia? En realidad, es poco probable que se trate de detenerse a pensar. Es más fácil, al menos en ciertos estratos, "echar montón". Alguna gente en Minsk ha demostrado hace rato que no sabe lo que hace, como cuando en 1999 se desató una avalancha humana a la entrada de una estación de Metro luego de un concierto de rock y murieron 54 personas, muchas de ellas muchachas adolescentes. Tocaba el grupo de rock ruso Mango Mango en un concierto organizado por una cervecería. Hay cierta dimensión antisocial presente y puede haber crecido, pero nos quedamos con un poco de música "del rumbo", aunque no exactamente bielorrusa (da click en el botón de reproducción):