Al ver la bandera rojiblanca que ondean los manifestantes en Bielorrusia contra el mandatario Alexander Lukashenko, alguien extraviado podría creer que se trata de un país que quiere rescatar algún pasado grandioso . El problema es que éste simplemente no existe. En resumen: Bielorrusia prácticamente no existió en la Historia como país independiente, salvo por un muy corto período al final de la segunda Guerra Mundial. Previamente, el territorio bielorruso existió dentro del Gran Ducado de Lituania y en la Mancomunidad Polaco-Lituana. La República Nacional Bielorrusa únicamente tuvo vida entre 1918 y 1919, y luego el país pasó a formar parte de la incipiente Unión Soviética. Esta tuvo cuatro fundadores en 1922, entre los cuales la República Socialista Soviética de Bielorrusia (RSSB desde 1920). La República de entre 1918 y 1919 no fue otra cosa que un satélite alemán. Como Ucrania, la RSSB tuvo un asiento en la Asamblea General de Naciones Unidas después de la última guerra mundial
En rigor, Bielorrusia (República de Bielorrusia o Belarús, a secas) nació a la vida independiente de modo paradójico, casi de inmediato con Lukashenko a la cabeza, aunque fuera el único parlamentario local que se opusiera en 1991 a la disolución de la Unión Soviética. Lukashenko comenzó a gobernar en 1994. Es probable que quiera pasar a la Historia como padre fundador del país que tiene hoy 29 años de existencia independiente. No existe ninguna "Belarús ancestral" ni mayor idioma bielorruso, aunque más que Lukashenko lo use la oposición en sus extraños carteles (al lado de reivindicaciones abiertamente feministas en inglés, por ejemplo, o letreros que dicen "la Madre Patria soy yo").
El hecho de que, salvo dentro de la Unión Soviética, Bielorrusia (donde se habla básicamente ruso y la religión predominante es la ortodoxa) no haya existido jamás con alguna identidad propia fuerte seguramente explique lo que la Premio Nobel verdulera Svetlana Alexievich nunca ha podido explicar. En efecto, durante la segunda Guerra Mundial, Bielorrusia fue un gran bastión de la resistencia de grupos de partisanos, en la retaguardia de los alemanes, quienes nunca se los perdonaron. Estadísticamente, Bielorrusia fue la república más castigada de la Unión Soviética, más que Rusia: los alemanes destruyeron 209 de las 290 ciudades bielorrusas, 85 % de la industria y más de un millón de edificios. Entre dos y tres millones de personas fueron asesinadas (entre un cuarto y un tercio de la población total). El nivel de vida de los bielorrusos previo a la guerra no se recuperó sino hasta 1971. Antes de largarse ante la ofensiva del Ejército Rojo en la "Operación Bagratión", los nazis practicaron una política de "tierra quemada" en Bielorrusia: el saldo, al final de la guerra, fue la friolera de 9 mil 200 pueblos aniquilados. Es igualmente cierto, y tampoco lo aborda Alexievich, que una parte de la población bielorrusa colaboró por distintos motivos con el ocupante.
Lukashenko ha declarado en estos días que ve en Rusia a un "hermano mayor", y contra lo que sugieren algunos, ello no tiene por qué implicar que Bielorrusia y Lukashenko renuncien a toda independencia, así cometan errores: no se trata de un "traidor" ante las provocaciones de los servicios secretos ucranianos y estadounidenses, ni de un "imbécil" (al decir del analista Daniel Estulin, quien al parecer cree no equivocarse nunca). El mandatario ruso, Vladimir Putin, ha tenido cuidado de no caer en la provocación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y justamente de no tratar como "hermano mayor" a Bielorrusia, algo que curiosamente ha reconocido la líder opositora Svetlana Tijanóvskaya, explícitamente. La que existe es la injerencia occidental y ucraniana, y desde hace rato, con la intención de armar una "revolución de colores" desde la presidencia estadounidense de Barack Obama (Bombama), mediante fondos, instituciones, partidos y organizaciones no gubernamentales (ONGs), unas mil, según lo ha señalado la analista Vicky Peláez, de Sputnik Mundo.
Es probablemente falso, contra lo que sostiene Estulin, que 90 % de los bielorrusos deteste a Lukashenko. Basta con decir que la gente del mandatario no cree que todo el mundo lo adore, y calcula entre un 20 % y un 30 % de la población que definitivamente no lo quiere. Por historia, es difícil que una mayoría de bielorrusos se quiera inclinar por liquidar así como así su país para venderlo al mejor postor en Occidente. No está de más señalar algo penoso: la bandera rojiblanca de una Belarús inventada la utilizaron durante la segunda Guerra Mundial, según Peláez, los 28 mil voluntarios de la Defensa bielorrusa y los voluntarios bielorrusos de la 36 División de las Waffen-SS (un cuerpo de élite) nazis.No queda claro si quienes en Occidente muestran a la ralea pequeño-burguesa de Minsk, capital bielorrusa, manifestándose con su mal gusto se dan cuenta de qué están reivindicando.Por cierto, el Premio Nobel de "Literatura" para la verdulera -de pésimo gusto, en verdad- Alexievich coincide con el periodo del también Premio Nobel ("de la Paz"), Barack Bombama. !Puf! Mejor algún recuerdo soviético (da click en el botón de reproducción), con la letona Laima Vaikule.